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Columnas / AD LIBITUM

«Manca finezza»

La delicadeza inteligente que Fanfani extrañaba en González se convierte en una generalizada ausencia

Día 26/01/2011
HACE más de treinta años, cuando Felipe González se postulaba como jefe del Gobierno español y se hacía notar en las cumbres del poder europeo, visitó a Amintore Fanfani, el líder cristianodemócrata que ocupó buena parte de los cargos posibles, de presidente de la República hacia abajo, en la vecina y admirada Italia. La valoración que Fanfani hizo del ex presidente y personaje fundamental del socialismo español fue rotunda y sutil, propia de quien está acostumbrado a los delicados modos propios del Vaticano: «Manca finezza». El tiempo, gran terapeuta y magnífico educador, le ha aportado a González la delicadeza que entonces le faltaba y, tras cambiarle el traje de pana por otros de tejidos más delicados y menos ideológicos, le ha convertido en grande entre los que fueron, en un veterano y experimentado personaje. Algo que escasea más de lo debido en el patio político español.
Hoy manca finezza, de José Luis Rodríguez Zapatero hacia abajo, a toda la política nacional y, tanto más, cuanto mayor es la concreción de su ámbito de poder. Ello se contagia a todo su entorno. La Vanguardia, por ejemplo, luce en virtuosas piruetas para limpiar su devoción en tiempos de José Montilla y sirve ya, con primoroso esfuerzo, a Artur Mas. No es un brinco fácil y exige musculatura y decisión en quien lo afronta; pero se manifiesta en brillantes intentos. Ayer titulaba a toda página que CiU se erige como «único antídoto» contra una futura y posible mayoría absoluta del PP. Está claro que el entusiasmo que despierta en Cataluña el partido de Rajoy, Rajoy y su alargadera catalana, Alicia Sánchez Camacho, es descriptible; pero de ahí a valorarle, en página impar y con gruesos caracteres, como un veneno, media la distancia que separa la crítica al distante de la sumisión al próximo. La moderación le aporta salud al cuerpo y fuerza a las ideas.
Suele suceder, cuando la política partidista se acerca más a los intereses de los militantes que a los de sus hipotéticamente representados, que la delicadeza inteligente que Fanfani extrañaba en González se convierta en una generalizada ausencia y, en ese momento, lo radical se anticipa a lo inteligente, lo inmediato impide el progreso del futuro y son los ciegos quienes actúan como lazarillos de los videntes. Así se explica que, sin mayores escándalos, se habla de reducir el gasto público sin reparar primero en que cuatro Administraciones superpuestas —local, provincial, regional y estatal— coinciden y gastan —es decir, despilfarran— haciendo las mismas cosas. Si una sola lo hiciera bien ganaríamos en coste y, sobre todo, en autoestima nacional.
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