ABC, contra la discriminación de la mujer en la Iglesia en pleno franquismo: «¿Podría ser, incluso, Papa?»
En 1971, la revista ‘Blanco y Negro’ puso sobre la mesa el polémico debate celebrado en el Sínodo de los Obispos, en presencia de Pablo VI, donde los cardenales discutieron la necesidad de que las féminas no fueran excluidas de los ministerios eclesiásticos: «No existe ningún obstáculo teológico»
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El debate sobre la necesidad de que en la Iglesia hubiera mujeres-sacerdote fue presentado por la revista ‘Blanco y Negro’, cuatro años antes de la muerte de Franco, mediante un amplio reportaje de cuatro páginas que incluia una entrevista al cardenal canadiense George Bernard Flahiff y al arzobispo jamaicano Samuel Carter. Pocas semanas antes, ambos habían planteado el «problema» en el Sínodo de los Obispos celebrado en Roma en presencia del Papa Pablo VI, lo que «suscitó estupor y diversidad de opiniones».
+ infoTodo comenzó cuando el primero lanzó su ‘bomba’ en la asamblea celebrada el 11 de octubre de 1971, con el Sumo Pontífice sentado en el centro de la mesa de la presidencia junto con monseñor Rubin, secretario general del Sínodo, y los presidentes de las delegaciones.
Así lo recordaba el cardenal canadiense en esta casa: «Cuando puse sobre el tapete el problema de las mujeres-sacerdote, en el aula del Sínodo se hizo de repente un silencio profundo. Parecía que los obispos se hubiesen convertido en estatuas de sal. Era el silencio que sigue al estallido del trueno en un día de sol. Estoy seguro de que todos han comprendido el espíritu de mis palabras y recordado uno de los postulados del Concilio Vaticano II: la abolición de toda discriminación respecto a las mujeres».
Delante del Papa se encontraban 350 asientos colocados en semicírculo y divididos en tres sectores, aunque no estuvieran todos ocupados. Aquella mañana se habían presentado 202 padres sinodales, suficientes como para que la polémica estuviera servida, ya que ponía en duda todo lo planteado durante los casi dos mil años de historia de la Iglesia. De ellos, solo 18 habían pedido la palabra para opinar sobre el tema del ministerio sacerdotal. El primero, Flahiff, que preguntó a los obispos: «¿Qué hemos hecho hasta ahora en este campo?». La respuesta, sin embargo, la tenía clara: «Bien poco. Es verdad que para San Pablo la mujer de la Iglesia debe callar. Pero no existe ningún obstáculo teológico que pueda cerrar para siempre las mujeres las puertas de los ministerios eclesiásticos. Yo pido que el Santo Padre nombre una comisión de estudio para examinar a fondo este problema».
Ministerio de institución divina
Muchos obispos sabían que el episcopado canadiense ya había decidido, casi por unanimidad —64 síes y solo un no—, presentar en el Sínodo la petición de abrir a las mujeres las puertas de los ministerios eclesiásticos. Frente a esto, ‘Blanco y Negro’ también preguntó a los que se oponían a este histórico cambio, entre los que estaban un teólogo de ‘L'Osservatore Romano’, Gino Concetti, y una destacada exponente del movimiento femonista católico. «Pero, ¿qué ministerios?», cuestionó el primero, antes de contestar él mismo: «Puede haber mujeres que ayuden a Misa y lean las epístolas durante la celebración, pero el sacerdocio es un ministerio de institución divina: su contenido no puede ser modificado por la Iglesia».
+ infoAl parecer, la pregunta que quedó en el aire tras las palabras de Flahiff fue: ¿el episcopado canadiense quería llegar tan lejos como pedir la ordenación sacerdotal de las mujeres o no? El cardenal canadiense nunca precisó qué entendía por ‘ministerios’, por lo que cada uno lo interpretó como quiso. Por eso quiso aclarar ahora en nuestra revista que su episcopado «jamás quiso asignar un límite a la palabra ‘ministerios’. Pedimos que estos límites sean fijados por la comisión de estudio nombrada por el Papa, siempre que él considere justo aceptar nuestra propuesta. Yo, personalmente, considero que el concepto ‘mujer-sacerdote’ no es, en absoluto, absurdo».
Al ‘trueno’ de Flahiff le siguió el ‘rayo’ de Samuel Cárter, arzobispo de Kingston (Jamaica), quien no fue precisamente ambiguo a la hora de mostrar sus deseos: «No creo que existan razones teológicas para excluir a las mujeres del sacerdocio. Creo que existen solamente razones culturales. ¿Son aún válidas? Todo lo que pido es que se lleve a cabo un estudio para responder a esta pregunta. Mucho se está discutiendo sobre el problema del celibato de los sacerdotes. Pues bien, yo pienso que, en mi país, muchos católicos consideran preferible tener como sacerdotes a mujeres solteras que a hombres casados. Nuestras monjas, por ejemplo, se han visto en la necesidad de sustituir a los sacerdotes para dar la comunión a los enfermos y enseñar el catecismo en las parroquias. Y los resultados han sido muy positivos».
