CAPÍTULO IV
DIES HOMINIS
El domingo día de alegría,
descanso y solidaridad
La « alegría plena » de Cristo
55. « Sea bendito Aquél que ha elevado el gran
día del domingo por encima de todos los días. Los cielos y la tierra, los ángeles y los
hombres se entregan a la alegría ».(99) Estas exclamaciones de la liturgia maronita
representan bien las intensas aclamaciones de alegría que desde siempre, en la liturgia
occidental y en la oriental, han caracterizado el domingo. Además, desde el punto de
vista histórico, antes aún que día de descanso más allá de lo no previsto
entonces por el calendario civil los cristianos vivieron el día semanal del Señor
resucitado sobre todo como día de alegría. « El primer día de la semana, estad todos
alegres », se lee en la Didascalia de los Apóstoles. (100) Esto era muy destacado
en la práctica litúrgica, mediante la selección de gestos apropiados. (101) San
Agustín, haciéndose intérprete de la extendida conciencia eclesial, pone de relieve el
carácter de alegría de la Pascua semanal: « Se dejan de lado los ayunos y se ora
estando de pie como signo de la resurrección; por esto además en todos los domingos se
canta el aleluya ».(102)
56. Más allá de cada expresión ritual, que puede
variar en el tiempo según la disciplina eclesial, está claro que el domingo, eco semanal
de la primera experiencia del Resucitado, debe llevar el signo de la alegría con la que
los discípulos acogieron al Maestro: « Los discípulos se llenaron de alegría al ver al
Señor » (Jn 20,20). Se cumplían para ellos, como después se realizarán para
todas las generaciones cristianas, las palabras de Jesús antes de la pasión: «
Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo » (Jn 16,20).
¿Acaso no había orado él mismo para que los discípulos tuvieran « la plenitud de su
alegría »? (cf. Jn 17,13). El carácter festivo de la Eucaristía dominical
expresa la alegría que Cristo transmite a su Iglesia por medio del don del Espíritu. La
alegría es, precisamente, uno de los frutos del Espíritu Santo (cf. Rm 14,17; Gal
5, 22).
57. Para comprender, pues, plenamente el sentido
del domingo, conviene descubrir esta dimensión de la existencia creyente. Ciertamente, la
alegría cristiana debe caracterizar toda la vida, y no sólo un día de la semana. Pero
el domingo, por su significado como día del Señor resucitado, en el cual se
celebra la obra divina de la creación y de la « nueva creación », es día de alegría
por un título especial, más aún, un día propicio para educarse en la alegría,
descubriendo sus rasgos auténticos. En efecto, la alegría no se ha de confundir con
sentimientos fatuos de satisfacción o de placer, que ofuscan la sensibilidad y la
afectividad por un momento, dejando luego el corazón en la insatisfacción y quizás en
la amargura. Entendida cristianamente, es algo mucho más duradero y consolador; sabe
resistir incluso, como atestiguan los santos, (103) en la noche oscura del dolor, y, en
cierto modo, es una « virtud » que se ha de cultivar.
58. Sin embargo no hay ninguna oposición entre la
alegría cristina y las alegrías humanas verdaderas. Es más, éstas son exaltadas y
tienen su fundamento último precisamente en la alegría de Cristo glorioso, imagen
perfecta y revelación del hombre según el designio de Dios. Como escribía en la
Exhortación sobre la alegría cristiana mi venerado predecesor Pablo VI, « la alegría
cristiana es por esencia una participación espiritual de la alegría insondable, a la vez
divina y humana, del Corazón de Jesucristo glorificado ». (104) Y el mismo Pontífice
concluía su Exhortación pidiendo que, en el día del Señor, la Iglesia testimonie
firmemente la alegría experimentada por los Apóstoles al ver al Señor la tarde de
Pascua. Invitaba, por tanto, a los pastores a insistir « sobre la fidelidad de los
bautizados a la celebración gozosa de la Eucaristía dominical. ¿Cómo podrían
abandonar este encuentro, este banquete que Cristo nos prepara con su amor? ¡Que la
participación sea muy digna y festiva a la vez! Cristo, crucificado y glorificado, viene
en medio de sus discípulos para conducirlos juntos a la renovación de su resurrección.
