La artesana urbanita que se inspira en la naturaleza para crear sus joyas de porcelana

María Torné vive y diseña en el centro de Madrid, pero necesita la sierra para despejar la mente y coger ideas, apuntes que plasma en piezas únicas. Para sus escapadas al monte, cuenta con el mejor equipo: su chico Donato, técnico forestal, y la hija de ambos, Arwen, una pequeña que ya siente adoración por lo verde.

Extrovertida, luminosa y con una amabilidad que hace que te sientas como en casa. María Torné tiene su taller en pleno centro de Madrid, en el bullicioso barrio de Malasaña. Sin embargo, cuando entras, la armonía y los colores de sus joyas de porcelana te hacen olvidar por completo el ritmo frenético de la ciudad. En su taller no existen las prisas, todo se cocina a fuego lento. “Mis colecciones se piensan y se diseñan aquí. Me gusta trabajar en el centro, sentir la ciudad en movimiento, que entren personas de todos los lugares… La ciudad tiene vida, pero he conseguido que mi taller sea mi reducto de paz dentro de ella”, explica. 

María estudió artes aplicadas en Barcelona. En principio le tiraba más la pintura, pero la cerámica acabó enganchándola. “Empecé haciendo figuras de gran formato, pero luego probé a trasladar mis conocimientos a la joyería. Me gusta el estilo minimalista, colorido y me nutro mucho de lo japonés y de lo nórdico”, señala. Y añade: “Creo objetos bellos, atemporales y que encajan perfectamente en la vida actual. Todas son piezas con alma”. Su primera joya la diseñó con 25 años y estaba inspirada en la naturaleza, un mundo que necesita para compensar su lado más urbanita. “En mi vida es fundamental que exista ese equilibrio. Me encanta la ciudad, su espontaneidad, salir del taller y poder irme a tomar una caña con una amiga. Pero no sé si aguantaría el trasiego de Madrid si no me escapara los fines de semana a la sierra. Mezclar ciudad y montaña suponen para mí una verdadera inspiración”, asegura. Su última colección se titula “Fácil”, una clara alusión a su momento vital. “El día a día ya tiene demasiadas complicaciones, ¿no? Necesitaba joyas cómodas, en apariencia sencillas, que se adapten a todos los looks”, apunta.

Para María, diseñar en porcelana no es solo su modo de vida y su trabajo, sino que se ha convertido en la mejor forma que tiene de expresarse. “Cada colección cuenta algo de mí. Si he tenido un trauma, si he salido de ello… Me resulta totalmente terapéutico. Es una manera de calmar mi ansiedad o todo lo contrario, de explotar de satisfacción”, nos narra con emoción. Aparte de crear, también disfruta enseñando. Organiza cursos y, además, Jon aterriza cada mañana en su taller, su alumno en prácticas durante los últimos tres meses. “Le pongo muchísima pasión, mucho amor, me encanta dar clases. Porque si los que sabemos una artesanía, no comunicamos, la artesanía se pierde. Y eso sería una pena”, asegura. También le encanta el tú a tú con sus clientes. “Normalmente vienen con cita previa, buscando una joya para un evento. Empiezas a charlar y al final también te cuentan sus intimidades, se llega a un nivel de conexión que resulta muy agradable. Me gusta que toquen, que escuchen el ruido de la porcelana, que vean que no pesa tanto. Es importante mostrar cómo se hacen las cosas y que sientan que se llevan un pequeño tesorito”, desvela.

Cuando sale del taller, María intenta desconectar del trabajo y poner toda su atención en su familia. Hace algo menos de dos años nació su pequeña Arwen, una niña rubia y súper observadora a la que quiere transmitir también su amor por la naturaleza. Donato, su padre, es técnico forestal y escalador, un guía de lujo para sus excursiones a la sierra. “Nos conocimos hace diez años en una discoteca. Al principio pensé que no teníamos nada en común, pero somos complementarios. En una de nuestras primeras citas me dijo ‘venga, vente a la sierra’ y pasé un día increíble. Él me enseñó a amar la naturaleza y a disfrutarla. Cuando mejor estamos como pareja es cuando cogemos el coche, hacemos la mochila y nos vamos al monte”, insiste. Tener a Donato de guía es “un regalo” y añade que se siente “muy afortunada” del compañero que tiene al lado.

Cuando nació su pequeña, los dos tuvieron claro que seguirían subiendo a la montaña. El primer viaje como familia de tres fue a los Alpes franceses, una experiencia preciosa. “Arwen se portó como una campeona en la mochila. Tenía solo dos meses. Viajar con un bebé puede ser maravilloso, solo hay que organizarse un poco. Ahora los fines de semana solemos ir a La Pedriza o a Zarzalejos. A mí me sirve para desconectar, para recargar energía y para inspirarme”, nos cuenta.