CAPÍTULO V
DIES DIERUM
El domingo fiesta primordial,
reveladora del sentido del tiempo
Cristo Alfa y Omega del tiempo
74. « En el cristianismo el tiempo tiene una
importancia fundamental. Dentro de su dimensión se crea el mundo, en su interior se
desarrolla la historia de la salvación, que tiene su culmen en la "plenitud de los
tiempos" de la Encarnación y su término en el retorno glorioso del Hijo de Dios al
final de los tiempos. En Jesucristo, Verbo encarnado, el tiempo llega a ser una dimensión
de Dios, que en sí mismo es eterno ». (118)
Los años de la existencia terrena de Cristo, a la
luz de Nuevo Testamento, son realmente el centro del tiempo. Este centro tiene su
culmen en la resurrección. En efecto, si es verdad que él es Dios hecho hombre desde el
primer instante de su concepción en el seno de la Santísima Virgen, es también verdad
que sólo con la resurrección su humanidad es totalmente transfigurada y glorificada,
revelando de ese modo plenamente su identidad y gloria divina. En el discurso tenido en la
sinagoga de Antioquía de Pisidia (cf. Hch 13,33), Pablo aplica precisamente a la
resurrección de Cristo la afirmación del Salmo 2: « Tú eres mi hijo, yo te he
engendrado » [7]. Precisamente por esto, en la celebración de la Vigilia pascual, la
Iglesia presenta a Cristo Resucitado como « Principio y Fin, Alfa y Omega ». Estas
palabras, pronunciadas por el celebrante en la preparación del cirio pascual, sobre el
cual se marca la cifra del año en curso, ponen de relieve el hecho de que « Cristo es el
Señor del tiempo, su principio y su cumplimiento; cada año, cada día y cada momento son
abarcados por su Encarnación y Resurrección, para de este modo encontrarse de nuevo en
la "plenitud de los tiempos" ». (119)
75. Al ser el domingo la Pascua semanal, en la que
se recuerda y se hace presente el día en el cual Cristo resucitó de entre los muertos,
es también el día que revela el sentido del tiempo. No hay equivalencia con los ciclos
cósmicos, según los cuales la religión natural y la cultura humana tienden a marcar el
tiempo, induciendo tal vez al mito del eterno retorno. ¡El domingo cristiano es otra
cosa! Brotando de la Resurrección, atraviesa los tiempos del hombre, los meses, los
años, los siglos como una flecha recta que los penetra orientándolos hacia la segunda
venida de Cristo. El domingo prefigura el día final, el de la Parusía, anticipada
ya de alguna manera en el acontecimiento de la Resurrección.
En efecto, todo lo que ha de suceder hasta el fin
del mundo no será sino una expansión y explicitación de lo que sucedió el día en que
el cuerpo martirizado del Crucificado resucitó por la fuerza del Espíritu y se
convirtió a su vez en la fuente del mismo Espíritu para la humanidad. Por esto, el
cristiano sabe que no debe esperar otro tiempo de salvación, ya que el mundo, cualquiera
que sea su duración cronológica, vive ya en el último tiempo. No sólo la
Iglesia, sino el cosmos mismo y la historia están continuamente regidos y guiados por
Cristo glorificado. Esta energía vital es la que impulsa la creación, que « gime hasta
el presente y sufre dolores de parto » (Rm 8,22), hacia la meta de su pleno
rescate. De este proceso, el hombre no puede tener más que una oscura intuición; los
cristianos tienen la clave y certeza de ello, y la santificación del domingo es un
testimonio significativo que ellos están llamados a ofrecer, para que los tiempos del
hombre estén siempre sostenidos por la esperanza.
El domingo en el año litúrgico
76. Si el día del Señor, con su ritmo semanal,
está enraizado en la tradición más antigua de la Iglesia y es de vital importancia para
el cristiano, no ha tardado en implantarse otro ritmo: el ciclo anual. En efecto,
es propio de la psicología humana celebrar los aniversarios, asociando al paso de las
fechas y de las estaciones el recuerdo de los acontecimientos pasados. Cuando se trata de
acontecimientos decisivos para la vida de un pueblo, es normal que su celebración suscite
un clima de fiesta que rompe la monotonía de los días.
Pues bien, los principales acontecimientos de
salvación en que se fundamenta la vida de la Iglesia estuvieron, por designio de Dios,
vinculados estrechamente a la Pascua y a Pentecostés, fiestas anuales de los judíos, y
prefigurados proféticamente en dichas fiestas. Desde el siglo II, la celebración por
parte de los cristianos de la Pascua anual, junto con la de la Pascua semanal, ha
permitido dar mayor espacio a la meditación del misterio de Cristo muerto y resucitado.