¿Una mujer Papa?
Este debate del Sínodo de 1971, sin embargo, no era nuevo. Dieciséis siglos antes, algunos obispos suscitaron la cuestión de la ordenación sacerdotal de las mujeres. Incluso algunas fueron ordenadas sacerdotisas. Pero la respuesta de la Iglesia fue inmediata. El Concilio de Laodicea, en el año 364; el de Zaragoza, en el 380, y el Nemacense, en el 394, consolidaron la exclusividad masculina, amenazando con la excomunión a los transgresores. San Epifanio, en la segunda mitad del siglo IV, precisó que fue el mismo Cristo quien las excluyó, incluso a su propia madre. A finales del siglo V, el Papa Gdasio dedicó graves amenazas contra algunos de los defensores del derecho de las mujeres al sacerdocio.
+ infoContrario a este, el padre Giuseppe Concetti expuso el siguiente razonamiento en ‘Blanco y Negro’: «Si mañana la mujer se convierte en sacerdote, ¿por qué pasado mañana no puede llegar a obispo y luego, incluso, a Papa? Quien sostiene que no existen motivos teológicos en contra de la ordenación sacerdotal de las mujeres debe tener el valor de llegar a las más extremas consecuencias, pero no lo hace por no exponerse al ridículo. Por otra parte, muchos obispos que no piensan como Flahiff o como Carter permanecen en silencio porque temen disgustar a las mujeres».
Carter, por su parte, argumentaba que Jesús había nacido de una mujer y, antes del nacimiento, ya había existido el consentimiento de la Virgen a la petición del Ángel. «Con eso quiero decir que, aunque Cristo haya sido hombre, la mujer ha contribuido a la redención. Y puesto que el papel social que la mujer tiene hoy es muy diferente al que tenía hace dos mil años, yo me pregunto si es aún justo negar a la mujer la ordenación sacerdotal. Estudiemos el problema. Si quienes lo estudien deciden que todavía lo es, yo entonces diré también que sigue siendo todavía justo el negarle la ordenación. Comprendo que el hombre de la calle puede escandalizarse ante la idea de la mujer-sacerdote, porque, quizá, piensa inmediatamente en la mujer-obispo y en la mujer-Papa. Pero pregunto: ¿se escandalizarían ante la idea de tener una mujer como primer ministro? Creo que sí. Y, no obstante, existen en el mundo mujeres primeros ministros, como Indira Gandhi o Golda Méir, y ni los indios ni los judíos se escandalizan».
Prejuicios sociales
Alentados por las palabras de Flahiff y Carter, los movimientos feministas católicos que luchan por la liberación de la mujer se pusieron manos a la obra, a lo que Concetti reaccionó de inmediato: «La propuesta de Flahiff y Carter puede originar una peligrosa confusión en un momento ya bastante crítico para la Iglesia. Los argumentos de Flahiff y Carter no son válidos, porque no tienen en cuenta la realidad sacramental del propio sacerdocio. Es Cristo quien lo ha instituido y quien ha transmitido los poderes a los apóstoles. Y los apóstoles han transmitido el sacerdocio a sus sucesores. Ahora reflexionemos sobre estos dos puntos: sabemos que Cristo llamó uno por uno a los doce apóstoles, y no llamó a doce hombres, ni siquiera a una. En segundo lugar, los apóstoles transmitieron el sacerdocio solamente a hombres. Habrían podido ordenar sacerdote, por lo menos, a una mujer, pero no lo hicieron. ¿Por qué? ¿Por razones de carácter sociológico? Nada de eso; sabemos muy bien que entre los pueblos donde se difundió el cristianismo existían sectas religiosas en las que las mujeres desempeñaban funciones sacerdotales. Incluso, con frecuencia, el éxito de tantas religiones paganas se debía, precisamente, a las sacerdotisas. El cristianismo se hallaba en competencia con otras religiones y para los apóstoles y sus sucesores, excluir a las mujeres debió constituir una grave dificultad. ¡Nada de prejuicios sociales!».
Y añadía: «Lo cierto es que la teología no puede estar condicionada por argumentos de carácter histórico o social. Es, precisamente, en el plano teológico donde debe buscarse la verdad. El sacerdote desempeña en la comunidad la función de representar a Cristo. Esta misión, en toda la tradición bíblica, está reservada exclusivamente al hombre. Ninguna exigencia pastoral, ninguna emancipación de la mujer pueden infringir una norma que forma parte de la disciplina apostólica y que, por consiguiente, es inmutable. Es absurdo preguntarse qué sucedería si Cristo naciese hoy o mañana, o dentro de dos mil o cuatro mil años. Nació cuando nació. Y nació hombre, y llamó como apóstoles a doce hombres, y sobre esos doce hombres fundó su Iglesia. Ni Flahiff, ni Carter, ni todas las feministas de este mundo podrán borrar esta circunstancia».
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