Hay varios tipos de estrés pero todos acarrean un grave peligro. A los controladores les puede salir caro si la Fiscalía encuentra indicios de esa huelga encubierta que denuncia el ministro de Fomento. Mucho peor lo van a pasar las constructoras, después de que el propio José Blanco sacase ayer el alfanje a pasear por todas las carreteras y vías ferroviarias de la España empobrecida ante la falta de crédito y el exceso de paro.
Hoy serán los bancos los nuevos protagonistas de esas pruebas de esfuerzo que Europa ha importado de Estados Unidos como bálsamo para recuperar la confianza perdida de los inversores. Los test de estrés en el sistema financiero constituyen el típico ejercicio de emulación que los Gobiernos quieren utilizar para espantar los fantasmas de sus mercados domésticos y trasladarlos a otros confines lejanos.
Las comparaciones van a resultar odiosas y tan malo puede ser el hecho de quedar rezagado como la posibilidad de adelantarse demasiado. La crisis ha demostrado que los últimos de la clase fueron los primeros en recibir las bonificaciones públicas con la consiguiente competencia desleal para aquellos que demostraron mayor previsión ante el cambio de ciclo.
Ahora la situación es más delicada porque la penuria económica ha dejado a Zapatero hambriento de triunfos y el presidente puede caer en la fácil tentación de utilizar un ranking financiero de esta naturaleza como quitamanchas de su lamentable gestión. Sería un grave error porque al otro lado de los Pirineos siguen viendo con mucho recelo la situación de España y necesitan encontrar chivos expiatorios a los que colgar las culpas y transmitir las miserias. Por encima del nivel de la crisis no es bueno sacar demasiado la cabeza. Las entidades bancarias van a superar los test de estrés incluso con nota, pero la economía española necesita muchos otros ansiolíticos para superar su estado de angustia.
