España todavía es más difícil pescar un pulpo que a una señora rica. Dejemos, pues, lo fácil, para otro día y vayamos a lo negro, que es el pulpo, animalejo que por culpa del Mundial de fútbol es visto como una especie de Rappel con ocho trenzas.
Uno ha pescado pulpos toda la vida. Antes sólo se necesitaban unas gafas de agua, un tubo para respirar, un tridente y vista. La vista significa que nunca hay que buscar pulpos, que, como los billetes de quinientos, viven bajo las piedras, sino a los peces que los denuncian. Peces-chotas, para entendernos.
En la política, el pulpo de la derecha, o pulpo de estribor, sería Rajoy, quedo bajo la piedra, y su pez-chota, Gallardón, que no quiere ser otra vez alcalde, que los años no pasan en balde, y no es lo mismo enfrentare a una Trini en chupa de cuero negra que a una Trini en bata de guata azul cielo. Zapatero sería el pulpo de la izquierda, o pulpo de babor, y su pez-chota, Gómez, un túnido de cuidado. Quiere decirse que si uno ve a Gómez o a Gallardón, no muy lejos estarán Zapatero o Rajoy, pues todos son de la misma familia, en el sentido aristotélico del término «familia», o sea, «compañeros del mismo comedero». O, volviendo a los pulpos, del mismo pedrero, que los asturianos pronuncian «pedreru».
Para caer sobre un pulpo en Asturias hace falta licencia de pesca. Cuesta cuarenta euros y, con ella en la mano, puedes sentarte en una piedra y, a base de engaños con xorras, quisquillas, pulgas de mar, cámbarus y sapas, extraer del agua hasta dos pulpos de un peso mínimo de un kilo. Mas ¿cómo calcularlo?
Pides orientación a la Guardia Civil y su consejo es que te descargues la ley de pesca del Principado, que el benemérito Instituto no está para medirle el lomo al pulpo del madrileño, que sólo sabe que un metro es la diezmillonésima parte de la distancia que hay entre el Polo Norte y el Ecuador, pero en España cada pueblo ha desarrollado su inmersión lingüística y sus unidades de medida. Para los andaluces, los más imaginativos, un pulpo puede medir desde un pelín a un huevo, pasando por la mijilla o la jartá. Para los asturianos, en cambio, todo es pequeñín, y carecen de otra referencia que el culín. Desde los genesíacos días de la ilusión, con don Pelayo y tal y tal y tal, mucho ha decaído aquí la cosa: el ideal es la pesca sin muerte, que consiste en pescar a un salmonete, darle una vuelta por el pueblo y devolverlo al agua salada, para que le escueza el cielo de la boca.
En Lastres, los ecologistas tienen prohibido que los marinos arrojen el día del Carmen la corona de flores por sus muertos al mar... por contaminante.