
Si por algo se ha caracterizado el presidente del Tribunal del 11-M ha sido por la férrea disciplina que ha impuesto durante el juicio, tanto a los procesados como a los abogados, fiscales e incluso traductores.
Pese a ser una vista atípica por el número de partes y por su repercusión mediática (durante los cuatro meses se ha retransmitido en directo por televisión), nada ha escapado a su control.
Este magistrado, presidente de la Sala Penal de la Audiencia Nacional, ha pasado der ser un rostro conocido sólo en el ámbito judicial a serlo por un amplísimo sector de la sociedad. Gómez Bermúdez no ha dudado en llamar la atención a letrados de la acusación para recordarles cuál era el papel que estaban desempeñando en el juicio —en episodios en los que parecían estar ejerciendo labores de defensa—; tampoco le tembló el pulso cuando indicó a la fiscal que no debía hacer alegatos personales durante la exposición de su informe; ni cuando, tras varias advertencias, dedujo testimonio por desobediencia contra el ex director general de la Policía Agustín Díaz de Mera.
Detrás de la imagen rígida y autoritaria que ha mostrado en el juicio, se esconde un hombre simpático y accesible que hace gala, como buen malagueño, de un gran sentido del humor. Está casado en segundas nupcias y tiene dos hijas de su primer matrimonio.