Balenciaga, el maestro de maestros
Admirado y respetado por diseñadores y clientela, revolucionó el mundo de la alta costura desde sus inicios, allá por 1911, cuando entró a trabajar como sastre en la sucursal que los grandes almacenes parisinos Au Louvre habían abierto en San Sebastián
Marisol NavarroHablar de Cristóbal Balenciaga es hablar del mejor diseñador de la historia, de uno de los más destacados e influyentes creadores de moda del siglo XX, de un referente mundial. Autor de muchísimas aportaciones al mundo de la alta costura, pero tres marcaron un
antes y un después: la puesta en valor de partes del cuerpo de la mujer más allá del trío canónico (pecho-cintura-caderas); la conquista del espacio en torno al cuerpo, que proporcionó siluetas inéditas, y la capacidad para reinterpretar, desde un gusto moderno, la indumentaria histórica. Tal y como decía Christian Dior , «él es el director de la orquesta y nosotros los músicos que seguimos la dirección que nos marca». Hubert de Givenchy , otro de sus admiradores más destacados, además de discípulo y amigo, dijo en una ocasión que «Balenciaga no sólo ha creado un estilo, sino también una técnica. Es el arquitecto de la alta costura». Cuarenta y nueve años después de su muerte nadie duda de que elevó la moda a la categoría de arte.
Admirado y respetado por diseñadores y clientela, revolucionó el mundo de la alta costura desde sus inicios, allá por 1911, cuando entró a trabajar como sastre en la sucursal que los grandes
almacenes parisinos Au Louvre habían abierto en San Sebastián y donde, en tan solo dos años, se convirtió en jefe del taller de la popular sección de confecciones para señoras. Ese ascenso le permitió viajar a París y conocer de primera mano la obra de los grandes modistos de la capital francesa, como Worth, Doucet o a la primera diseñadora importante de la historia, Jeanne Paquin. Pero no solo esta influencia parisina marcaría su trayectoria. Establecimientos como New England o Casa Gómez, instalados en San Sebastián debido al fenómeno del veraneo de la alta burguesía en la vecina Biarritz , formaron a Balenciaga en las rigurosas técnicas de la sastrería inglesa, cuyo dominio constituyó uno de los pilares de su sistema de trabajo durante el resto de su vida.
Fue de su madre y de su abuela de quien aprendió el oficio, pese a la oposición de su padre, que se llevaba las manos a la cabeza cuando regresaba a casa, Guetaria, después de estar faenando en la mar, y veía a su hijo con la aguja. Pero la persona que realmente supo ver la valía de Cristóbal Balenciaga fue Micaela Elío y Magallón, marquesa de Casa Torres y bisabuela de la Reina Fabiola . Lo cuenta el modisto en una entrevista en 1968 a la revista Paris Match: «Mi suerte fue que en mi pequeño pueblo se encontraba la residencia de verano de una gran dama, la marquesa de Casa Torres, para quien trabajaba mi madre en la cocina durante el verano. Yo no tenía más que ojos para ella cuando llegaba a misa el domingo, con sus largos vestidos y sus sombrillas de encaje. Un día, reuniendo todo mi coraje, le pedí visitar sus armarios. Divertida, aceptó. Y así viví meses maravillosos: cada día después del colegio, trabajaba con las planchadoras de la marquesa en el último piso de su palacio de verano, acariciaba los encajes, examinaba cada pliegue, cada punto de todas estas obras maestras. Tenía 12 años cuando la marquesa me autorizó a hacerle un primer modelo. Podéis imaginar mi alegría cuando, al domingo siguiente, la amable dama llegó a la iglesia luciendo mi vestido. Esa fue mi entrada en la alta costura y en la alta sociedad».
Carrera meteórica
Balenciaga no pararía hasta establecerse como modisto de alta
costura por su cuenta en San Sebastián, cosa que consiguió en 1917, con tan solo 22 años. Sus viajes a París para presenciar las colecciones de sus admiradas creadoras Chanel, Vionnet o Louise Bolanger eran continuos. Mientras crece su fama entre las damas de la corte y la alta sociedad, Balenciaga va ganando libertad creativa y empieza a presentar en su salón los diseños propios mezclados con los de los diseñadores parisinos.
