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Pakistán resistirá

No tiene sentido pretender que todo el islam sea extremista. La gran mayoría de los musulmanes no quieren la violencia

Día 12/05/2011

JURAR venganza no vale realmente de nada. «Al Qaeda reconoce la muerte de Bin Laden y jura venganza», titulan varios diarios el 7 de mayo.

«La muerte de Bin Laden no tiene casi importancia para los musulmanes. Hay que tratar el extremismo violento como lo que es: la acción de unos grupos violentos que no representan ni al Islam ni a los musulmanes», contestaba el domingo Tariq Ramadan, profesor de Estudios Islámicos en Oxford. Tiene razón.

Osama bin Laden fue muerto en Pakistán. El extremismo ultraconservador italiano o francés, cree que no existen musulmanes moderados, pero la realidad demuestra lo contrario. La mayoría de los países musulmanes, entre otros Pakistán, escenario de esta muerte, dan pruebas repetidas de querer la paz. Si en Pakistán hubiera un millón de extremistas, lo cual sería más que alarmante, no dejarían de existir 187 millones de pakistaníes que no lo son.

Hay un mecanismo numérico para reflejar esas tendencias: se llama laselecciones. El voto sumado por los dos grandes partidos pakistaníes, PPP, en el poder, y PML-N, suelen acumular el 60 por cien de los sufragios, con el 70 por cien de los escaños. Otros partidos, agrarios, ecologistas, nacionalistas, reúnen más del 20 por cien. Los partidos islamistas, algunos de ellos enemigos de la violencia —otros favorables a ella— suman entre un 10 y un 12 por cien.

Los estudios americanos y británicos sobre el futuro de Pakistán no tienden al pesimismo sistemático. El informe preparado en Harvard bajo la dirección de Aqil Shah (Foreign Affairs, mayo-junio 2011) explica las pruebas de resistencia que la sociedad pakistaní, sobre todo los grandes colegios de abogados, sigue dando.

En medio de las constantes negociaciones con Estados Unidos, la presidencia de Asif Ali Zardari, democráticamente elegido tras el asesinato de su mujer, Benazir Bhutto, en plena campaña, ha tenido que hacer frente a las inundaciones de julio. El ejército, dirigido por el general Ashfaque Pervez Kayani, tiene un peso a veces abrumador sobre el poder civil. Pero el poder civil resiste. Hay una coacción mutua, en ambos sentidos, del ejército a la democracia y de la democracia al ejército. El ejército sabe que los pakistaníes quieren un gobierno elegido por los ciudadanos. El enfrentamiento con India y la fuerza nuclear son realidades permanentes, a veces utilizados como cobertura. El control del ISI, uno de los servicios de inteligencia más oscuros del planeta, está lejos, pero no tan lejos como en los años de Musharraf.

Pakistán es pobre y desigual: pero la economía crece y la desigualdad no aumenta. La red Haqqani, en Waziristán, no es atacada por el ejército pakistaní pero sí por los UAV americanos, aviones no tripulados. El ejército es la institución más poderosa de Pakistán. Pero el general Kayani no controla el ISI. La corrupción, de incalculables proporciones, es cada vez más duramente denunciada por algunos medios de comunicación, valerosos y relativamente libres. Una de las tres grandes confrontaciones globales, junto con Irán e Israel-Palestina, se juega en Pakistán, donde Bin Laden ha caído después de nueve años largos.

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