Cuando era niño, uno de los momentos más esperados del verano era cuando mi abuelo, con una sonrisa cómplice, me llamaba a la terraza de su casa en el pueblo. Allí, en un viejo congelador que parecía haber sobrevivido a la Segunda Guerra Mundial, guardaba un tesoro inigualable: polos helados caseros.
La imagen de mi abuelo sacando esas delicias de colores chillones se ha quedado grabada en mi memoria, como el más dulce de los recuerdos. Pero, ¿alguna vez te has preguntado quién fue el genio detrás de este invento que nos ha refrescado los veranos durante más de un siglo? ¡Acompáñame a descubrirlo!

El inventor de los polos (o eso dicen)
Cuenta la leyenda, que los polos helados fueron inventados por accidente por un niño de tan solo 11 años. Y sí, esto no es una de esas historias inventadas por un creativo de Hollywood, es la pura verdad.
La historia comienza en 1905, en una fría noche de invierno en San Francisco. Un joven llamado Frank Epperson, con esa curiosidad innata que tienen los niños, mezcló agua con polvo de refresco y dejó su vaso con la mezcla en el porche de su casa, olvidando la cuchara dentro. Esa noche, las temperaturas bajaron tanto que la mezcla se congeló alrededor de la cuchara. Al día siguiente, Frank descubrió que podía sostener y lamer el hielo saborizado usando la cuchara como palo. ¡Tachán! Había nacido el primer polo helado de la historia.
Ahora bien, a pesar de que Frank tenía el polo en sus manos, no fue hasta 1923 que patentó su invento bajo el nombre de «Epsicle», una mezcla de su apellido y la palabra «icicle» (carámbano en inglés). Un nombre con cierto encanto vintage, ¿verdad?
Pero sus hijos, siendo los críticos más duros y honestos, le dijeron que el nombre sonaba a medicina para el resfriado y que «popsicle» sonaba mucho más guay. Así que, con esa democracia familiar tan peculiar, el «Epsicle» pasó a la historia y el «Popsicle» comenzó su reinado.
La cosa no se quedó ahí. La invención de Frank fue todo un éxito y se empezó a comercializar en masa. Durante la Gran Depresión en los años 30, el polo helado se convirtió en un auténtico salvavidas para muchos. Con solo unos centavos en el bolsillo, la gente podía darse el lujo de disfrutar de un pequeño placer dulce y refrescante, algo que en tiempos difíciles es más valioso que el oro.
La evolución
Si nos ponemos a pensar en polos helados, seguramente nos vengan a la mente imágenes de aquellos clásicos envueltos en papel de colores, vendidos en la playa o en el parque por vendedores con carritos llenos de hielo seco, y esa típica campanita que anunciaba su llegada.
Sin embargo, los polos han evolucionado muchísimo desde aquellos tiempos. Desde los tradicionales sabores de frutas hasta los exóticos como mango y chile o piña colada, el mundo de los polos helados es tan variado como los colores del arco iris.
En España, tenemos una auténtica devoción por los polos. ¿Quién no ha disfrutado de un «flash» o un «frigo» en pleno verano? Recuerdo que, en los años 90, el polo de limón era el rey indiscutible. El reto era siempre ver cuánto podías aguantar sin hacer esa mueca de acidez tan característica. Y no olvidemos el mítico polo «Drácula«, ese con tres capas de diferentes sabores y colores que siempre acababa dejando los labios rojos.
Lo curioso de los polos helados es que son un reflejo de la cultura y las tradiciones de cada lugar. En Japón, por ejemplo, tienen el «Gari-Gari Kun», un polo de agua con una textura crujiente y sabores tan peculiares como el de sopa de maíz o curry.
En México, la cosa se pone aún más interesante con las «paletas«, que pueden ser de frutas naturales y vienen en una variedad de sabores que van desde el tamarindo hasta el aguacate.

¿Cómo se hacen?
Pero, ¿cómo se hacen estos mágicos y refrescantes amigos? Pues, aunque hay mil y una maneras de hacer polos helados, la base es siempre la misma: agua, azúcar, y el sabor que quieras. Y ahora, vamos a poner manos a la obra y hacer nuestros propios polos helados. ¡No te preocupes! No necesitas un doctorado en química, es más fácil que montar un mueble de IKEA.
Polo de fresa
Primero, necesitamos decidir qué tipo de polo queremos hacer. Los más clásicos son los de fruta. Así que, vamos a empezar por lo más sencillo: polos de fresa. Para hacerlos, necesitamos fresas, azúcar, agua, y unas cuantas naranjas para darles un toque cítrico.
Lo primero que hacemos es lavar las fresas y quitarles el rabito. Las ponemos en la batidora con un poco de azúcar y el jugo de las naranjas. Batimos hasta obtener un puré homogéneo y añadimos un poco de agua para aligerar la mezcla.
Ahora, vertemos la mezcla en moldes para polos. Si no tienes moldes, no pasa nada, puedes usar vasos de plástico y unos palitos de madera. Ponemos los moldes en el congelador y aquí viene el truco: después de una hora, cuando la mezcla esté medio congelada, metemos los palitos. Esto evitará que se caigan al fondo y quedarán justo en el medio del polo. Dejamos en el congelador al menos 4 horas o, mejor aún, toda la noche.

Polo bicolor
¿Quieres algo más creativo? Podemos hacer polos bicolores. Para esto, preparamos dos mezclas diferentes, por ejemplo, una de mango y otra de fresa. Vertemos primero una capa de una mezcla, dejamos congelar un poco, y luego añadimos la otra capa. Así, cuando muerdas el polo, tendrás un efecto visual y de sabor increíble.

Polo de yogur con frutas
Y si te sientes muy gourmet, puedes hacer polos de yogur con frutas. Mezcla yogur natural con miel y un poco de puré de tu fruta favorita. El proceso es el mismo: vertemos en los moldes, congelamos y listo. Estos son especialmente cremosos y deliciosos.

Polo de café
Para los que se animen con algo más exótico, los polos de café son una opción fantástica. Mezclamos café frío con leche condensada y un poco de vainilla. El resultado es un polo helado que es un café en barra, perfecto para los días de verano cuando necesitas un toque de cafeína, pero también quieres refrescarte.
Y así, de una manera tan sencilla como placentera, hemos hecho nuestros propios polos helados. Cada polo es una explosión de sabores y recuerdos, una forma deliciosa de combatir el calor y, lo más importante, una manera de compartir buenos momentos con amigos y familia.
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