Pastores de biodiversidad

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La trashumancia no es un anacronismo. Aún hay pastores que recorren la Península dos veces al año en busca de los mejores pastos

Día 13/05/2011 - 10.16h

Las imágenes de los rebaños saltan a las páginas de los periódicos cuando pasan por algunas de las ciudades enclavadas en su trayecto hacia los pastos. Son imágenes festivas, coloridas, ruidosas... Pero tras esta parada sin fonda el camino vuelve a hacerse áspero y solitario para los aproximadamente doscientos pastores que aún realizan la trashumancia a pie en nuestro país. Se calcula que otros 1.500 hacen desplazamientos de largo recorrido en camiones, pero no existe censo ni registro ganadero de la trashumancia. En ese camino parejo al transcurrir de la naturaleza los pastores guían a sus rebaños hacia los pastos del sur, los de las dehesas, en invierno, y hacia los pastos del norte, los de los puertos, en primavera.

Pastores de biodiversidad

Llevan haciéndolo así desde hace siglos, en una actividad que ha pasado de generación en generación, recorriendo las vías pecuarias, que conforman una red de caminos de más de 100.000 kilómetros de longitud, ocupando 400.000 hectáreas de superficie o, lo que es lo mismo, el 1% de nuestro territorio. Como recuerda Jesús Garzón, presidente de la Asociación Trashumancia y Naturaleza, quien lleva años defendiendo la razón de estos caminos ganaderos, se trata de «un patrimonio único en el mundo, con rutas que van desde el Pirineo a Gibraltar y desde la costa de Valencia o Murcia hasta las montañas de Sanabria».

Muchos de estos pastores trashumantes están a punto de partir de sus cuarteles de invierno en el sur hacia los ricos pastos de verano, en la Cordillera Cantábrica, el Sistema Ibérico, el Sistema Central y los Montes Universales. Nos encontramos con algunas de estas gentes trashumantes hace pocas semanas en Córdoba, donde el Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino (MARM) organizó las jornadas «Trashumancia, una forma mágica de vivir». Mágica... porque «ha transformado nuestro territorio», afirma Garzón, «modelando bosques amables para el hombre y permitiendo un uso forestal y ganadero», pero lo cierto es que la vida de los pastores trashumantes rezuma dureza.

Obstáculos en el camino

Nos lo cuenta Ismael Martínez, pastor y presidente de la Asociación Nueva Mesta de Albarracín, quien en noviembre partió junto a otras familias desde Guadalviar (Teruel) siguiendo la Cañada Real Conquense hasta la provincia de Jaén. Allí ha pasado el invierno con otras familias que forman parte de su campamento y con las 6.000 cabezas de ganado (ovejas y vacas) que han guiado desde el corazón de la sierra de Albarracín. En Vilches y La Carolina han arrendado sendas fincas de dehesa para que su ganado pueda pastar. A pesar de que es el hombre, con su ganado, quien ha creado y mantiene las dehesas —«los pastos, si no se pastan se pierden, aquí no hay medias tintas», como recuerda Jesús Garzón—, estos pastores cada vez lo tienen más difícil para encontrar fincas para alimentar a su ganado. La mayor rentabilidad de los cotos de caza tiene la culpa.

Pero no son las únicos problemas con los que se encuentran los pastores trashumantes en el siglo XXI. Para hacerse una idea de los obstáculos que enfrentan, baste decir que 70 carreteras cruzan la cañada conquense, que tiene una longitud de 450 kilómetros, y solo existen dos señales que adviertan del paso de ganado. Los abrevaderos son escasos. Si no fuera por los camiones con agua que los pastores encargan, el ganado podría pasarse jornadas sin agua, cuando es necesario que beban más o menos cada 15 kilómetros. El grito es unánime: «Las cañadas están intransitables», víctimas de la usurpación por parte de propietarios privados y del mirar hacia otro lado de las distintas administraciones.

María Rodríguez, única mujer que hace la trashumancia en España, junto a su marido Andrés y otras tres familias, asegura que «la realidad solo la conocen quienes hacen el camino paso a paso y día a día». «Puede parecer muy bonito —te levantas con la naturaleza y te acuestas con las estrellas—, pero a la hora de la verdad los ganaderos somos invisibles y es difícil sobrevivir haciendo la trashumancia». Y eso, a pesar de que el alimento y la lana que produce esta ganadería es de excelente calidad, pues «reciben dos primaveras», según explica Ismael Martínez, algo que solo ocurre con los ñus en África.

Ahora el MARM, consciente del «sentido histórico de la trashumancia, pues este país sería distinto si ésta no hubiese existido», en palabras de Jesús Casas, director general de Desarrollo Sostenible del Medio Rural, quiere hacer de la trashumancia un símbolo de la nueva lectura que debe hacerse del territorio, donde deben convivir la conservación y el uso.

Marco legislativo

Así, además de un programa de apoyo a la trashumancia que el ministerio puso en marcha en 2009 con un presupuesto de 1,6 millones de euros, la ministra Rosa Aguilar anunció en ese encuentro con pastores trashumantes que se trabaja en la elaboración de un Libro Blanco de la Trashumancia, en el que se recoja «un diagnóstico claro de la situación, con sus fortalezas y sus debilidades; las perspectivas de futuro de la actividad; propuestas de actuación y qué decisiones en materia normativa tenemos que llevar a cabo». Un documento que se prevé esté terminado a final de año, según Jesús Casas, quien también explica que en el marco europeo se trabaja para que la reforma de la Política Agraria Común (PAC) para el periodo 2014-2020 incluya una línea de ayudas a la trashumancia, que «puede representar el futuro de estas gentes».

Un futuro que pasa hoy más que nunca por la conservación del territorio, pues si durante siglos la trashumancia vivió su momento dorado de motor económico, hoy cobra más valor por su ayuda a conservar los ecosistemas. Así, el ganado trashumante mantiene los pastos, fertiliza los suelos pobres y esqueléticos de la Península, dispersa semillas, disminuye el riesgo de incendios, contribuye a luchar contra el cambio climático —los pastizales constituyen uno de los mayores sumideros mundiales de carbono—, y los pastizales dan cobijo a especies como el quebrantahuesos y el oso pardo en el norte y al águila imperial ibérica y al lince ibérico en el sur. Jesús Garzón lo tiene claro: «En un país de desequilibrios climáticos como el nuestro, si no existiera la trashumancia, habría que inventarla».

Turismo, pastores por diez días

Ayuda a conservar los ecosistemas, pero la trashumancia del siglo XXI debe también tratar que estas vías tengan otros usos, como el turismo ecológico y responsable. Una apuesta que se estudiará en ese Libro Blanco de la Trashumancia, y que ya cuenta con un ejemplo en Jaén. Allí Pedro Pérez, ganadero trashumante, ofrece a los turistas ser pastores por cinco o diez días acompañando a un rebaño de mil ovejas, 150 cabras y 30 vacas por veredas, cordeles, coladas y cañadas desde las montañas de Sierra Morena hasta las de la Sierra de Segura. Los acompañantes vivirán intensamente la gestión que los pastores hacen del ganado. Sin duda, una aventura trashumante por las sierras jienenses difícil de igualar. «Es una forma de sacar algo más rentabilidad al asunto y de acercar a la gente a esta realidad, que la vivan, para que así también ayuden a conservar», afirma Pérez.

Además, la trashumancia ayuda a fijar población rural y, en consecuencia, a vertebrar el territorio. Desde el Ministerio de Medio Ambiente, Jesús Casas entiende que «el desarrollo ya no es viable partiendo el territorio en dos —las ciudades y los campos que nos suministran el alimento—, sino que el territorio debe desarrollarse armónicamente. No podemos prescindir del 80% de nuestro país», dice rotundo.

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