Me han robado la cartera y no veo a los perros policía. Ni el helicóptero. Ni a la Caballería. Uno busca al «Dispositivo» y no lo encuentra. Como si todo fuera de cartón piedra. Quinientos agentes perfectamente entrenados y yo sin cartera por El Arenal. A punto de pagar un nuevo impuesto y sin un duro. Pensativo, digámoslo así. Ni para el autobús me queda. Lo que me espera ahora es lo siguiente… ¿el dinero? Como si lo tuviera en Grecia. Lo que me aguarda son «los papeles», el DNI, la tarjeta bancaria que debo de anular llamando a un teléfono que no me sé y que me tendrá que decir mi hermano; el Seguro Médico que me pedirán en Cruz Roja cuando caiga malo, las fotos. Las fotos aquellas que fui guardando. Debí ponerlas sobre el aparador, pero lo dejé para otro día. Ésas ya en la vida las volveré a ver. Es terrible lo que cabe en una miserable cartera. Habrá que desandar el camino por si se me quedó varada. Es raro que nadie la viese pero la gente, en Feria, no mira el suelo, sino a las lucecitas. Los que miran al suelo encuentran cosas. Son gente sensata. Puede que hoy no haya venido ningún tipo sensato a la inauguración de la Feria. No recuerdo ya lo que metí en la cartera. Teléfonos, facturas, cadenas que me ataban a algo, cosas que nunca me pertenecieron y que, por tanto, jamás memoricé. Todo se largó. No veo perros policía olfateando. A nadie le importa. Es hora de aprender algún tipo de lección.