Vivir en la ciudad sin renunciar a parte de la naturaleza es uno de los objetivos de Terapia Urbana, una iniciativa empresarial lanzada en 2010 y que surgió a raíz de una investigación que comenzó cuatro años antes en la Universidad de Sevilla. Los jardines verticales que ponen en marcha en esta empresa son una prueba de cómo las ideas que se desarrollan en la universidad pueden tener una aplicación más allá de ella. Y no se trata sólo de una cuestión estética. La instalación de este tipo de vegetación en las fachadas exteriores de los edificios mejora el aislamiento y disminuye el gasto en climatización en torno a un 23% según diversos estudios, lo que se traduce en una reducción anual del 8% del consumo energético. Las tres patentes registradas a raíz del trabajo realizado dentro de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Agronómica de la Universidad de Sevilla y ahora cedidas a Terapia Urbana son el corazón de la empresa, una forma de “dar valor a ese trabajo” según explican sus fundadores. Los investigadores Rafael Fernández, Luis Pérez y Antonio Franco, que trabajaron para desarrollar esas patentes en el mundo académico, son los que las explotan comercialmente junto a otros socios, apostando por una arquitectura sostenible que pretende incorporar elementos naturales en las zonas urbanas para mejorar la calidad ambiental.
Lo novedoso de un jardín vertical, además de hacer más eficientes a los edificios, es que permite utilizar una superficie que de otro modo no se podría explotar. “Los beneficios son los mismos que en el caso de un jardín horizontal, pero no necesitas una superficie enorme para la plantación”, añade el responsable técnico y comercial de la empresa, Fernando Hidalgo. Las patentes de la Universidad son las que han hecho posible el crecimiento de Terapia Urbana. La primera de ellas consiste en un jardín vertical activo, que es más costoso de realizar porque se encuentra conectado a una instalación de ventilación que depura el aire. La segunda son los lienzos naturados, un jardín de interior a modo de cuadro que se comercializa bajo la marca Slimgreenwall. Por último, el sustrato que hace posible ambos jardines también tiene su propia patente. Se llama Fytotextil y, según detallan sus creadores, “es una combinación de materiales inorgánicos con los que se crean una serie de bolsillos en los que se coloca la planta”. Desde Terapia Urbana matizan que no se trata de un sustrato convencional sino de una especie de tela combinada en varias capas.
El jardín autónomo
La idea del jardín vertical de Terapia Urbana es, por un lado, aprovechar espacios hasta ahora baldíos y, por otro, facilitar en gran medida que los jardines estén bien cuidados con una mínima presencia humana. “Un jardín requiere de un nivel considerable de mantenimiento”, comenta Hidalgo. Por ello, a partir de cierto tamaño, su sistema ofrece un control exhaustivo de las condiciones de funcionamiento. Unos sensores regulan las condiciones de funcionamiento del jardín: humedad, temperatura en el sustrato, el nivel de concentración de sales en el agua o el nivel de PH entre otros aspectos. Esos datos se envían a un ordenador, que es el encargado de controlar los procesos. Además, el agua de riego se reutiliza en un circuito cerrado, por lo que sus creadores destacan la importancia de controlar sus propiedades. Cuando el tanque del que se obtiene el agua originalmente detecta que esta se está agotando mediante una válvula, se vuelve a llenar de forma automática. El software que controla esos sensores es una aplicación web que ha sido desarrollada junto con la empresa Idener, otra spin-off de la Universidad de Sevilla orientado a las tecnologías energéticas sostenibles. Su último proyecto, el que recibe a los visitantes del Hospital Quirón Sagrado Corazón de Sevilla, incluye 1.400 plantas y, según explican, incluye “los últimos avances en investigación sobre cultivo de vegetación en jardines verticales”.
Servicio bioclimático
El departamento de I+D+I de Terapia Urbana también dispone de líneas de investigación abiertas en la creación de huertos verticales. “Responde a una tendencia creciente de querer llevarse una parte del campo a la ciudad. El éxodo de la gente a las ciudades, además, ha llevado a que haya muchas iniciativas abiertas”, añaden. Pero el salto del jardín al cultivo agrícola con vegetales y hortalizas no es tan sencillo. Hidalgo explica que existen problemas inherentes al cultivo de las hortalizas en modo vertical. Su desarrollo no puede controlarse tan bien como en el caso de las plantas y algunas necesitan de mucho sustrato para crecer con normalidad.
Pese a las patentes, la investigación en la Universidad y el trabajo diario en Terapia Urbana, sus miembros son conscientes de que la implantación masiva de este tipo de jardines, en este momento, es muy difícil. El precio de los jardines verticales se sitúa entre 400 y 1.000 euros el metro cuadrado en función de la complejidad del sistema, aunque también se comercializan módulos que permiten que sea el propio usuario el que realice el ecosistema. La selección de plantas puede realizarla el propio cliente o bien encargarle a la empresa que las elija. Pero en Terapia Urbana quieren desterrar la idea de un jardín vertical como un simple conjunto de flores. “Nosotros no tenemos una floristería, ofrecemos un servicio bioclimático”, añaden.
Los obstáculos para la expansión de este tipo de jardines tienen también un importante elemento cultural, el hecho de que dejen de verse como algo puramente decorativo para empezar a considerarse además como una fórmula de eficiencia energética. “Hemos estado en Reino Unido, Holanda y Bélgica buscando partners. En estos países los jardines verticales están más valorados, más arraigados como un elemento cultural que en España”, concluye Hidalgo. Tal vez esto empiece a cambiar pronto. La climatización de edificios supone el 60% de su consumo energético en la Unión Europea, según el Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía.