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Las amenazas que sorteó Alfonso XIII en su último viaje por España

Pasó de incógnito entre enardecidas turbas la noche del 14 al 15 de abril de 1931, aunque también recordaría siempre el improvisado homenaje que le rindieron unos campesinos

Una dramática fotografía de Alfonso XIII al desembarcar en Marsella el 15 de abril de 1931+ info
Una dramática fotografía de Alfonso XIII al desembarcar en Marsella el 15 de abril de 1931
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MadridActualizado:

Con las últimas luces del 14 de abril de 1931, día en que se proclamó la Segunda República, Alfonso XIII salió de Madrid camino del destierro. Llegaría a Cartagena en la madrugada del 15 de abril y de ahí zarparía a Marsella en el buque «Príncipe Alfonso» y se trasladaría después a París. Casi medio siglo después, Torcuato Luca de Tena recorrió punto por punto el mismo itinerario que siguió el monarca. He aquí algunos extractos de su cuaderno de viaje, que publicó el 18 de enero de 1980, con motivo del traslado de los restos de Don Alfonso a España:

Cuesta de la Vega

«Estoy detenido frente a la verja del Campo del Moro, que da a la Cuesta de la Vega.

No pudo el Rey salir por la puerta grande que da a la plaza de Oriente porque, aun estando ésta vacía, la multitud -contenida por la Fuerza Pública- se apiñaba estremecida en la embocadura de todas las calles adyacentes vociferando amenazas contra el Soberano y agitando, provocadoramente, banderas tricolores y trapos rojos. Tampoco pudo salir por la plaza de la Armería, con salida obligada a la calle de Bailén, por la misma circunstancia. Ni por el portalón que da a la Cuesta de San Vicente, pues por ahí se enfila a la carretera de Extremadura y no había, como hoy, enlace cómodo y rápido con la de Andalucía, que era, en definitiva, la que el Rey había de tomar.

Proclamación de la República en Madrid. Los jardines de la Plaza de Oriente Invadidos por el pueblo, que entusiasmado aplaude el momento de izarse la bandera de la República en el palacio que tanto tiempo fue morada de reyes. Hasta la estatua ecuestre de Felipe IV trepan algunos entusiastas y desde lo más Alto, flamean banderas republicanas+ info
Proclamación de la República en Madrid. Los jardines de la Plaza de Oriente Invadidos por el pueblo, que entusiasmado aplaude el momento de izarse la bandera de la República en el palacio que tanto tiempo fue morada de reyes. Hasta la estatua ecuestre de Felipe IV trepan algunos entusiastas y desde lo más Alto, flamean banderas republicanas - Alfonso

Aunque algunos autores afirman que el Monarca y sus acompañantes salieron a las nueve y media de la noche, me aventuro a suponer que fue algo antes, pues el teniente general Gallarza, único testigo vivo de aquel triste viaje, cree recordar que en los minutos previos a la salida de Palacio aún no había anochecido.

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Tantas fueron las disposiciones que a lo largo de las últimas horas debieron de ser tomadas, que nadie cayó en la cuenta de advertir a los guardas del Campo del Moro que aquella verja debía abrirse. Al llegar la caravana de coches, la puerta estaba cerrada. Hubo que descender, buscar al guarda, ordenarle abrirla, mientras a lo lejos se oía el griterío amenazador de las muchedumbres pidiendo la salida o la cabeza del Rey. Cuando al fin las hojas se abrieron, los coches pasaron por el siguiente orden: primero el «Duesenberg» del Monarca, al que acompañaba su primo el Infante Don Alfonso de Orleáns, conducido por el mecánico Antonio Sambead; inmediatamente después el del ministro de Marina, almirante Rivera, junto al que iba el mayordomo mayor de Palacio y lealísimo Duque de Miranda; detrás, en un Hispano-Suiza, que era el habitualmente destinado al Príncipe de Asturias, los tres ayudantes militares, Uzquiano, Pablo Martín Alonso y Eduardo González Gallarza. Cerraba la comitiva un coche con los equipajes, en el que lloraba silenciosamente el ayuda de cámara del Rey, Francisco Moreno.

