Queipo de Llano: el olvidado golpe de Estado a favor de la República del acólito de Franco
El 15 de diciembre de 1930, el futuro general sublevado se alzó contra el la 'dictablanda' de Dámaso Berenguer en Cuatro Vientos

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Despuntaba la tarde aquel 15 de diciembre de 1930 en el Palacio del Congreso, mal día para la monarquía de Alfonso XIII, cuando el presidente Dámaso Berenguer arribó al zaguán del alcázar. El militar no guardó silencio ante los periodistas que le esperaban, pacientes: «Pocas noticias puedo dar. El incidente está completamente terminado. Los revoltosos se han rendido y otros se han escapado». Solo quedaban libres un puñado de fugitivos que, horas después, fueron cazados como conejos. Su delito: dar un golpe de Estado y proclamar la República en el madrileño aeródromo de Cuatro Vientos. El movimiento de ajedrez fue pésimo, como admitió después el oficial: «Está todo en calma. En el resto de España no hay novedad alguna, ni huelga en Barcelona».
Jaque y mate.

Pero lo llamativo del episodio no fue la sublevación, más que típica en un país acostumbrado a cambiar de sistema a golpes de timón y alzamientos militares. Lo que sorprende todavía hoy es la curiosa dupla que participó en ella. Por un lado, el hermano republicano de Francisco Franco, Ramón; por otro, el entonces desconocido general Gonzalo Queipo de Llano. Porque sí, el mismo tipo que se convirtió en la mano derecha del Caudillo a lo largo de toda la Guerra Civil y llamó a «violar a las rojas» se alzó tres años antes contra la monarquía y clamó por el advenimiento de la tricolor. Valga la respuesta que ofreció en una entrevista de 1931 para corroborar sus tendencias: «Estoy profundamente convencido de que fuera de la República no hay salvación posible para nuestra patria».
Hacia Cuatro Vientos
La fiesta arrancó de buena mañana, y ABC dio cuenta de ella en su edición del 16 de diciembre a través del relato del ministro de Gobernación, Leopoldo Matos y Massieu. «A las seis y media de hoy un grupo formado por varios oficiales, capitaneados por el general Queipo de Llano y comandante Franco, y al que seguían numerosos paisanos armados de pistolas, forzó la guardia del aeródromo de Cuatro Vientos, deteniendo al oficial de guardia y a otros dos oficiales que allí pernoctaban». El segundo era el más popular, ya que había batido el récord mundial de distancia recorrida en un vuelo con escalas en el hidroavión ‘Plus Ultra’.
Queipo de Llano gozaba de cierto anonimato entre la población, que no entre la milicia y los altos estamentos del Gobierno. Militar de carrera, fue decapitado a nivel castrense por Miguel Primo de Rivera en 1924 después de que el dictador conociese sus tejemanejes para llevar a España al parlamentarismo. Cuesta contar la ingente cantidad de veces que su nombre apareció ligado a una intentona golpista, como también resulta difícil enumerar los castigos que recibió por ello. Aunque puede que el episodio más llamativo de su juventud fuese la firma del llamado Pacto de San Sebastián, promovido en el verano de 1930 para derrocar a la Monarquía e instaurar la Segunda República. Algo surrealista si se tiene en cuenta el futuro que le esperaba.

Esta dupla se declaró dueña del aeródromo en un suspiro. Lógico, pues sus fuerzas eran mucho mayores a las que defendían el enclave. «Llegaron en dos autobuses para los servicios ordinarios de vuelo, conminando a los ocupantes para que se les unieran y encerrando en los calabozos a los que no lo hacían así», desvelaba el ministro.
Una de las primeras medidas que tomaron fue hacerse con la estación de radio del aeródromo para, a continuación, radiar la noticia de la proclamación de la República a toda España. Esperaban, de forma algo inocente, que las masas se unirían a ellos. Una y otra vez, en las ondas se escuchó el mismo mensaje de la garganta de Queipo de Llano: «¡Sublevada guarnición de Madrid; proclamada República, toque diana!», «¡Sublevada guarnición de Madrid; proclamada República, toque diana!»... Como era de esperar, aquello puso en alerta a un Berenguer que notificó, a través de papel, radio y todo lo que se terciase, que ni el Gobierno ni la Monarquía habían caído: «Don Federico Berenguer Fusté, teniente general del Ejército y capitán general de la primera región, hago saber que se declara el estado de guerra».
Desastre anunciado
Tas dos horas, la falta de apoyo condenó a Queipo y Franco. Matos lo especificó así en su informe: «Después de las ocho de la mañana, y al verse aislados en su rebeldía, sin que nadie se les uniera, empezó a cundir el desaliento entre los sublevados, manifestando algunos impaciencia por abandonar el aeródromo». Despegaron entonces varios aviones del emplazamiento para lanzar octavillas en favor del nuevo sistema. Uno de ellos, el de Ramón. Este barruntaba incluso atacar el Palacio Real, pero acabó por pensárselo. Ni el recuerdo de la sublevación de Jaca unas jornadas antes ni los fusilamientos de Fermín Galán y Ángel García Hernández le hicieron arrojar sus bombas sobre un enclave en el que, como él mismo incidió, había decenas de personas. Así lo explicó Hidalgo de Cisneros, presente en la revuelta, en sus memorias:
«Salió con su avión cargado de bombas. Desde Cuatro Vientos seguíamos a simple vista y con la emoción natural su vuelo, esperando con impaciencia las explosiones de las bombas. Pero, después de dar varias pasadas por el Palacio, vimos que el avión de Franco regresaba sin haber soltado las bombas. Cuando le preguntamos qué había ocurrido, nos contestó que en la Plaza de Oriente había muchos niños y que no se atrevió a bombardear».