Es la cumbre, aquí abajo, de la Alianza de amor entre Dios y su pueblo: signo y fuente de
alegría cristiana, preparación para la fiesta eterna ». (105) En esta perspectiva de
fe, el domingo cristiano es un auténtico « hacer fiesta », un día de Dios dado al
hombre para su pleno crecimiento humano y espiritual.
La observancia del sábado
59. Este aspecto festivo del domingo cristiano pone
de relieve de modo especial la dimensión de la observancia del sábado
veterotestamentario. En el día del Señor, que el Antiguo Testamento vincula a la
creación (cf. Gn 2, 1-3; Ex 20, 8-11) y del Éxodo (cf. Dt 5,
12-15), el cristiano está llamado a anunciar la nueva creación y la nueva alianza
realizadas en el misterio pascual de Cristo. La celebración de la creación, lejos de ser
anulada, es profundizada en una visión cristocéntrica, o sea, a la luz del designio
divino de « hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que
está en la tierra » (Ef 1,10). A su vez, se da pleno sentido también al memorial
de la liberación llevada a cabo en el Éxodo, que se convierte en memorial de la
redención universal realizada por Cristo muerto y resucitado. El domingo, pues, más que
una « sustitución » del sábado, es su realización perfecta, y en cierto modo su
expansión y su expresión más plena, en el camino de la historia de la salvación, que
tiene su culmen en Cristo.
60. En esta perspectiva, la teología bíblica del
« shabbat », sin perjudicar el carácter cristiano del domingo, puede ser
recuperada plenamente. Ésta nos lleva siempre de nuevo y con renovado asombro al
misterioso inicio en el cual la eterna Palabra de Dios, con libre decisión de amor, hizo
el mundo de la nada. Sello de la obra creadora fue la bendición y consagración del día
en el que Dios cesó de « toda la obra creadora que Dios había hecho » (Gn 2,3).
De este día del descanso de Dios toma sentido el tiempo, asumiendo, en la sucesión de
las semanas, no sólo un ritmo cronológico, sino, por así decir, una dimensión
teológica. En efecto, el continuo retorno del « shabbat » aparta el tiempo del
riesgo de encerrarse en sí mismo, para que quede abierto al horizonte de lo eterno,
mediante la acogida de Dios y de sus kairoi, es decir, de los tiempos de su gracia
y de sus intervenciones salvíficas.
61. El « shabbat », día séptimo
bendecido y consagrado por Dios, a la vez que concluye toda la obra de la creación, se
une inmediatamente a la obra del sexto día, en el cual Dios hizo al hombre « a su imagen
y semejanza » (cf. Gn 1,26). Esta relación más inmediata entre el « día de
Dios » y el « día del hombre » no escapó a los Padres en su meditación sobre el
relato bíblico de la creación. A este respecto dice Ambrosio: « Gracias pues a Dios
Nuestro Señor que hizo una obra en la que pudiera encontrar descanso. Hizo el cielo, pero
no leo que allí haya descansado; hizo las estrellas, la luna, el sol, y ni tan siquiera
ahí leo que haya descansado en ellos. Leo, sin embargo, que hizo al hombre y que entonces
descansó, teniendo en él uno al cual podía perdonar los pecados ». (106) El « día de
Dios » tendrá así para siempre una relación directa con el « día del hombre ».
Cuando el mandamiento de Dios dice: « Acuérdate del día del sábado para santificarlo
» (Ex 20,8), el descanso mandado para honrar el día dedicado a él no es, para el
hombre, una imposición pesada, sino más bien una ayuda para que se dé cuenta de su
dependencia del Creador vital y liberadora, y a la vez la vocación a colaborar en su obra
y acoger su gracia. Al honrar el « descanso » de Dios, el hombre se encuentra plenamente
a sí mismo, y así el día del Señor se manifiesta marcado profundamente por la
bendición divina (cf. Gn 2,3) y, gracias a ella, dotado, como los animales y los
hombres (cf. Gn 1,22.28), de una especie de « fecundidad ». Ésta se manifiesta
sobre todo en el vivificar y, en cierto modo, « multiplicar » el tiempo mismo,
aumentando en el hombre, con el recuerdo del Dios vivo, el gozo de vivir y el deseo de
promover y dar la vida.