Aranjuez

Por las empinadas curvas -que se conservan hoy igual que ayer de la Cuesta de la Vega- enfilaron hacia el puente de Toledo, por el que no he podido pasar, pues está hoy cerrado al tráfico, reservado solo a los peatones, y se dirigieron rumbo a Ocaña, por la carretera de Andalucía.

A la altura de la Cuesta de la Reina, tal vez antes, se les unieron dos coches con números de la Guardia Civil, que cerraron la caravana.

Proclamación de la Segunda República en la Puerta del Sol+ info
Proclamación de la Segunda República en la Puerta del Sol - Alfonso

Aranjuez vivía en plena orgía revolucionaria. El antiguo puente sobre el Tajo (que hoy al reconstrurirlo para ensancharlo, ha sido privado de las bellísimas estatuas barrocas que lo franqueaban) era un hervidero de gentes que acudían con pancartas y banderas hacia la plaza Porticada, donde estaba convocada la manifestación para celebrar la salida del Rey de Madrid. A pesar de lo aparatoso de la caravana motorizada real - un «Duesenberg», un Hispano-Suiza, dos Cadillac y dos furgonetas con Guardias Civiles- los que pedían la cabeza de Alfonso XIII no se percataron que el Rey estaba entre ellos. Fue la primera ocasión perdida para satisfacer los siniestros deseos de Ossorio y Gallardo, de los que hablaré después.

Los coches se abrieron lentamente paso entre la multitud frenética y vociferante y solo ganaron velocidad al cruzar bajo la arcada que cierra la plaza camino de Ocaña.

Kilómetro 100

Al llegar al kilómetro 100, el Rey quiso detenerse. Hoy el mojón de Obras Públicas, con la unidad seguida de dos ceros de la carretera Nacional 301 de Madrid a Murcia, está enclavado en la provincia de Toledo, en los arrabales de Corral de Almaguer, junto a la bifurcación de Vivero de la Mancha, frente a una cooperativa vinícola y una fábrica de piensos. No puedo creer, después de la zozobra vivida en Aranjuez, que el sitio escogido por Su Majestad para hacer un alto en el camino fuese en una población. Como muchas curvas han sido suprimidas y rodeos innecesarios acortados, calculo que lo que entonces era el kilómetro 100 es una agrupación de encinas, rodeado de tierra roja, arcillosa, sembrada de cereal,, con las manchas tejanas de algunos viñedos, en el hoy kilómetro 94, pasado Villatobas, no lejos de la bifurcación a Villarrubia de Santiago. Aquí el Rey se detuvo para estrechar la mano de los guardias civiles que se habían sumado a la caravana por órdenes del entonces director de la Benemérita, general Sanjurjo.

La noche era espléndida. La máxima en la zona, según leo en los periódicos de entonces, había sido de 17 grdos. Era plenilunio. No había en el cielo las brumas que en la tierra debían nublar no pocas conciencias. Detengo yo también mi coche y evoco aquellas figuras en las sombras hablando a media voz. El Rey aconsejó entonces por primera vez a los militares de su escolta que en modo alguno abandonaran sus carreras.«No es a un régimen o a otro -les dijo- a quien sirve un militar, sino a España. Y ahora España os necesita más que nunca».

Madrid, 14/04/1931. Proclamación de la Segunda República. La estatua ecuestre de Felipe III yace destruida a los pies de la base de piedra que era su pedestal+ info
Madrid, 14/04/1931. Proclamación de la Segunda República. La estatua ecuestre de Felipe III yace destruida a los pies de la base de piedra que era su pedestal

Antes de proseguir el camino, el sargento de la Guardia Civil aconsejó prudentemente a Don Alfonso que, por razones de seguridad, debía variarse el orden en que iban los vehículos. A partir de este momento -según me cuenta el teniente general Gallarza- abrió marcha la Guardia Civil; inmediatamente después seguía el coche del ministro de Marina; el tercer lugar lo ocupaba el automóvil del Rey; el cuarto, el de los ayudantes militares, y cerraba la caravana la segunda furgoneta de la Benemérita.

