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Miguel Cabanellas, el decano del Ejército que se levantó contra la II República creyendo que así la salvaría

El general masón señaló al resto de miembros de la junta el peligro a largo plazo de entregarle el mando a Franco, que había servido en sus filas en África: «Ustedes no saben lo que han hecho, porque no le conocen como yo»

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Algunos generales como Miguel Cabanellas, republicano, masón y diputado con Alejandro Lerroux, dieron el golpe de julio de 1936 pensando que solo así salvarían la República de lo que consideraban una revolución socialista en su seno. Una idea que rompe con las lecturas presentistas que luego se han hecho sobre una sublevación que solo más tarde adquirió una definición política tan pronunciada.

Como decano de los generales de división que tomaron parte en el golpe, Cabanellas presidió casi de casualidad la conocida como Junta de Burgos, que asumió en un primer momento el gobierno militar de la zona sublevada. Una posición privilegiada para ver como Franco y sus africanistas avanzaban en su propósito de hacerse con un mando único «mientras dure la guerra», y más allá.

Ya entonces este general republicano, que conocía bien a Franco, advirtió de las consecuencias a largo plazo de entregarle todo el poder.

Republicano, sí, de izquierdas, no mucho

Nacido en el seno de una familia con larga tradición militar, Miguel Cabanellas Ferrer (Cartagena, 1872) ingresó en 1889 junto a un hermano suyo en la Academia General de Toledo, ciudad donde años después se adiestraría también Franco, y más tarde en la de Caballería de Valladolid. Allí obtuvo el despacho de segundo teniente y fue enviado al regimiento de Cazadores de Villarrobledo.

El general Cabanellas Interrogando a un herido en Marruecos.+ info
El general Cabanellas Interrogando a un herido en Marruecos.

Su bautismo de fuego tuvo lugar en la guerra de Independencia de Cuba que precedió al conflicto entre España y EE.UU. de 1898. No obstante, donde Cabanellas adquirió su fama fue en suelo marroquí. Como africanista destacó en las escaramuzas del Barranco del Lobo, cuya actuación le mereció el ascenso a comandante. En 1910, propuso la creación de un escuadrón de voluntarios del Rif para formar a tropas indígenas y disciplinadas, lo que dio lugar al primer tabor de regulares de Caballería.

En julio de 1921, el curtido coronel vivió de cerca el desastre de Annual, con casi 10.000 muertos españoles, que él achacó a la falta de instrucción y al mal equipamiento de los hombres: «El efectivo de los batallones era escaso; predominaban los reclutas en algunos de ellos con escasa instrucción y sin ningún entrenamiento».

Frente a la dictadura de Primo de Rivera que siguió a este desastre militar, Cabanellas se negó a secundar al régimen por «la insolvencia mental de los que lo tramaban». En esos años de oposición a Primo de Rivera fue cesado por el régimen y entró en contacto con la masonería. Además, a finales del año 1930 se sumó a la Asociación de Ciudadanía Militar nutrida por generales de filiación republicana, entre ellos Queipo de Llano. Junto a varios de estos generales republicanos colaboró para facilitar la salida del país de la Familia Real y el cambio de sistema político. Fue nombrado por ello director general de la Guardia Civil en tiempos de la Segunda República. Sin embargo, desde el principio Manuel Azaña mostró su desconfianza hacia Cabanellas y otros militares de su entorno: «Este celo imprevisto y ardiente de Cabanellas, y la viveza casi pueril con que venía a hacer méritos, me llaman la atención y me divierten un poco. Indudablemente, quiere cubrirse. Han hablado mucho de él y no puede ignorarlo».

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Debida a su actitud ambigua en la Sanjurjada de agosto de 1932 y en los sucesos de Casas Viejas en enero del siguiente año, Azaña le destituyó de su cargo y colocó un un cordón sanitario en torno a su filiación republicana, pues de «este Cabanellas corren rumorcillos sospechosos. Él está muy tapado, pero hasta ahora nada incorrecto».

Republicano, sí, de izquierdas, no tanto. Los recelos de Azaña se confirmaron en parte con el salto en noviembre de 1933 de Cabanellas a la política como representante del Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux por Córdoba. Durante el Bienio radical-cedista (1934-1936), presidido por la derecha y el centro republicano, el veterano militar ejerció como presidente de la Comisión de Guerra, inspector general de Carabineros y luego de la Guardia Civil. En esos años mostró públicamente su adhesión a la masonería.

Crece Franco

En vísperas de la victoria del Frente Popular a principios de 1936, el murciano obtuvo el mando de la V División Orgánica, con sede en Zaragoza. Emilio Mola, que ejerció como director del golpe militar del 18 de julio, logró que se uniera a la conspiración el general Cabanellas tras una entrevista en Zaragoza el 7 de junio en la que acordaron las medidas para dominar la oposición que «opondría la gran masa sindicalista» y la organización de las «columnas que habían de oponerse a que los catalanes pudieran invadir el territorio aragonés».

De los 24 principales generales, solo cuatro participaron en la sublevación de 1936. De ahí lo importante de que se uniera Cabanellas, un símbolo del Ejército, para decantar a los mandos más vacilantes. Si bien la temprana desaparición de Sanjurjo, otro de los caballecillas de la conspiración, convirtió a Cabanellas en el general rebelde de mayor graduación y, según las normas militares, el jefe supremo, los numerosos mandos escorados a la derecha y cada vez más radicalizados trabajaron para desplazar a aquel general republicano y masón del golpe.

