Parecía una utopía que Argentina empeorara los primeros 45 minutos del encuentro ante Bosnia en su estreno en el Mundial. La cicatera defensa de cinco de Alejandro Sabella había sido la culpable. No lo digo yo. Lo dejó bien claro Messi, cuyo poder en la selección albiceleste está muy por encima del mando del seleccionador: «Somos Argentina y no podemos jugar en función del rival». Así que Sabella, ante Irán, no le quedó otra que claudicar a su idea y volver al 4-4-2 que le había «insinuado» Leo y que mejoró mínimamente la imagen de los sudamericanos en la segunda parte ante Bosnia. Pero el problema de Argentina es mucho más grave que el tan manido debate del sistema. Su gran hándicap es la mediocre sala de máquinas con la que ha venido a Brasil: en el año 2014, Gago y Mascherano son los encargados de hacer jugar y darle balones a Agüero, Messi, Di María e Higuaín. Es como si le pones al caviar ketchup, y de marca blanca. (Narración y estadísticas)
El bodrio ante Irán fue una broma de muy mal gusto. Los cuatro fantásticos de arriba haciendo la guerra por su cuenta. Los dos mediocentros, deambulando por el Mineirao de Belo Horizonte con un «trote cochinero» exasperante e indigno de la historia de un país que ha dado al mundo jugadores en esa zona como un tal don Fernando Carlos Redondo. Los laterales, Zabaleta y Rojo, tienen más peligro en su área que en la contraria. Los centrales, Garay y Fernández, menos cintura que un armario. Romero, su guardameta, es como para Forrest Gump la vida, un caja de bombones: nunca sabes lo que le va a tocar a Argentina. Por suerte para ellos, ante Irán le salió salvador.
Fortuna
Mi memoria no recuerda un sorteo de grupos de un Mundial que haya sido tan decisivo para una selección tan mediocre. Argentina tiene una alfombra roja hasta cuartos de final. De no ser así estaría en casa antes que España. Ante Irán, la selección número 43 del mundo, repleta de futbolistas del montón, coqueteó con la derrota y tuvo que esperar hasta el minuto 91, y a una genialidad de Messi, para sumar los tres puntos y meterse en octavos de final, donde les esperarán Ecuador o Suiza, otras dos bicocas.
«Volveremos, volveremos, volveremos otra vez; volveremos a ser campeones, como en el 86», canta una y otra vez, de manera incansable, la marea albiceleste en Brasil (como en Maracaná, este sábado en Belo Horizonte otros 40.000 aficionados de Argentina). Igual sí, suena la flauta y vuelven a levantar una Copa del Mundo. Eso sí, pido el comodín del suero. No hay estómago que aguante otras cinco indigestiones más como éstas.






