Jueves, 30-04-09
La muerte de un libro no exige necesariamente que sea pasto de las llamas como ocurría en aquel incendio cinematográfico que fue «Fahrenheit 451» de Bradbury y Truffaut. Un libro muere cuando desaparece el anaquel que lo sustentaba, cuando el bazar de las sorpresas que siempre es una librería pasa a peor vida.
Crisol también nació como zócalo de ideas, como mercado del entendimiento. En el local de la madrileña calle de Juan Bravo, Juancho Armas Marcelo, que vivía a unos pasos, disfrutó de algún chapuzón de vanidad como cuando un amable lector le pidió que le firmara, uno tras otro, cuatro ejemplares de «Así en La Habana como en el cielo».
Desde 1987, Crisol albergó debates, presentaciones, lecturas, el sorbito de champán de los domingos, y hasta instituyó el premio que otorgaban los lectores, que obtuvieron autores como Javier Cercas, Almudena Grandes y Arturo Pérez Reverte.
Visitar Crisol era cumplir con un rito, como el aperitivo. Aunque la aceituna estaba rellena de la más sabrosa anchoa cultural. Luis García Montero tiene un recuerdo «muy, muy especial, cuando Caballero Bonald y yo acompañamos a Ángel González en la presentación de su libro sobre Machado». También hubo sus momentos tensos, como hace cuatro años cuando un grupo de extrema derecha reventó el acto de presentación de «Historias de las dos Españas», de Santos Juliá.
Probablemente este final se veía venir. El poeta Carlos Marzal vio cómo el Crisol que estaba junto a su casa valenciana se convirtió en «un supermercado: lo que venden allí tiene sabor, pero no alimenta de la misma forma». Las tiendas Crisol intentaron aunar lo comercial con lo cultural y conectar el libro con el cine, la música, como subraya Luis Mateo Díez, habitual de la librería, donde presentó alguna de sus obras. «Fue una experiencia creativa muy interesante y el cierre es triste. Con menos bancos quizá podamos vivir, pero con menos libros...acabaremos por irnos todos al garete».
Que el papel arda a 451 grados Fahrenheit no significa que esas llamas iluminen, muy al contario, nos sumergen en la penumbra. Sin libros, sin librerías, probablemente menos libres. Carlos Marzal lo resume en un poético chispazo: «Con el cierre de cada librería, me parece que se nos funde una bombilla del conocimiento y del placer. Estamos cada vez más a oscuras».

Enviar a:

¿qué es esto?


Más noticias sobre...