Primero Londres y luego París fueron sus destinos cuando estalla la guerra civil española. Pero su buque insignia, el taller de San Sebastián, nunca cerró sus puertas, como nos reconoce Igor Uría, conservador del Museo Balenciaga , que ahora comisaría la exposición ' Balenciaga. La elegancia del sombrero ', junto a Silvia Ventosa en el Museo del Diseño de Barcelona sobre los sombreros de Balenciaga. Madrid y Barcelona cesaron sin embargo la actividad durante los años de la contienda.
Fue en agosto de 1937 cuando Balenciaga hizo la presentación de su primera colección en la capital internacional de la moda, París. Las
colecciones presentadas tuvieron un éxito abrumador entre clientas, críticos y editores de moda por su elegante sobriedad y exquisita costura. Los diseños, aunque con influencia parisina, estaban inspirados en la indumentaria tradicional e histórica española. Para ello Balenciaga recurrió a los grandes maestros de la pintura española como Goya, Zurbarán y Zuloaga.
Los vestidos infanta de 1939 iniciaron un periodo dominado por las siluetas princesa, combinaciones de tejidos majestuosos, como el terciopelo o el raso, con ricos bordados de azabache y aplicaciones de pasamanería, así como el uso del encaje negro en forma de mantilla o accesorios tradicionales similares.
Se empieza a hacer un gran hueco en el mundo de la moda, fruto de un trabajo riguroso, perfeccionista y a un elevado conocimiento de la técnica. Pero es en 1947 cuando Balenciaga consigue encumbrarse en lo más alto, cuando logró lo que sin duda constituye una de sus mayores contribuciones a la historia de la indumentaria femenina: la introducción de una nueva silueta para la mujer. En el mismo año que Christian Dior cautiva al mundo con el New Look, un nostálgico revival de las románticas siluetas del siglo XIX, el diseñador vasco sorprendía con la presentación de líneas fluidas y curvadas y volúmenes que rompían con lo establecido.
Un genio de las proporciones
El cuerpo de la mujer era para él una escultura viva que la moda
podía completar. Así empezó a dibujar líneas que se despegaban del cuerpo: los abrigos de la línea tonneau, en forma de barril. Siguiendo con esos principios que guiaron la línea barril, introduce el traje semientallado, caracterizado por su volumen en la espalda que contrasta con el talle ajustado en el frente. En 1955 presenta el vestido túnica, que constaba de dos piezas de líneas rectas y depuradas que envuelven el cuerpo sin oprimirlo; seguidos por la creación de los vestidos 'balloon', en forma de saco, que era un paso más en la evolución del creador. La revolución del diseñador no quedaría ahí, continuaría con los vestidos 'baby-doll', aniñados y espaciosos, caracterizado por la sencillez de su silueta trapezoidal que elimina el talle, creación del año 1958; y los vestidos 'queu de paon', es decir, 'cola de pavo real' (cortos por delante y largos por detrás). Estas fueron algunas de las creaciones más innovadoras y exitosas de aquella época, que se convirtieron en historia de la moda occidental, a las que modistos y críticos se rindieron. Se puede decir que, en la década de los cincuenta, con cada una de sus colecciones marcaba tendencia, de tal forma que para él creaban nuevas telas como fueron el gazar y el supergazar, un tejido delicado y ligero, pero con mucho cuerpo, apto para los diseños escultóricos que buscaba.
Un diseñador muy prolífico
Sólo entre 1954 y 1955, Balenciaga abocetó 607 diseños y vendió
2.325 modelos, convirtiéndose en uno de los grandes couturiers de moda. Como dijo su gran admirada Coco Chanel , otra de las referencias indispensables en el mundo de la moda en aquellos años: «Es el único de nosotros que es un verdadero couturier, pues es capaz de diseñar, cortar, montar y coser un vestido de principio a fin».
Balenciaga decía que «un buen modisto debe ser arquitecto para la forma, pintor para el color, músico para la armonía y filósofo para la medida». Así era él: revolucionario, metódico, reservado, tenaz y perfeccionista. Bien llamado el 'arquitecto de la moda'. Y todo eso se reflejaba en sus diseños.
