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Treinta años después El Reinado de Don Juan Carlos ha visto cómo el tablero internacional experimentaba una profunda transformación marcada por el fin de la «Guerra Fría» HUGH THOMAS Al principio del reinado de Carlos III de España, en 1759, el nuevo Palacio Real de Madrid, que se había iniciado 25 años antes, seguía inacabado. El nuevo Rey pidió al veneciano Tiepolo, el último de los grandes pintores italianos, que decorara el techo de la sala del trono, y así lo hizo, con el tema del apogeo de la monarquía española. Espero que Don Juan Carlos haga algo similar. De lo contrario, no le culparía, ya que hoy en día sería difícil encontrar un equivalente a Tiepolo. En cualquier caso, debería hacerse ya que la era de Don Juan Carlos ha sido una de las de más éxito de la historia española. El éxito de Don Juan Carlos no se detuvo en las fronteras de España. El triunfo de una nueva democracia (bajo el auspicio monárquico) fue transmitido al mundo y el acontecimiento fue un gran motivo de enhorabuena. España dio esperanzas a sus vecinos europeos y a los países de Hispanoamérica. Si podía ocurrir algo así y en paz en ese país, sin duda podía pasar lo mismo en otras naciones. En los meses posteriores a la caída del muro de Berlín, las embajadas de España en Europa del Este se vieron asediadas por ansiosos aspirantes a demócratas que preguntaban a los nuevos escoltas de la libertad cómo se había producido exactamente su milagro.
El cambio no ha quedado confinado al Viejo Mundo, ya que se ha observado una revolución democrática similar en gran parte de Hispanoamérica y Brasil. Incluso en México, el Viejo Mundo se ha disipado y ya no se puede contar con la victoria del Partido Revolucionario Institucional, el PRI, asegurada desde 1929 por muchos mecanismos cuestionables conocidos en su conjunto como la «alquimia». Es cierto que algunas democracias más antiguas (Venezuela, por ejemplo) parecen haber pasado por una situación bastante más agitada en los últimos años, pero esos aparentes reveses no han cuestionado la positiva pauta general. Televisión y debate político
El segundo cambio de importancia desde 1975 ha sido la toma de conciencia de que la empresa estatal o la empresa nacionalizada no ofrece el buen servicio que es habitual con la empresa privada. Ésta ha sido una verdadera contrarrevolución económica, ahora aceptada tanto por partidos políticos socialistas sólo de nombre como por formaciones conservadoras. Sin embargo, los pioneros políticos en esto fueron Ronald Reagan en Estados Unidos y Margaret Thatcher en Gran Bretaña. Ahora hay que esforzarse para recordar lo dominadas que estaban nuestras sociedades por el Estado en los años sesenta y setenta. Por regla general, las industrias que se iban a pique recibían subvenciones estatales. No se había oído hablar de la «privatización», y la palabra realmente era desconocida. La España franquista y las democracias occidentales actuaron de forma similar en este sentido. De hecho, el franquismo insistió en un nivel de intervención estatal mucho más extremo que en cualquier otro Estado occidental, ya que los padres del sindicalismo nacional creían en la dirección estatal de todos los sectores importantes. Si bien es cierto que el archiestatista Suanzes se retiró de la dirección de su famoso INI en 1963, su ejemplo perduró.
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