Costa de Marfil dio una lección de efectividad. Le bastó con un minuto para darle la vuelta a un partido que dominó. En el juego, aunque no en el marcador. Sufrió para llevarse la victoria ante una selección japonesa que confió demasiado en que un disparo de Honda les diese los puntos, pero tendrán que pelear si quieren conseguir el pase en un igualado Grupo C.
Japón amaneció triste. Desde las antípodas. En el punto más alejado de la tierra nipona, Honda les había enseñado a los de Zaccheroni el camino hacia el triunfo. Un disparo de los suyos y tres puntos. Pero todo era un espejismo. O un sueño de los que tardaron en despertarse.
El partido llegó con nocturnidad y alevosía. Todo por la televisión, que es la que manda. A las 22.00 horas, hora local, comenzaba un encuentro que era imprescindible que tuviera audiencia en Japón. Previsto inicialmente que empezara tres horas antes, se decidió retrasar por las doce horas de diferencia con Asia. No convenía para la audiencia y se gestó el partido más tardío de la historia de los Mundiales.
Los jugadores lo agradecieron. Hacía calor en Recife y las tres horas de margen sirvieron como bálsamo. Más para Japón que para Costa de Marfil, muy acostumbrada a las altas temperaturas. No tanto a la lluvia que caía en los primeros minutos sobre el Arena Pernambuco, aunque se acomodó a la perfección al césped. Las ocasiones eran suyas, el balón también, aunque los goles se hacían esperar.
El susto de Honda
Seguro que Sabri Lamouchi se lamentó por no haber sacado de inicio a Drogba cuando vio que Honda sí aprovechaba la única oportunidad de Japón. Gervinho había sido un peligro para la zaga nipona, pero sus intentos se habían quedado en amenaza. Nada más, igual que las faltas de Yayá Touré desde el filo del área.
Honda sí pegó. Y con fuerza. El 4 cogió un balón dentro del área y aprovechó la pasividad marfileña. El del Milán necesita un instante para armar su pierna y lanzar un disparo mortífero y lo volvió a demostrar. La zaga le concedió dos segundos. Le sobró uno. Gol y fiesta en Japón.
Después tocó sufrir. A los de Zacheroni no les acompañó el fútbol y Costa de Marfil acabó imponiendo su poderío en el tramo final. Gervinho seguía siendo un peligro pero era la única preocupación de la zaga nipona hasta que entró Drogba en el campo. Entonces se volvieron locos. No sabían a quién defender y se olvidaron de Aurier, perdido en la banda derecha.
Estaba siendo el mejor del partido y se erigió en protagonista con dos centros mortales. El primero, para darle el gol en bandeja a Bony y el segundo para poner el balón en la cabeza de Gervinho. Un simple movimiento de cuello y el cuero a la red. Todo en un minuto.






