Según Venet, uno de los artistas contemporáneos más solicitados, «un Bugatti ya es una obra de arte por sí mismo, capaz de transportar a conductor y acompañante a una nueva dimensión de la realidad. Mis trabajos acostumbran a autorreferenciarse, de modo que pensé en proyectar las fórmulas, ecuaciones y algoritmos que los ingenieros de la marca elaboraron en el desarrollo del modelo precisamente sobre la carrocería del coche. Este trabajo ha supuesto una conclusión lógica y un desafío en términos de colaboración e implementación con Bugatti. Para mí el resultado es excepcional».
El coche como obra de arte no es algo nuevo. Ya en la primera mitad del siglo XX sirvió de inspiración al considerarse objeto de deseo y simbolizar velocidad. Artistas como Robert Rauschenberg, Roy Lichtenstein o Andy Warhol proyectaron años después sus creaciones pictóricas en modelos de 4 ruedas, como ya en los 90 harían en el campo escultórico Erwin Wurm, Gabriel Orozco, Christoph Keller, Olafur Eliasson o Damian Ortega.
En la obra de Vernet, basada en el Veyron 16.4 Grand Sport de Bugatti, el coche es el punto de partida, con una formulación matemática sobre su «piel» que expresa potencial mecánico y velocidad (por encima de 400 km/h). No obstante, se trata del automóvil de producción más potente (1.001 CV) y caro del mundo.