La Roda de Albacete

Hoy como ayer la carretera cruza por el centro mismo del pueblo. A la mitad del caserío hay una plazuela bellamente ajardinada. A la izquierda, el hostal Molina, donde se venden los mejores quesos de La Mancha. A la derecha, una estación de gasolina. Estamos en el kilómetro 211. Necesito echar gasolina. También la caravana real necesitó detenerse aquí hace 48 años para el mismo menester. Eran las doce de la noche. El pueblo no estaba en plena orgía como el de Aranjuez, pero lo había estado muy pocas horas antes. Y no tardaron los trasnochadores en advertir la presencia de aquellos extraños coches negros, inusuales por su número, por sus ocupantes y por su tamaño.

Cuando el último de ellos, en el que iban Gallarza, Uzquiano y Martín Alonso, acababa de repostar, un grupo amenazador se les echó encima creyendo que era el coche del Rey. Sacaron los militares, sin dejarlas ver, sus armas reglamentarias. No tuvieron ocasión de usarlas. El mecánico, con gran pericia, al advertir el peligro, lanzó a toda marcha el coche y, sorteando a los individuos, cruzó entre ellos como una exhalación. Se oyeron blasfemias y el rebotar de unas piedras. Fue la segunda ocasión perdida para satisfacer los deseos del señor Ossorio y Gallardo.

Los coches no volvieron a detenerse, al menos voluntariamente. Toda España conocía ya la salida de Madrid y el viaje del Rey, su itinerario, su destino, y no faltarían voluntarios para complacer los todavía no expresados anhelos del ilustre juriconsulto que llevaba como apellido una paradójica afirmación de gallardía. No obstante...

El paso a nivel

No obstante, hubo que detenerse en un paso a nivel. Hoy día, con las grandes carreteras, quedan muy pocos. (...) Detenido el cortejo motorizado ante las barreras abatidas, unos campesinos madrugadores se acercaron a curiosear. Aún era noche cerrada, pero la Luna llena iluminaba el contorno con una vagorosa claridad. Advertidos los viajeros por los incidentes de Aranjuez y de La Roda, se aprestaron para defenderse. Mas he aquí que los hombres, al reconocer al Rey, se descubrieron respetuosamente, formaron una doble fila junto al coche del Monarca, y se limitaron a llorar en silencio, sin moverse de su sitio, en tanto que los coches estuvieron detenidos. Fue un homenaje mudo, singular y patético. Cuando los coches arrancaron gritaron «¡Viva el Rey!» Y sus voces sonaron desgarradoras y angustiadas en aquellas soledades montaraces.

El recuerdo de aquellos campesinos conmovió profundamente al Monarca y no se borró nunca de la memoria de Alfonso XIII, quien relató el episodio a Cortés-Cavanillas muchos años después en el destierro.

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El segundo incidente me lo describe don Eduardo González Gallarza. Apenas los vagones de mercancías dejaron libre el cruce y las barreras del paso a nivel fueron alzadas, un coche ligero rebasó a la caravana real; saltó, dando tumbos, sobre los raíles de la vía férrea, y se lanzó a velocidades inauditas carretera adelante. Sin que los viajeros de cada automóvil cambiaran impresiones respecto al significado de aquel avance, todos intuyeron que los individuos que pretendieron agredirles muchos kilómetros atrás, en La Roda habilitaron aquel coche con intención de adelantar al del Monarca y sacarle la ventaja suficiente para poder así alertar a los pueblos muy próximos ya a Murcia, que bloquearan la carretera y apresaran al Rey.

Entonces sí se hubiesen cumplido los anhelos del señor Ossorio y Gallardo, quien muchos años después, al escribir desde el exilio sus Memorias, se lamenta de que en aquella ocasión se hubiese permitido al Rey de España mantener la cabea sobre sus hombros. Y aún añade entristecido que también fue excesiva la benignidad del primer Gobierno de la República al permitir salir vivos de España a los demás componentes de la Real Familia. ¡Esta atroz declaración la escribe, sin que le tiembre el pulso, un hombre tenido por moderado, que a la sazón era decano del Colegio de Abogados de Madrid, que había sido ministro de la Monarquía y que habría de ocupar, muy pronto, cargos de la máxima responsabilidad durante la República!

Me dice don Eduardo González Gallarza que, entendiendo todos el riesgo qeu suponía que aquel misterioso automóvil les hubiese adelantado de forma tan aparatosa, iniciaron una veloz carrera para darle alcance, llegando a sobrepasar los 130 kilómetros a la hora.

La velocidad desplegada en esta vertiginosa e insólita persecución permitió a la real caravana no sólo rebasar al sospechoso vehículo, sino calmar la lícita zozobra del almirante marqués de Magaz, capitán general del Distrito Marítimo de Cartagena quien, desde las dos y media de la madrugada, esperaba al frente de su Estado Mayor en el muelle del arsenal, y que, ante un retraso de más de dos horas, temía que hubiese pasado lo que muy bien pudo haber ocurrido en Aranjuez, en La Roda, en el paso a nivel o en las inmediaciones de Murcia.

Cartagena

Hoy, mientras escribo, llueve sobre Cartagena (...) La madrugada del 15 de abril de 1931, en cambio, el tiempo era bonancible. Comenzó a clarear cuando el coche del Rey, entre Murcia y Cartagena, avanzaba entre los eucaliptos, los pinos y las palmeras que flanqueaban y flanquean los dos bordes de la calzada. Al llegar al muelle y estrechar la mano del almirante Magaz, aún no había salido el sol. Pero ya en el Oriente los rojos y malvas anunciaban su proximidad. Fueron unos últimos minutos de intensa emoción. El almirante informó al Rey que antes de que Alcalá Zamora proclamase en Madrid la República española, ya había proclamado el señor Maciá, en Barcelona, la República catalana.

Proclamación de la República en la Diputación de Barcelona.+ info
Proclamación de la República en la Diputación de Barcelona.

Tensos los rostros, húmedos los ojos, los oficiales y jefes escucharon una vez más de labios del Rey su insistente, obsesivo consejo: no debían dimitir; su obligación era servir a España desde sus puestos; el Ejército no debía quedar desmantelado por el precepto de lealtad al Rey; él no abdicaba, sino que interrumpía sus regias prerrogativas para evitar que, por su causa, unos españoles se enfrentasen a otros en guerra fraticida. Les anunció que desde el barco que le conduciría a Marsella enviaría dos comunicados -uno al Ejército, a la Marina el otro- exhortando lo mismo que ahora de palabra les decía. Y así lo hizo; pero el nuevo Gobierno -en nombre de la libertad de información- prohibió que tales comunicados fuesen divulgados. Y los mensajes no llegaron jamás a su destino.

El Rey sube a la motora que ha de conducirle al crucero «Príncipe Alfonso», fondeado, no atracado, en el centro del soberbio puerto militar.

Llegada de Alfonso XIII a París el 17 de abril de 1931+ info
Llegada de Alfonso XIII a París el 17 de abril de 1931

Estoy situado en el mismo punto, pisando las mismas piedras, hollando los mismos peldaños por donde descendió Alfonso XIII hacia la lancha que le esperaba. Evoco su espigada figura (...) Lo evoco tal como me lo describe González Gallarza, de pie en la motora alejándose del muelle, dando un último viva a España; a esa España que no le quería y a la que él quiso tan entrañablemente, que expiró con su nombre en los labios».

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