62. El cristiano debe recordar, pues, que, si para
él han decaído las manifestaciones del sábado judío, superadas por el « cumplimiento
» dominical, son válidos los motivos de fondo que imponen la santificación del « día
del Señor », indicados en la solemnidad del Decálogo, pero que se han de entender a la
luz de la teología y de la espiritualidad del domingo: « Guardarás el día del sábado
para santificarlo, como te lo ha mandado el Señor tu Dios. Seis días trabajarás y
harás todas tus tareas, pero el día séptimo es día de descanso para el Señor tu Dios.
No harás ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni
tu buey, ni tu asno, ni ninguna de tus bestias, ni el forastero que vive en tus ciudades;
de modo que puedan descansar, como tú, tu siervo y tu sierva. Recuerda que fuiste esclavo
en el país de Egipto y que el Señor tu Dios te sacó de allí con mano fuerte y tenso
brazo; por eso el Señor tu Dios te ha mandado guardar el día del sábado » (Dt
5,12-15). La observancia del sábado aparece aquí íntimamente unida a la obra de
liberación realizada por Dios para su pueblo.
63. Cristo vino a realizar un nuevo « éxodo », a
dar la libertad a los oprimidos. El obró muchas curaciones el día de sábado (cf. Mt
12,9-14 y paralelos), ciertamente no para violar el día del Señor, sino para realizar su
pleno significado: « El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el
sábado » (Mc 2, 27). Oponiéndose a la interpretación demasiado legalista de
algunos contemporáneos suyos, y desarrollando el auténtico sentido del sábado bíblico,
Jesús, « Señor del sábado » (Mc 2,28), orienta la observancia de este día
hacia su carácter liberador, junto con la salvaguardia de los derechos de Dios y de los
derechos del hombre. Así se entiende por qué los cristianos, anunciadores de la
liberación realizada por la sangre de Cristo, se sintieran autorizados a trasladar el
sentido del sábado al día de la resurrección. En efecto, la Pascua de Cristo ha
liberado al hombre de una esclavitud mucho más radical de la que pesaba sobre un pueblo
oprimido: la esclavitud del pecado, que aleja al hombre de Dios, lo aleja de sí mismo y
de los demás, poniendo siempre en la historia nuevas semillas de maldad y de violencia.
El día del descanso
64. Durante algunos siglos los cristianos han
vivido el domingo sólo como día del culto, sin poder relacionarlo con el significado
específico del descanso sabático. Solamente en el siglo IV, la ley civil del Imperio
Romano reconoció el ritmo semanal, disponiendo que en el « día del sol » los jueces,
las poblaciones de las ciudades y las corporaciones de los diferentes oficios dejaran de
trabajar. (107) Los cristianos se alegraron de ver superados así los obstáculos que
hasta entonces habían hecho heroica a veces la observancia del día del Señor. Ellos
podían dedicarse ya a la oración en común sin impedimentos. (108)
Sería, pues, un error ver en la legislación
respetuosa del ritmo semanal una simple circunstancia histórica sin valor para la Iglesia
y que ella podría abandonar. Los Concilios han mantenido, incluso después de la caída
del Imperio, las disposiciones relativas al descanso festivo. En los Países donde los
cristianos son un número reducido y donde los días festivos del calendario no se
corresponden con el domingo, éste es siempre el día del Señor, el día en el que los
fieles se reúnen para la asamblea eucarística. Esto, sin embargo, cuesta sacrificios no
pequeños. Para los cristianos no es normal que el domingo, día de fiesta y de alegría,
no sea también el día de descanso, y es ciertamente difícil para ellos « santificar »
el domingo, no disponiendo de tiempo libre suficiente.
