Desde que leí, mediados los ochenta, «El año de la muerte de Ricardo Reis», siempre asocié la obra de José Saramago a una pertinaz lluvia oblicua. Y esa imagen define al autor de manera rotunda porque, como el meteoro, anuncia elementos subidos, esperados, pero tratados con una intensidad y un sesgo que lo hacen diferente, incluso inquierante.
ABC
El escritor José Saramago
Luego vinieron otras obras, otras novelas no menos impresionantes, como «Memorial del convento» y «La balsa de piedra», donde Saramago retomó la vieja idea unamuniana de un iberismo que en Portugal tuvo su mayor valedor en Miguel Torga. Más tarde, y a raiz de la publicación de «El Evangelio según Jesucristo,» ya en el 91, y gracias a una polémica sin precedentes en Portugal, abandona el país para establecerse en España y la fama, reservada hasta entonces a un gran puñado de adeptos, sin llegar nunca a la condición secreta de autor de culto, salta ahora a esa ambigua condición de escritor de éxito.
A partir de entonces, a Saramago comienza a identificársele con una serie de gestos de hombre público que hasta entonces él, que había llegado tarde a la literatura, había rehusado con actitud de hombre tímido. Pero es que todo había sido dispuesto para que las cosas fuesen así, se desarrollasen de esta manera y la figura de Saramago, en este sentido, siempre ha tenido algo de fatalista, de hombre ligado a un destino y llevado por fuerzas que le superaban.
Su figura siempre ha tenido algo de fatalista, de hombre ligado a un destino y llevado por fuerzas que le superaban
Estaba también por ahí una escritora de talla, Agustina Bessa Lluis, pero sus limitaciones tenían que ver, al igual que Torga, poco con sus dotes literarias y todo con el tiempo que le tocó vivir. Saramago significaba ya otra cosa.
Las dificultades con las que se ha topado en su vida han sido incontables y bien puede decirse que de todos los candidatos portugueses al Nobel, él ha sido el único de verdadera raigambre popular, sus «Pequeñas Memorias» publicadas hace poco rememorando sus días de infancia en Azinhaga son entrañables y llenas de melancolía por lo que tienen de justa descripción de una época definitivamente ida. Este hecho no es baladí y ha contribuido a identificar a un escritor con un país, pariente pobre de una Unión Europea que hasta hace poco ni siquiera tenía en cuenta al pequeño país de los descubrimientos marítimos que inauguraron la Edad Moderna.
Biografía
Nacido en 1926, hijo de José de Sousa y María la piedra, una pareja de campesinos sin tierra y sin recursos económicos, José Saramago siempre identificó su carácter como proveniente de ese origen, incluso el hecho, que parecería hoy baladí si no gracioso, de que el funcionario encargado de registrar su nombre se equivocara y en vez de ponerle Sousa de apellido le colocase ese Saramago que es el nombre de una planta que crece por el Alentejo con cierta profusión, contribuyó a ello.
El que luego sus padres emigraran a Lisboa y José de Sousa tuviese que ejercer de policía, el que José tuviera que dejar los estudios porque no podían pagarle la escuela, el que entrara a trabajar en una herrería mecánica para luego ir mejorando y entrar de auxiliar administrativo de la Seguridad Social y poco a poco ir decantándose por la literatura hasta dar el salto con dos novelas, «Tierra de pecado» y «Claraboya», de las que no vendió nada; el hecho, incluso, de que el periodismo le salvara, entrando a formar parte de «Diario de Noticias», haciendo de él una versión fatalista, como sucedía en España e Italia, de un peculiar y dramático «self made man»; el hecho, también, de entrar a formar parte del Partido Comunista, una organización que ha gozado de muchas simpatías en Portugal porque en cierta época se la identificó como un modelo moral, todo ello ha contribuido a que el destino del Portugal moderno y el de Saramago se confundieran hasta el punto de que, a pesar de vivir en Lanzarote y de las polémicas que le han acompañado en su país desde la novela sobre el mensaje evangélico, que chocó con las instituciones católicas y sociales, es obvio que todo el mundo fuera de Portugal identifica a Saramago con aquel país como su representante cultural más acendrado.
Saramago ha representado como nadie al Portugal que se integró en la Unión Europea, al Portugal que supo desligarse del destino secuestrado al que Salazar le mantuvo durante unos años de hierro, al Portugal que mira por primera vez desde hace muchos años hacia adelante. Y lo cierto es que Saramago ha abierto los caminos para que la literatura portuguesa sea conocida fuera de sus fronteras y en cierta manera no se puede entender la fama que posee Antonio Lobo Antunes en Francia, pongamos por caso, sin atender a la brecha profunda que años antes ofreció José Saramago.
Todo, pues, ha contribuido a que su vida y su leyenda fuese de la manera que ha sido. Incluso la publicación tardía contribuyó a ello, pues hizo que su figura fuese conocida en el momento justo en que tenía que serlo. Bien puede decirse que el caso de Saramago tiene mucho de providencial porque da la impresión de que tenía que haber sido inventado si no hubiese existido.
Todo esto es muy portugués y el fatalismo que determina cada uno de sus libros, en especial «Ensayo sobre la ceguera», que publicó en 1995, del que muchos opinan que es su mejor novela, ese especial ahínco en determinar con precisión la decadente visión de nuestro mundo y, a la vez, de salvarlo gracias al personaje que no acepta ese estado de cosas, parecería hecho aposta, como si sólo él hubiese podido descubrir en mil y una facetas el imaginario del alma portuguesa, las fantasías en las que se sustenta.
Prácticamente fue el año 80 cuando Saramago comenzó a publicar en serio con «Alzado del suelo», hasta entonces sus obras anteriores pueden ser calificadas de ensayos preparatorios. Una edad ya avanzada para alguien nacido en el 26. Pero conmueve y asombra repasar, aunque sea de manera somera, la cantidad de obras que Saramago ha publicado desde aquella fecha, más de veinte libros con títulos tan significativos, aparte de los ya mencionados, como «Historia del cerco de Lisboa», «La segunda muerte de Francisco de Asís», «Todos los nombres», «La caverna», «El hombre duplicado»…
En fin, una serie de títulos que nos hablan de una capacidad de trabajo poco común, una capacidad que no le ha abandonado desde que a la edad de doce años tuvo que ponerse a pensar en la mejor manera de sobrevivir y no se le ocurrió otra cosa que meterse en una escuela industrial mientras se leía toda la biblioteca municipal de su barrio. Quizá no haya mejor imagen del escritor que ésta a sus doce años. Lo dice todo.


