El frasco de ambientador
Miércoles, 11-03-09
POR ANTONIO VARO
CÓRDOBA. Si hubiera en Córdoba un Museo de las Anécdotas Cofrades, el objeto más visitado sería sin duda un frasco de ambientador, porque pocas veces algo tan simple ha marcado tan negativamente la historia de una cofradía. Pero el anecdotario cofrade ofrece sucesos como el ocurrido el Lunes Santo de 1977, cuando el estreno del paso de Nuestra Señora Madre de Dios en sus Tristezas, cotitular de la hermandad del Remedio de Ánimas, se convirtió en uno de los más estrepitosos fracasos que recuerda la memoria de la Semana Santa de nuestra ciudad.
Corría los tiempos de la Transición. Cinco días después de ese Lunes Santo, se iba a legalizar el Partido Comunista de España tras cuatro décadas de persecución. La Semana Santa de Córdoba vivía, al mismo tiempo, una etapa de crecimiento y empuje: se habían fundado nuevas cofradías, se preparaban estrenos importantes y las hermandades veteranas empezaban a despertar de un letargo que en el que habían estado sumidas demasiado tiempo.
En este ámbito de revitalización hay que situar la decisión del Remedio de Ánimas de estrenar un paso para su Virgen. Atrás quedaban los tiempos en que, en vísperas de Semana Santa, la cofradía comunicaba que «por ser esta cofradía de una autenticidad de pobreza y antigüedad, nunca presentamos reformas, sino que mantenemos el carácter que tiene acrecentado», como había publicado en 1972.
En 1975, para conmemorar el XXV aniversario de su fundación, la cofradía había incorporado a una antigua imagen anónima de la Virgen Dolorosa, adquirida en un anticuario, como cotitular. Tan sólo dos años después, la novedad estaba preparada: la imagen iría sobre un paso sin palio, con candelabros de tulipas en las esquinas, el frontal y los laterales, y con una canastilla de orfebrería en forma de peana, realizada por el sevillano Manuel de los Ríos.
El paso, además, sería llevado por hermanos costaleros: el llamado «boom» del costal estaba entonces en sus momentos iniciales y más intensos: la Expiración, las Penas de la Esperanza, el Santo Sepulcro, la Caridad en sus Dolores (que salió por primera vez ese año), la Caridad de San Francisco y la Buena Muerte fueron ese año ya a hombros de hermanos o jóvenes costaleros no profesionales.
Un paso desafortunado
«El ambientador del que tanto se ha hablado fue sólo la culminación de una serie de errores», reconoce Ricardo Ruiz Baena, hermano mayor de Ánimas en 1977. En primer lugar, la misma forma del paso dejaba un espacio de medio metro entre los costeros y el borde de la canastilla, lo que originó un bamboleo difícil de controlar. Además, en las esquinas se habían instalado cuatro candelabros de tulipas cedidos por los capuchinos: «Sabíamos que no iban a resistir, pero nadie se atrevió a decirlo antes», prosigue el ex hermano mayor.
Todavía se pueden ver estos candelabros en el presbiterio de la iglesia del Santo Ángel. «Los candelabros eran metálicos, de tubo fino y hueco, por lo que no resistieron», confirma Andrés Roig, a quien le tocó la ingrata tarea de ser el capataz aquella noche aciaga.
La carrera oficial discurría entonces por Claudio Marcelo, Tendillas, Gondomar y Gran Capitán hasta la esquina de Conde de Robledo. Ya a la altura de San Nicolás, el capataz avisó a la presidencia de que los costaleros no podían; la desafortunada estructura del paso y sobre todo la imposibilidad de que entrara aire había agotado la resistencia de los hombres de abajo.
Fue entonces cuando alguien cargado de tan buena intención como ignorancia roció el interior con el ambientador, con el fin de refrescar el aire de debajo del paso; por otro lado -añade Ricardo Ruiz- se intentó que algunos de los operarios pagados que empujaban al paso de Cristo, hombres duros generalmente reclutados en la Lonja Municipal, prestara su ayuda al de la Señora; alguno lo hizo pero, siguiendo su costumbre, se metió fumando bajo el paso, con lo que el humo del tabaco se sumó al perfume del ambientador en un espacio cerrado y reducido.
A la altura de Edaco los profesionales volvieron al paso de Cristo, se desprendió el último candelabro que quedaba en el de Virgen y el hermano mayor empezó a temerse lo peor: «Llegué a pensar que tendríamos que dejar a la Virgen en el aparcamiento», admite Ruiz Baena. A esas horas, se había corrido la voz del problema y empezaron a presentarse costaleros de otras cofradías dispuestos a colaborar.
Problemas en San Zoilo
Pero las calamidades no habían terminado. Siguiendo un recorrido entonces muy de moda, la hermandad había decidido pasar ese año por San Zoilo, sin caer en la cuenta de que mover en esos recodos tan cerrados un paso de ruedas, como el del Cristo de Ánimas, es realmente complicado.
De hecho, hubo que «girarlo» arrastrando las ruedas y haciendo maniobras propias del estacionamiento de un vehículo para que pudiera dar la vuelta por la esquina que la calle forma a la altura de la taberna El Pisto. Por la longitud normal en un cortejo como el de Ánimas, el problema de San Zoilo casi coincidió en el tiempo con el tránsito de la cola de la procesión por Conde de Robledo, donde se pensó en dejar el segundo paso. Entre un inconveniente y otro generaron un considerable retraso a la cofradía.
«Yo había salido de nazareno en la Sentencia, y al enterarme me llegué a mi casa para coger mi costal y me metí», evoca Javier Romero, que andando el tiempo sería uno de los grandes capataces de Córdoba y que ese Lunes Santo entró en el paso a la altura del Ayuntamiento, ya de regreso, y se mantuvo hasta San Lorenzo.
«También se colocaron -añade- Guillermo Giménez de la Linde, que en paz descanse, Paco Expósito y otros más que acudieron a toda prisa a echar una mano».
Mal que bien, se llegó a San Lorenzo. Serían sobre las cuatro de la madrugada, y los hermanos de Ánimas se sorprendieron de que hubiera gente esperándolos a esas horas. «Yo creo que fueron para comprobar que no volvíamos», comenta ahora con humor Ricardo Ruiz.
«Para mí -resume Andrés Roig- lo peor de todo no fue ni el fracaso estético del paso, ni la rotura de los candelabros ni el problema en San Zoilo; para mí la gran preocupación eran las personas que iban debajo; a algunos, como Carmelo García, hubo que sacarlo casi desmayado del intenso mareo que había cogido bajo el paso por culpa del ambientador». «Yo todavía me echo a temblar cuando pienso en el calvario de calor y «perfume» que pasamos», concluye Javier Romero.
Cuando todo pasó, la hermandad supo asumir el error. Se arreglaron y se devolvieron los candelabros a los capuchinos; se pudo vender el paso -«por el mismo precio que nos costó», precisa Ricardo Ruiz- a la hermandad del Resucitado de Puente Genil, donde aún procesiona, aunque con ruedas desde el primer año, y se tuvo que emprender la tarea de hacer uno nuevo.
Miguel de Moral trazó el proyecto y Miguel Arjona realizó la talla del templete que aún tiene la hermandad y que se estrenó en 1983.
La hermandad del Remedio de Ánimas es la única de Córdoba que no lleva sus pasos con costaleros, y hasta la presente no quiere ni oír hablar del tema. Quizá lo ocurrido en 1977 no sea el único motivo de esta animadversión, pero sin duda es uno de ellos.

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