65. Por otra parte, la relación entre el día del
Señor y el día de descanso en la sociedad civil tiene una importancia y un significado
que están más allá de la perspectiva propiamente cristiana. En efecto, la alternancia
entre trabajo y descanso, propia de la naturaleza humana, es querida por Dios mismo, como
se deduce del pasaje de la creación en el Libro del Génesis (cf. 2,2-3; Ex
20,8-11): el descanso es una cosa « sagrada », siendo para el hombre la condición para
liberarse de la serie, a veces excesivamente absorbente, de los compromisos terrenos y
tomar conciencia de que todo es obra de Dios. El poder prodigioso que Dios da al hombre
sobre la creación correría el peligro de hacerle olvidar que Dios es el Creador, del
cual depende todo. En nuestra época es mucho más urgente este reconocimiento, pues la
ciencia y la técnica han extendido increíblemente el poder que el hombre ejerce por
medio de su trabajo.
66. Es preciso, pues, no perder de vista que,
incluso en nuestros días, el trabajo es para muchos una dura servidumbre, ya sea por las
miserables condiciones en que se realiza y por los horarios que impone, especialmente en
las regiones más pobres del mundo, ya sea porque subsisten, en las mismas sociedades más
desarrolladas económicamente, demasiados casos de injusticia y de abuso del hombre por
parte del hombre mismo. Cuando la Iglesia, a lo largo de los siglos, ha legislado sobre el
descanso dominical, (109) ha considerado sobre todo el trabajo de los siervos y de los
obreros, no porque fuera un trabajo menos digno respecto a las exigencias espirituales de
la práctica dominical, sino porque era el más necesitado de una legislación que lo
hiciera más llevadero y permitiera a todos santificar el día del Señor. A este
respecto, mi predecesor León XIII en la Encíclica Rerum novarum presentaba el
descanso festivo como un derecho del trabajador que el Estado debe garantizar. (110)
Rige aún en nuestro contexto histórico la
obligación de empeñarse para que todos puedan disfrutar de la libertad, del descanso y
la distensión que son necesarios a la dignidad de los hombres, con las correspondientes
exigencias religiosas, familiares, culturales e interpersonales, que difícilmente pueden
ser satisfechas si no es salvaguardado por lo menos un día de descanso semanal en el que
gozar juntos de la posibilidad de descansar y de hacer fiesta. Obviamente este
derecho del trabajador al descanso presupone su derecho al trabajo y, mientras
reflexionamos sobre esta problemática relativa a la concepción cristiana del domingo,
recordamos con profunda solidaridad el malestar de tantos hombres y mujeres que, por falta
de trabajo, se ven obligados en los días laborables a la inactividad.
67. Por medio del descanso dominical, las
preocupaciones y las tareas diarias pueden encontrar su justa dimensión: las cosas
materiales por las cuales nos inquietamos dejan paso a los valores del espíritu; las
personas con las que convivimos recuperan, en el encuentro y en el diálogo más sereno,
su verdadero rostro. Las mismas bellezas de la naturaleza deterioradas muchas veces
por una lógica de dominio que se vuelve contra el hombre pueden ser descubiertas y
gustadas profundamente. Día de paz del hombre con Dios, consigo mismo y con sus
semejantes, el domingo es también un momento en el que el hombre es invitado a dar una
mirada regenerada sobre las maravillas de la naturaleza, dejándose arrastrar en la
armonía maravillosa y misteriosa que, como dice san Ambrosio, por una « ley inviolable
de concordia y de amor », une los diversos elementos del cosmos en un « vínculo de
unión y de paz ». (111) El hombre se vuelve entonces consciente, según las palabras del
Apóstol, de que « todo lo que Dios ha creado es bueno y no se ha de rechazar ningún
alimento que se coma con acción de gracias; pues queda santificado por la Palabra de Dios
y por la oración » (1 Tm 4,4-5). Por tanto, si después de seis días de trabajo
reducidos ya para muchos a cinco el hombre busca un tiempo de distensión y de
más atención a otros aspectos de la propia vida, esto responde a una auténtica
necesidad, en plena armonía con la perspectiva del mensaje evangélico. El creyente
está, pues, llamado a satisfacer esta exigencia, conjugándola con las expresiones de su
fe personal y comunitaria, manifestada en la celebración y santificación del día del
Señor.
