Al narrar el sitio de Igueriben, episodio épico del Desastre de Annual, ¿retrata quizá usted la recurrente falta de grandeza de miras de los españoles frente a su historia?
-Así es. Menos mal que nos quedan estos individuos anónimos, pequeñitos, que son auténticos héroes entre mucho villano. Es parte de la historia de España, siempre nos ha pasado. Somos especialistas en estar en el peor sitio en el peor momento posible. Y le pasó especialmente a esa generación sobre la que he escrito, pues el comandante protagonista también había estado en la guerra de Cuba. Este hombre, Julio Benítez, es un laureado militar, y en Francia, Polonia o Inglaterra sería un personaje recordado. En España lo hemos olvidado porque somos muy miserables. Somos muy cainitas, un país que desprecia mucho su pasado porque lo ignora.
-Y que maltrata también su presente. Porque los protagonistas de este lance, asediados por Abd el-Krim, fueron abandonados a su suerte por sus superiores, a plena conciencia.
-Y a cinco kilómetros del puesto de Annual, con el que se comunicaban en morse con un heliógrafo, con un espejito. Los dejaron de la mano de Dios. Pese a comportamientos tan loables como el de Benítez, que se podía haber rendido o capitulado y sin embargo dijo que no, que se quedaba ahí.
-¿Cómo le atrapó ese lance heroico?
-Cuando di con el «Expediente Picasso» sobre el Desastre de Annual, que son mil y pico folios, me lo bebí. También había leído «Imán», de Ramón J. Sender, y «El nombre de los muertos», de Lorenzo Silva. A partir de ahí me di cuenta de que nadie había contado la historia de Benítez, y me interesó mucho hacerlo.
-¿Qué huella queda de su figura?
-Cuando visité el pueblo de Benítez, que se llama El Burgo, en Málaga, comprobé una vez más la falta de grandeza, generosidad y ganas de estudiar el pasado. En su casa hay una placa que recuerda los hechos, y alguien del ayuntamiento me dijo: «Igual no le gusta lo que va a ver», y era porque en ella aparecía la palabra «moro». Cuando en esa época eran moros, como nosotros éramos rumaníes para ellos. Se trataba de términos meramente descriptivos, pero hoy somos tan tontos como eso.Y existe una escultura de Benlliure impresionante en Málaga, al lado del ayuntamiento, que fue inaugurada por Alfonso XIII en 1926. Pero la gente ignora totalmente quién era. Es tremendo.
-¿Da importancia a pisar el terreno donde todo aquello sucedió, a la hora de contarlo?
-Toda. Hay que verlo. Los periodistas y los escritores tenemos que estar ahí porque lo que ves en el sitio te aporta otra dimensión. Por eso acabo de estar en Lorca y por eso, para el libro, quise subir a la loma Igueriben. Allí imaginé a los 154 españoles mal repartidos, en un terreno calcáreo, con mucha roca, sin sombras donde refugiarse bajo un sol de justicia, sin agua, bebiéndose la orina y con esa misma orina refrigerando las ametralladoras. Perdemos la perspectiva de que en Annual fue la primera vez que cayó un cuerpo entero del Ejército. Fueron 18.000 muertos.
-Casi todos, además, de muy modesta condición.
-Fueron hijos de su época, carne de cañón, que dieron con una oficialidad que estuvo por encima del mando. No estaban apenas entrenados, acababan de llegar a Melilla, y su falta de instrucción militar se notó.
-¿Por qué usa como hilo conductor para desgranar el relato las andanzas de un actor mediocre y mezquino de la España de hoy?
-Porque quería reflejar la doble moral en la España actual, en la que impera el «sálvese quien pueda», frente a aquellos hombres de honor. Ahora el noventa por ciento de los ciudadanos actuarían más como Arturo, el actor, que como Benítez, el héroe.
-¿Los acampados de Sol podrían ser una reacción frente a esa atonía social?
-No lo sé, no tengo claro aún por dónde va eso. Pero que se reúna la gente con un buen motivo para pedir una reacción no me parece mal en un país donde solo se sale a la calle por el fútbol.
ANTONIO
ASTORGA
VIRGINIA
RÓDENAS