<%Server.Execute("/include/cabecera.htm")%> <%Server.Execute("/include/nacional/cabecera/menu_cabecera.html")%>
Juan Carlos I Monarquía



ANÁLISIS l HUGH THOMAS

Treinta años después II

 

Estatismo económico
En Gran Bretaña, este estatismo tuvo la consecuencia de que, dentro de los sectores nacionalizados —empresas de autobuses, minas de carbón, ferrocarriles y correos, por ejemplo—, tanto las grandes burocracias como los sindicatos laborales eran especialmente fuertes y a menudo irresponsables.

A veces, este enfoque estatal de la economía se derivaba de medidas conscientemente socialistas emprendidas por Gobiernos socialistas o «socialdemócratas». El magnético socialista inglés Aneuran Bevan solía hablar con cariño sobre el control estatal de las «alturas dominantes» de la industria, como si hubiera sido leninista. En ocasiones, el enfoque estatal era la consecuencia de improvisaciones en guerras que parecía más conveniente retener en tiempos de paz.

Otras veces, el enfoque era el resultado de funcionarios civiles sin ideología que actuaban en nombre de la burocracia, como era el caso del señor Pez en «La de Bringas», de Pérez Galdós.

Fuera lo que fuese, el cambio de estas actitudes no fue menos que asombroso. Ahora, pocos países del mundo permanecen en la sofocante prisión del socialismo burocrático. Incluso México, con su poderoso partido estatal, el PRI, ha visto cómo la privatización acecha sus salones palaciegos. China, que todavía es un país oficialmente comunista, ha realizado concesiones al «mercado». La gran excepción es Cuba, que en los años sesenta fue arrastrada con mucho entusiasmo hacia el socialismo de Estado por su líder dictatorial, Fidel Castro, cuyos motivos fueron, en parte, un deseo personal de desafiar a Estados Unidos en su propio jardín trasero haciendo precisamente lo que sus líderes preferirían que no se hiciera.

El fin de la «Guerra Fría»
La tercera transformación importante desde 1975 ha sido el final de la «Guerra Fría» entre el «Bloque Soviético» y «Occidente». Ésta fue la consecuencia de la maravillosa caída del comunismo en la antigua Unión Soviética y de la recuperación de su vieja identidad como «Rusia». Para hacernos eco del comentario de un distinguido embajador de Estados Unidos, «Chip» Bohlen, Rusia había dejado de ser una causa y había vuelto a convertirse en un país.

¿Cómo ocurrió todo eso? Primero, se produjo un resurgimiento consciente del capitalismo por parte de los Gobiernos británico y estadounidense en la era de Reagan y Thatcher. Segundo, Estados Unidos invirtió en defensa antimisiles, el denominado programa de «La guerra de las galaxias» o, más apropiadamente, «la Iniciativa de Defensa Estratégica» (SDI, en sus siglas inglesas), que demostró al Gobierno de Moscú que nunca podrían permitirse lo que por aquel entonces parecía un sistema defensivo realmente moderno. Aquello a su vez planteó una reflexión sobre lo rezagada que iba económicamente la Unión Soviética con respecto a sus rivales de Occidente. En los años ochenta, se produjo además la sorprendente decisión del presidente francés de admitir que debían reconstruirse las defensas occidentales. Más tarde, la elección de un Papa polaco fue una consternación para el sistema soviético, cuyos líderes no podían creer que, de entre todos los países y después de 30 años de comunismo, Polonia pudiera engendrar un príncipe de la Iglesia con magnetismo y poder moral.

Polonia desempeñó un papel considerable en esta transición en Europa del Este, también debido a que sus sindicatos, dirigidos por el igualmente magnético Lech Walesa, nunca fueron fáciles de controlar. Su desafío al Estado polaco en nombre del movimiento Solidaridad hizo una profunda mella en la moral de la antigua Unión Soviética.

Lo mismo ocurrió con la guerra de Afganistán. En 1979, los líderes soviéticos creían que había llegado el momento de completar la expansión de su imperio en Asia Central. Por aquel entonces, Afganistán se encontraba dividido entre varios señores de la guerra, y los rusos pensaban que debían aportarle lo que sus antepasados habían dado a Uzbekistán y Kazajistán: orden y gestión estatal de la economía conforme a líneas marxistas. Pero infravaloraron la rebeldía, la determinación y la valentía del pueblo afgano y la dificultad del terreno. Los servicios secretos occidentales prestaron un enérgico apoyo a la resistencia afgana. Gran Bretaña aportó perros alsacianos (pastores alemanes), y hasta España ofreció mulas. Al final, la Unión Soviética tuvo que admitir la derrota.

Como suele suceder con numerosos reveses militares, ese titubeo condujo a un fuerte deseo de reforma en la política del país y los reformadores soviéticos consideraron que Andropov era el hombre adecuado para dirigir los cambios. Pero murió pronto, y después llegó el estancamiento bajo el Gobierno de su anodino sucesor, Chernenko. Más tarde, a su muerte, Mijaíl Gorbachov se embarcó en un verdadero programa de reestructuración de la sociedad rusa, una «reestructuración» destinada a modernizar la economía, primero a través de la «perestroika», y luego también de la «glasnost», que pretendía dar a los rusos más libertad de expresión. Estos términos nunca estuvieron en boca de los rusos. Pero, como ocurre con tanta frecuencia en la historia, una vez iniciadas las reformas, no hubo contención, sino un mayor deseo de cambio. Éste fue especialmente fuerte en los países satélite de Europa del Este. Las ansias polacas de libertad no podían ser controladas, aquel estado de ánimo se propagó y, cuando Gorbachov dijo a los comunistas alemanes que no podrían contar con las tropas soviéticas para ayudar a reprimir un alzamiento, se divisaba ya el final del imperio soviético en Europa.

La oposición checa huyó a Hungría, se derribó el muro de Berlín y, al final, incluso los duros sistemas soviéticos de Rumanía (presidida por Ceaucescu) y de Bulgaria fueron derrocados por rebeliones nacionales. El canciller alemán Kohl vio su oportunidad, y en cuestión de meses se había reunificado Alemania en libertad por primera vez desde 1933. Ante el asombro del mundo, incluso el viejo interior de Rusia de antes de 1917 empezó a desintegrarse, y los Estados bálticos siguieron a los europeos del Este hacia la libertad, al igual que las naciones sometidas a Rusia en el Cáucaso y Asia Central. La cristiandad regresó a un país que la había abolido en 1917. A principios de 1992, el mapa del mundo había cambiado por completo.

Esta debacle soviética suscitó otros dos cambios importantes. Primero, la caída del Partido Comunista, que había dirigido el Estado desde 1917. El marxismo-leninismo se fue al garete, y Rusia, por utilizar el viejo nombre que fue revivido, pronto presumía de un presidente votado directamente y de un Parlamento electo (la Duma). Segundo, y más importante en el plano internacional, el eclipse del país como una de las dos grandes potencias que quedaban en el mundo significó que Estados Unidos se deleitaba en una nueva época de gloriosa superioridad.

1 l 2 l 3

Volver al índice de la sección

 


<%Server.Execute("/include/piesce.htm")%>