Por eso, es natural que los cristianos procuren
que, incluso en las circunstancias especiales de nuestro tiempo, la legislación civil
tenga en cuenta su deber de santificar el domingo. De todos modos, es un deber de
conciencia la organización del descanso dominical de modo que les sea posible participar
en la Eucaristía, absteniéndose de trabajos y asuntos incompatibles con la
santificación del día del Señor, con su típica alegría y con el necesario descanso
del espíritu y del cuerpo. (112)
68. Además, dado que el descanso mismo, para que
no sea algo vacío o motivo de aburrimiento, debe comportar enriquecimiento espiritual,
mayor libertad, posibilidad de contemplación y de comunión fraterna, los fieles han de
elegir, entre los medios de la cultura y las diversiones que la sociedad ofrece, los que
estén más de acuerdo con una vida conforme a los preceptos del Evangelio. En esta
perspectiva, el descanso dominical y festivo adquiere una dimensión « profética »,
afirmando no sólo la primacía absoluta de Dios, sino también la primacía y la dignidad
de la persona en relación con las exigencias de la vida social y económica, anticipando,
en cierto modo, los « cielos nuevos » y la « tierra nueva », donde la liberación de
la esclavitud de las necesidades será definitiva y total. En resumen, el día del Señor
se convierte así también, en el modo más propio, en el día del hombre.
Día de la solidaridad
69. El domingo debe ofrecer también a los fieles
la ocasión de dedicarse a las actividades de misericordia, de caridad y de apostolado. La
participación interior en la alegría de Cristo resucitado implica compartir plenamente
el amor que late en su corazón: ¡no hay alegría sin amor! Jesús mismo lo explica,
relacionando el « mandamiento nuevo » con el don de la alegría: « Si guardáis mis
mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre,
y permanezco en su amor. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro
gozo sea colmado. Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo
os he amado » (Jn 15,10-12).
La Eucaristía dominical, pues, no sólo no aleja
de los deberes de caridad, sino al contrario, compromete más a los fieles « a toda clase
de obras de caridad, piedad y apostolado, mediante las cuales se manifieste que los
cristianos, aunque no son de este mundo, sin embargo son luz del mundo y glorifican al
Padre ante los hombres ». (113)
70. De hecho, desde los tiempos apostólicos, la
reunión dominical fue para los cristianos un momento para compartir fraternalmente con
los más pobres. « Cada primer día de la semana, cada uno de vosotros reserve en su casa
lo que haya podido ahorrar » (1 Co 16,2). Aquí se trata de la colecta organizada
por Pablo en favor de las Iglesias pobres de Judea. En la Eucaristía dominical el
corazón creyente se abre a toda la Iglesia. Pero es preciso entender en profundidad la
invitación del Apóstol, que lejos de promover una mentalidad reductiva sobre el «
óbolo », hace más bien una llamada a una exigente cultura del compartir, llevada
a cabo tanto entre los miembros mismos de la comunidad como en toda la sociedad. (114) Es
más que nunca importante escuchar las severas exhortaciones a la comunidad de Corinto,
culpable de haber humillado a los pobres en el ágape fraterno que acompañaba a la «
cena del Señor »: « Cuando os reunís, pues, en común, eso ya no es comer la cena del
Señor; porque cada uno come primero su propia cena, y mientras uno pasa hambre, otro se
embriaga. ¿No tenéis casas para comer y beber? ¿O es que despreciáis a la Iglesia de
Dios y avergonzáis a los que no tienen? » (1 Co 11,20-22). Valientes son asimismo
las palabras de Santiago: « Supongamos que entra en vuestra asamblea un hombre con un
anillo de oro y un vestido espléndido; y entra también un pobre con un vestido sucio; y
que dirigís vuestra mirada al que lleva el vestido espléndido y le decís: "Tú,
siéntate aquí, en un buen lugar"; y en cambio al pobre le decís: "Tú,
quédate ahí de pie", o "Siéntate a mis pies". ¿No sería esto hacer
distinciones entre vosotros y ser jueces con criterios malos? » (2,2-4).
