Acaba de nacer el Círculo Español del Lujo Fortuny. ¿Por qué el nombre?
-Por Mariano Fortuny y Madrazo, un innovador. Un tipo muy creativo que se consideró pintor (con sus antecedentes familiares era artista por todos los lados), pero al mismo tiempo fue inventor. Y una genialidad de su vida de artesano, por la que le hemos elegido como símbolo, es que, harto de ver a las mujeres asfixiadas con corpiños y corsés, crea un vestido plisado al que llama Delfos. Al principio no logra éxito porque dejaba adivinar el cuerpo femenino, pero en los años veinte hizo furor. Y Fortuny abrió tiendas en su propio palacio en Venecia, en Milán, Roma, Madrid, París, Londres y Nueva York. Y en el Círculo Fortuny queremos agrupar a empresas con esa misma filosofía de búsqueda de la excelencia, de innovación y de ofrecer algo nuevo a partir de la tradición histórica y de artesanía. En suma, incorporar la identidad del país a los productos. Vender lujo es vender España.
-¿También con la que está cayendo?
-Hay gente que dice: «Bueno, esto del lujo ahora que estamos en crisis...». Pues precisamente ahora es importantísimo, porque sostiene 800.000 empleos en Europa. Además, en esta economía global hay muy pocas cosas en las que Europa tenga el 80 por ciento del mercado. A lo mejor ninguna, y en el lujo lo tiene. Unamos a eso que las empresas del sector exportan el 70 por ciento de su producción fuera de Europa y que los nuevos países emergentes están locos por el lujo europeo. Allí ansían un vestido diseñado en Europa, un vino europeo o un Ferrari. ¡Esto Europa lo tiene que aprovechar, y España estaba un poco descolgada! Lograr que no pierda ese tren es el papel del Círculo, integrado por ahora por Loewe, Lladró, Numanthia, Carrera y Carrera, Natura Bissé, La Amarilla de Ronda, Sotogrande y mi empresa Pagos de Griñón. Gozamos de reconocimiento europeo, y nuestros colegas de otros países nos van a ayudar mucho.
-¿No hay celos o recelos foráneos?
-No. Porque necesitamos actuar juntos, como un ariete, aunque cada país con su personalidad. Y yo estoy fascinado con esta tarea de lograr que España sea el jugador que merece ser, porque en historia, artesanía y cultura no nos gana nadie.
-O sea, que tenemos bazas a nuestro favor.
-Y hay que explotarlas. El lujo es una línea que nos va a dar exportaciones y empleo, porque necesita mucha mano de obra, al basarse mucho en la artesanía. Y, sobre todo, proporciona a los jóvenes la oportunidad de trabajar en algo que necesita de imaginación y creatividad, y de gente que le guste viajar y vender por el mundo. Por eso hace unos días lancé un mensaje a los acampados en la Puerta del Sol: aunque ellos piensen que esto está alejado de las necesidades reales de la gente, los grandes beneficiados de que en España se cree un sector potente de alta gama van a ser los jóvenes. Y mi esfuerzo va dirigido a ellos.
-Usted ha logrado vinos sublimes donde jamás se habían producido caldos de calidad. ¿Así se construye la excelencia?
-Sí. La gente me decía hace algunos años: «¿Cómo es posible que hagas un vino así en Toledo?». Pues porque estábamos aplicando tecnologías que no se han aplicado nunca a un viñedo, como el riego por goteo o la medición del estrés hídrico de las vides para regarlas lo justo. Siempre me ha fascinado la innovación, y por eso soy muy amigo de Ferran Adrià, que ya ha aceptado ser miembro del círculo Fortuny. Ahora con su restaurante y dentro de dos años con su fundación.
-Adrià será un inmejorable embajador.
-Porque representa creatividad y alta tecnología, encarna a esa España que recoge las tradiciones, pero que inventa y sale fuera.
-¿En qué se resume el lujo?
-A mí me gustan mucho las dos palabras que han acuñado los italianos: «gama alta». O sea, excelencia en todo. Porque la excelencia tira de lo demás y crea la percepción de los productos de gama inferior. Eso hace que, por ejemplo, un «Chateau Lafite» dé una imagen de calidad de todos los vinos de Burdeos.