Abogado de profesión con alma shakesperiana, su firma aparece en grandes decisiones de su partido
Al final, siempre aparece Federico Trillo, ejemplo perfecto de supervivencia política frente a las adversidades y las derrotas. Sus prolongados silencios, y desapariciones del primer plano público, solo significan una cosa: algo gordo tiene entre manos, léase un recurso ante el Tribunal Constitucional, una ardua negociación en los vericuetos del poder o una dimisión de un presidente autonómico. Si se mira en la esquinita de esas fotos fijas, ahí se le encuentra, alejado del foco principal, pero cerebro al fin y al cabo de tantas operaciones en los últimos años del PP.
Federico Trillo (Cartagena, 1952) tiene un origen castrense, como su padre, siempre ligado a la Justicia. Doctor en Derecho, en 1974 entró en el servicio jurídico de la Armada como número uno de su promoción, en 1979 formó parte del cuerpo de letrados del Consejo de Estado y en 1983 se estrenó en política como asesor de Manuel Fraga. En 1989 entró en el círculo de confianza de José María Aznar, y se presentó a las elecciones generales por Alicante. Desde entonces es cabeza de cartel por esa circunscripción. En Alicante hay quien dice que se sabe cuándo hay elecciones porque de pronto aparece el «cunero» Trillo y no se va en dos semanas.
Felipismo
En los últimos años del felipismo, Trillo fue uno de los políticos del PP más activos en la denuncia de los casos de corrupción, junto a Rato y Álvarez-Cascos, bajo las órdenes de Aznar. Cuando el PP ganó las elecciones en 1996, fue elegido presidente del Congreso, la etapa de la que guarda mejores recuerdos de su vida política. Entre la lectura de Shakespeare (una de sus pasiones) y la redacción de su libro sobre el poder político en los dramas del autor inglés, le tocó presidir un Congreso sin mayoría absoluta, en el que el diálogo fue más obligación que arte, y que quedó resumida en una frase para la historia del parlamentarismo: «¡Manda huevos!».
Aznar le nombra ministro de Defensa en 2000, tras lograr la mayoría absoluta en las urnas. Una de sus primeras tareas fue bajar el telón del servicio militar obligatorio, la «mili». De su mandato se recordará la recuperación del islote de Perejil («Misión cumplida, presidente»), pero también el accidente del Yak-42, que le hizo plantearse su dimisión. El acoso del PSOE aún le persigue hoy.
Papel silente
En los últimos años ha mantenido su escaño en el Congreso por Alicante, pero apenas ha tenido intervenciones en el Pleno o en Comisión. Ha sido un papel tan presente como silente. A Trillo se le veía en el hemiciclo solo si se le buscaba. Mucho más fácil era encontrarle después en los despachos, preparando el recurso contra la ley del Aborto, en la negociación de la renovación de los miembros del CGPJ, o bien en la estrategia de su partido frente al «caso Gürtel», y sobre todo en los pasos que debían seguirse en la dimisión de Francisco Camps por el «caso de los trajes».
Padre de familia numerosa, muy religioso y maestro en los resortes del poder, Trillo posee cierta aura de autoridad político-castrense adherida a su persona, que le permite mantenerse a salvo de los vaivenes internos de su partido. No parecen interesarle demasiado las familias políticas, prefiere la suya propia desde luego y la defensa de unos principios que, como él, sobreviven, a veces con dificultad, al ser o no ser de su partido.




