Mohamed Bouazizi, el joven tunecino, ingeniero y frutero que se quemó a lo bonzo harto de humillaciones, es mucho más que un símbolo. Es la persona con la que se identifican millones de jóvenes árabes, hartos de ser tratados a patadas por regímenes seniles, claustrofóbicos y despóticos. Bouazizi desencadenó la revuelta de Túnez. Y en el mundo árabe hay millones de Bouazizi. Jóvenes cultos y abiertos a quienes no se les ofrece más alternativa que ganarse la vida vendiendo chucherías a los turistas o apuntarse en la guerra santa de Bin Laden. A la inmensa mayoría de los jóvenes licenciados árabes no les hace gracia ni lo de ganarse la vida dando la lata a los turistas ni lo de la guerra de Bin Laden. Aunque, cuando se les cierran todas las puertas, tienden a buscar una salida en la mezquita a la inmensa tristeza de sus vidas.
Muchos de los seniles autócratas del mundo árabe se presentan como un baluarte de contención frente al integrismo. Pero no es cierto. Ellos son sólo un baluarte de sí mismos. Y entre sus múltiples defensas también están los imanes fanáticos a quienes reprenden a una hora y protegen a la siguiente. Ellos son la oportuna solución para que a sus jóvenes no se les ocurra pedir libertad.