Enamorado de la comodidad -porque para el diseñador si las mujeres van cómodas se sienten bellas y lo transmiten con elegancia-, sus modelos son perfectos, de austera
belleza, que huyen de adornos superfluos y ceden todo el protagonismo a la mujer. Así, para el día reinventa los trajes sastre, que los presenta en el año 1959 con nuevas líneas, con chaquetas cortas y talles subidos, con una gran calidad arquitectónica. Para la noche destaca el estilo imperio, de talle alto. Y aunque concibe siluetas cada vez más puras y abstractas, no renuncia ni a la utilización de la más rica pedrería en sus espectaculares vestidos ni a una gama nueva de colores. Fue el primero en introducir en un traje de alta costura el color fucsia.
Pero además de todas estas revoluciones en el mundo de la moda, presenta un estilo sport de gran elegancia y sorprende con la introducción de las primeras botas altas, realizadas por Mancini, en diseños de alta costura. Y hace un recorte de las mangas para que las grandes damas puedan lucir sus joyas o guantes.
Esa experimentación de Balenciaga con la arquitectura de los trajes
llegaría a su máxima expresión a finales de la década de los sesenta con la creación de magníficos trajes de novia. El traje de novia de la Reina Fabiola de Bélgica dio la vuelta al mundo, pues fue el primer gran acontecimiento que miles de personas pudieron admirar en directo gracias a la televisión. En Bruselas había nevado y el termómetro no superaba los cero grados, pero la joven española se presentó en la catedral de San Miguel con un deslumbrante traje de novia de satén blanco, con una larga cola y varios adornos de piel de visón en el escote y en el talle. El conjunto, que se ceñía ligeramente al cuerpo, lo había diseñado Cristóbal Balenciaga en armonía con el carácter sencillo y elegante de la novia. Ese diseño vino a confirmar el prestigio del diseñador español, que ya había cumplido entonces 65 años y que había visto cómo la fama se multiplicaba además por la publicación de ese vestido en todas las revistas del mundo.
A partir de ese momento desarrolló nuevas telas, reinventó las siluetas y creó los vestidos de novia de algunas de las mujeres más famosas del mundo. Con su gran perfección, creó su famoso vestido trapecio para novias, usando una sola costura. El vestido trapecio era sin mangas, con una línea en A y una gran cola. El cuello del vestido quedaba erecto sobre las clavículas, enfatizando las líneas del cuello de la novia, dándole aspecto de cisne. Además, inspirado por el flamenco español, Balenciaga comenzó a incorporar en los diseños de novia tres capas fruncidas.
Cierre de los talleres Balenciaga
En 1968, más de cincuenta años después de que abriera su primer
establecimiento de costura en San Sebastián, Balenciaga anunciaba el cierre de todas sus casas de París, San Sebastián, Madrid y Barcelona. El modisto se tomaba un merecido descanso tras toda una vida dedicada a la superación y el perfeccionamiento de su oficio, y lo hacía en medio de la revolución juvenil de la década de los setenta y el triunfo del prêt-à-porter, que se estaba imponiendo en todo el mundo en decadencia de la alta costura, algo que el modisto no entendía, pues para él el vestido es «la casa del cuerpo, y cada cuerpo era diferente». No entendía esa fabricación en serie de diseños, al igual que odiaba la minifalda.
A pesar de su retiro, Balenciaga realizó diseños para amistades íntimas, familiares y compromisos, como en el caso del traje de novia de Carmen Martínez-Bordiú, con el que contrajo matrimonio el 8 de marzo de 1972. Era un conjunto de raso natural blanco, con ciertos reflejos grises y rosáceos, de manga larga, y dotado de un bordado en el que predominaban las flores de lis, especialmente la que destacaba sobre el pecho. Tan solo unas semanas después, el 24 de marzo, Cristóbal Balenciaga fallecía en Javea, Alicante.
Su nombre conserva un prestigio que perdura en el tiempo y una herencia que pocos diseñadores han logrado, algo que parecía improbable cuando aquel joven que trataba de emular a su madre y a su abuela en un pequeño pueblo pesquero de la costa vasca dibujó sus primeros bocetos.