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Los primeros meses de existencia de esta Junta de Defensa Nacional presidida por Cabanellas se caracterizaron por un permanente estado de emergencia y por las atrocidades que se estaban cometiendo en la retaguardia, así como por la incapacidad de desarrollar un programa político propio debido al escaso éxito de la sublevación.

Aunque no ingresó en la Junta de Defensa hasta el 3 de agosto del primer año de guerra, Franco no tardaría en asumir un protagonismo enorme. Desde la presidencia de esta junta de militares, Cabanellas intentó evitar el aumento de poder y protagonismo de este general al frente de la unidad de élite del Ejército. Este africanista, que hasta entonces no había participado abiertamente en política, formó una especie de equipo de campaña político con Orgaz, Kindelán, Yagüe y Nicolás Franco, su hermano, con el propósito de ascender hasta la jefatura de la Junta de Burgos y luego a la jefatura del Estado. La excusa para lograrlo era que un mando único aumentaría la unidad y daría más eficacia a las filas nacionales frente a los desunidos republicanos.

El general Cabanellas, tras su nombramiento como director de la Guardia Civil.+ info
El general Cabanellas, tras su nombramiento como director de la Guardia Civil.

«La Junta de Burgos tuvo un presidente, que fue el general Cabanellas, antiguo masón, y que se llamaba republicano (todavía se lo llamó en los primeros días). Por tanto, la jefatura de Franco no existía ni de cerca ni de lejos; sólo se pensó en ella , muy tarde, probablemente por imposición de los directores extranjeros. Era menester alguien con quien se entendiera directamente Alemania e Italia, y se decidió que fuese Franco. Era más joven, tenía menos derrotas sobre sí que los demás, sonaba menos a generalote de estampa antigua, y además había dirigido la Academia General Militar y tenía más ascendiente que los otros sobre los jefes y oficiales del Ejército; por último, no tenía la fama abrumadora de inmoralidad e ignorancia que pesa sobre casi todos sus compañeros de rebelión», escribía en un artículo titulado ‘La improvisación del caudillaje de Franco’ el ABC de Madrid, esto es, el periodico incautado por los republicanos durante la guerra.

Que Franco hubiera monopolizado los tratos con la Alemania Nazi, que resultara simpático a los generales monárquicos y que fuera muy popular tras romper el asedio del Alcázar de Toledo impulsaron sus aspiraciones sobre otros militares más activos políticamente en el pasado. Franco consiguió así el mando único tras sendas reuniones en Salamanca, celebradas en el aeródromo de San Fernando, el 21 y el 28 de septiembre de 1936, en las que asistieron los generales Cabanellas, Queipo de Llano, Orgaz, Gil Yuste, Mola, Saliquet, Dávila, Kindelán y el propio gallego, junto a los coroneles Montaner y Moreno Calderón. Si bien no existen documentos fiables sobre cómo se desarrollaron estas reuniones, según una versión Mola fue quien recibió más votos, pero como solo era un general de brigada retiró su candidatura. La votación final se resolvió con todos los miembros de la Junta respaldando a Franco, a excepción del liberal Cabanellas, que se opuso públicamente al nombramiento como Generalísimo.

Un tuerto entre ciegos

Cabanellas señaló al resto de miembros de la junta el peligro a largo plazo de entregarle el mando a Franco, que había servido en sus filas en África: «Ustedes no saben lo que han hecho, porque no le conocen como yo, que le tuve a mis órdenes en el ejército de África [...]. Si, como quieren, va a dársele en estos momentos España, va a creerse que es suya y no dejará que nadie le sustituya en la guerra ni después de ella, hasta su muerte». Su idea, en cambio, era la de mantener un directorio militar formado por cinco generales, presidida por Mola, a la que se incorporarían dos generales adeptos a Franco. Así se lo plantearon Mola, Queipo y Cabanellas directamente a finales de 1936 al inminente dictador, que sin llegar a rechazar el plan siguió con su propia estrategia.

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Cuando Franco se proclamó también «jefe de Estado» esas fechas, sin aclarar hasta cuándo lo hacía o cuál eran los límites de su poder, hubo muchos colegas militares que en privado mostraron sus reservas, pero que en medio de una guerra desesperada prefirieron no tomar medidas ante la vaga esperanza de que la nueva dirección era algo temporal. Pero en cuanto asumió todos sus poderes, Francisco Franco creó la Junta Técnica del Estado, que entre sus primeras medidas apartó a los disidentes y Cabanellas de toda responsabilidad, escogiéndole para el cargo honorífico de inspector general del Ejército. Murió el laureado general, en este cargo, el 14 de mayo de 1938 a los sesenta y seis años sin que tuviera apenas eco en la prensa.

«El ilustre general Cabanellas gravemente enfermo en Málaga. El general don Miguel Cabanellas ha sufrido una grave recaída en la enfermedad que padece, siendo su estado tan grave que hoy le han sido administrados los Santos Sacramentos en presencia del obispo de Málaga. Esta noche el estado del ilustre enfermo era desesperado, encontrándose en el lecho rodeado de sus hijos. Durante el día se han recibido numerosos telegramas de toda España interesándose por el estado del paciente. Se teme un fatal desenlace», escribía ABC unos días antes de su muerte. Cuando esta tuvo finalmente lugar, el diario se limitó a poner una fotonoticia con su fallecimiento.

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