71. Las enseñanzas de los Apóstoles encontraron
rápidamente eco desde los primeros siglos y suscitaron vigorosos comentarios en la
predicación de los Padres de la Iglesia. Palabras ardorosas dirigía san Ambrosio a los
ricos que presumían de cumplir sus obligaciones religiosas frecuentando la iglesia sin
compartir sus bienes con los pobres y quizás oprimiéndolos: « ¿Escuchas, rico, qué
dice el Señor? Y tú vienes a la iglesia no para dar algo a quien es pobre sino para
quitarle ». (115) No menos exigente es san Juan Crisóstomo: « ¿Deseas honrar el cuerpo
de Cristo? No lo desprecies, pues, cuando lo encuentres desnudo en los pobres, ni lo
honres aquí, en el templo, con lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y
desnudez. Porque el mismo que dijo: Esto es mi cuerpo, y con su palabra llevó a realidad
lo que decía, afirmo también: Tuve hambre y no me disteis de comer, y más adelante:
Siempre que dejasteis de hacerlo a uno de estos pequeñuelos, a mí en persona lo
dejasteis de hacer [...] ¿De qué serviría adornar la mesa de Cristo con vasos de oro,
si el mismo Cristo muere de hambre? Da primero de comer al hambriento, y luego, con lo que
te sobre, adornarás la mesa de Cristo ». (116)
Son palabras que recuerdan claramente a la
comunidad cristiana el deber de hacer de la Eucaristía el lugar donde la fraternidad se
convierta en solidaridad concreta, y los últimos sean los primeros por la consideración
y el afecto de los hermanos, donde Cristo mismo, por medio del don generoso hecho por los
ricos a los más pobres, pueda de alguna manera continuar en el tiempo el milagro de la
multiplicación de los panes. (117)
72. La Eucaristía es acontecimiento y proyecto de
fraternidad. Desde la Misa dominical surge una ola de caridad destinada a extenderse a
toda la vida de los fieles, comenzando por animar el modo mismo de vivir el resto del
domingo. Si éste es día de alegría, es preciso que el cristiano manifieste con sus
actitudes concretas que no se puede ser feliz « solo ». Él mira a su alrededor para
identificar a las personas que necesitan su solidaridad. Puede suceder que en su
vecindario o en su ámbito de amistades haya enfermos, ancianos, niños e inmigrantes, que
precisamente en domingo sienten más duramente su soledad, sus necesidades, su condición
de sufrimiento. Ciertamente la atención hacia ellos no puede limitarse a una iniciativa
dominical esporádica. Pero teniendo una actitud de entrega más global, ¿por qué no dar
al día del Señor un mayor clima en el compartir, poniendo en juego toda la creatividad
de que es capaz la caridad cristiana? Invitar a comer consigo a alguna persona sola,
visitar enfermos, proporcionar comida a alguna familia necesitada, dedicar alguna hora a
iniciativas concretas de voluntariado y de solidaridad, sería ciertamente una manera de
llevar en la vida la caridad de Cristo recibida en la Mesa eucarística.
73. Vivido así, no sólo la Eucaristía dominical
sino todo el domingo se convierte en una gran escuela de caridad, de justicia y de paz. La
presencia del Resucitado en medio de los suyos se convierte en proyecto de solidaridad,
urgencia de renovación interior, dirigida a cambiar las estructuras de pecado en las que
los individuos, las comunidades, y a veces pueblos enteros, están sumergidos. Lejos de
ser evasión, el domingo cristiano es más bien « profecía » inscrita en el tiempo;
profecía que obliga a los creyentes a seguir las huellas de Aquél que vino « para
anunciar a los pobres la Buena Nueva, para proclamar la liberación a los cautivos y la
vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del
Señor » (Lc 4,18-19). Poniéndose a su escucha, en la memoria dominical de la
Pascua y recordando su promesa: « Mi paz os dejo, mi paz os doy » (Jn 14,27), el
creyente se convierte a su vez en operador de paz.
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