A la par, la llegada de tropas leales a las órdenes del general Orgaz –gobernador interino de Madrid– terminó de estremecer a los alzados y les dio la puntilla. Estrangulados, los principales cabecillas tomaron sendos aviones y se marcharon a toda velocidad. Los cañones gubernamentales se preparaban a su vez para descerrajar sobre Cuatro Vientos una lluvia de plomo.
Todo acabó en minutos. «Se rompió el fuego por la artillería de Carabanchel, y ese momento fue aprovechado por un ordenanza, que abrió la puerta del calabozo, saliendo los oficiales que allí habían recluido, los que, en unión de algunos soldados, empezaron a desarmar a los demás y a los paisanos, que entregaron las armas sin resistencia», desveló ABC. Mientras, la bandera blanca ya se había izado. Poco más. Cesaron los bombazos, se recuperó Cuatro Vientos y la Guardia Civil y la Caballería persiguieron a los pocos fugados.
Adiós a Queipo
¿Qué pasó con Queipo de Llano? El mismo hombre cuyos restos fueron exhumados el pasado noviembre de 2022, huido en un avión Breguet, aterrizó a las cuatro de la tarde en el aeródromo de la Alberca. No fue el único. A este enclave luso llegaron también dos aparatos más. El primero, pilotado por el comandante Franco; y el segundo, con los capitanes Roa y González y Collar en sus entrañas. Todos ellos, pesos pesados de aquel entonces, fueron detenidos, como hizo saber el Gobierno poco después:
«Ayer tarde telegrafió el embajador de España en Lisboa al Gobierno que en un aeródromo próximo a aquella capital aterrizaron tres aviones en los que iban el general Queipo de Llano, comandantes Franco, Hidalgo de Cisneros, Roa y Puig, capitanes Roquet, A.González y Martínez de Aragón, teniente Coll y mecánico Rada. La Jefatura de Lisboa comunica a nuestro embajador que han sido detenidos y enviados a Mafra, quedando allí confinados».

Queipo solo pudo regresar a España tras la proclamación de la Segunda República. Lo llamativo es que lo hizo casi como un héroe. O, al menos, con una ingente cantidad de cargos bajo el brazo entregados por el mismísimo Manuel Azaña. Según el historiador Fernando Puell de la Villa, entre ellos se contaban el ascenso a general de división y su nombramiento como jefe de la 1ª División Orgánica. Él, por su parte, juró ser leal al nuevo régimen. Lo hizo convencido, como demuestra el que su hija se casara con el primogénito del entonces presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora.
Pero, como le sucedió a tantos otros, Queipo terminó desencantado con los sucesivos gobiernos de la Segunda República y con aquellos vaivenes políticos de izquierdas y derechas. Por ello, se unió a las conspiraciones de Mola para destruir el mismo régimen por el que había combatido. La razón la dejó clara en una de las muchas misivas que escribió: «Luché por la caída del gobierno de Montero Ríos […], combatí a las Juntas de Defensa, luché contra aquella Monarquía que perdió un Imperio. Y, cuando vi la República fría, muerta, sumergida en la vergüenza y el crimen, me alcé contra ella». Con todo, también añadió que «nunca pertenecí a partido alguno» y que no vistió «otra librea que la de la Patria». De su participación en la Guerra Civil ya se ha hablado por activa y pasiva. Sus soflamas enardecieron a los militares sublevados y les instaron a ser bestiales contra el enemigo.
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