Precedida por un ayuno que la prepara, celebrada en el curso de una larga vigilia,
prolongada en los cincuenta días que llevan a Pentecostés, la fiesta de Pascua, «
solemnidad de las solemnidades », se ha convertido en el día por excelencia de la
iniciación de los catecúmenos. En efecto, si por medio del bautismo ellos mueren al
pecado y resucitan a la vida nueva es porque Jesús « fue entregado por nuestros pecados,
y fue resucitado para nuestra justificación » (Rm 4,25; cf. 6,3-11). Vinculada
íntimamente con el misterio pascual, adquiere un relieve especial la solemnidad de
Pentecostés, en la que se celebran la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles,
reunidos con María, y el comienzo de la misión hacia todos los pueblos. (120)
77. Esta lógica conmemorativa ha guiado la
estructuración de todo el año litúrgico. Como recuerda el Concilio Vaticano II, la
Iglesia ha querido distribuir en el curso del año « todo el misterio de Cristo, desde la
Encarnación y el Nacimiento hasta la Ascensión, el día de Pentecostés y la expectativa
de la feliz esperanza y venida del Señor. Al conmemorar así los misterios de la
redención, abre la riqueza de las virtudes y de los méritos de su Señor, de modo que se
los hace presentes en cierto modo, durante todo tiempo, a los fieles para que los alcancen
y se llenen de la gracia de la salvación ». (121)
Celebración solemnísima, después de Pascua y de
Pentecostés, es sin duda la Navidad del Señor, en la cual los cristianos meditan el
misterio de la Encarnación y contemplan al Verbo de Dios que se digna asumir nuestra
humanidad para hacernos partícipes de su divinidad.
78. Asimismo, « en la celebración de este ciclo
anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con especial amor a la
bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con un vínculo indisoluble a la
obra salvadora de su Hijo ». (122) Del mismo modo, introduciendo en el ciclo anual, con
ocasión de sus aniversarios, las memoras de los mártires y de otros santos, « proclama
la Iglesia el misterio pascual cumplido en ellos, que padecieron con Cristo y han sido
glorificados con él ». (123) El recuerdo de los santos, celebrado con el auténtico
espíritu de la liturgia, no disminuye el papel central de Cristo, sino que al contrario
lo exalta, mostrando el poder de su redención. Al respecto, dice san Paulino de Nola: «
Todo pasa, la gloria de los santos dura en Cristo, que lo renueva todo, mientras él
permanece el mismo ». (124) Esta relación intrínseca de la gloria de los santos con la
de Cristo está inscrita en el estatuto mismo del año litúrgico y encuentra precisamente
en el carácter fundamental y dominante del domingo como día del Señor, su expresión
más elocuente. Siguiendo los tiempos del año litúrgico, observando el domingo que lo
marca totalmente, el compromiso eclesial y espiritual del cristiano está profundamente
incardinado en Cristo, en el cual encuentra su razón de ser y del que obtiene alimento y
estímulo.
79. El domingo se presenta así como el modelo
natural para comprender y celebrar aquellas solemnidades del año litúrgico, cuyo valor
para la existencia cristiana es tan grande que la Iglesia ha determinado subrayar su
importancia obligando a los fieles a participar en la Misa y a observar el descanso,
aunque caigan en días variables de la semana. (125) El número de estas fechas ha
cambiado en las diversas épocas, teniendo en cuenta las condiciones sociales y
económicas, así como su arraigo en la tradición, además del apoyo de la legislación
civil. (126)
El ordenamiento canónico-litúrgico actual prevé
la posibilidad de que cada Conferencia Episcopal, teniendo en cuenta las circunstancias
propias de uno u otro País, reduzca la lista de los días de precepto. La eventual
decisión en este sentido necesita ser confirmada por una especial aprobación de la Sede
Apostólica, (127) y en este caso, la celebración de un misterio del Señor, como la
Epifanía, la Ascensión o la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, debe
trasladarse al domingo, según las normas litúrgicas, para que los fieles no se vean
privados de la meditación del misterio. (128) Los Pastores procurarán animar a los
fieles a participar también en la Misa con ocasión de las fiestas de cierta importancia
que caen durante la semana. (129)
80. Una consideración pastoral específica se ha
de tener ante las frecuentes situaciones en las que tradiciones populares y culturales
típicas de un ambiente corren el riesgo de invadir la celebración de los domingos y de
otras fiestas litúrgicas, mezclando con el espíritu de la auténtica fe cristiana
elementos que son ajenos o que podrían desfigurarla. En estos casos conviene
clarificarlo, con la catequesis y oportunas intervenciones pastorales, rechazando todo lo
que es inconciliable con el Evangelio de Cristo. Sin embargo es necesario recordar que a
menudo estas tradiciones y esto es válido análogamente para las nuevas propuestas
culturales de la sociedad civil tienen valores que se adecuan sin dificultad a las
exigencias de la fe. Es deber de los Pastores actuar con discernimiento para salvar los
valores presentes en la cultura de un determinado contexto social y sobre todo en la
religiosidad popular, de modo que la celebración litúrgica, principalmente la de los
domingos y fiestas, no sea perjudicada, sino que más bien sea potenciada. (130)
CONCLUSIÓN
81. Grande es ciertamente la riqueza espiritual y
pastoral del domingo, tal como la tradición nos lo ha transmitido. El domingo,
considerando globalmente sus significados y sus implicaciones, es como una síntesis de la
vida cristiana y una condición para vivirlo bien. Se comprende, pues, por qué la
observancia del día del Señor signifique tanto para la Iglesia y sea una verdadera y
precisa obligación dentro de la disciplina eclesial. Sin embargo, esta observancia, antes
que un precepto, debe sentirse como una exigencia inscrita profundamente en la existencia
cristiana. Es de importancia capital que cada fiel esté convencido de que no puede vivir
su fe, con la participación plena en la vida de la comunidad cristiana, sin tomar parte
regularmente en la asamblea eucarística dominical. Si en la Eucaristía se realiza la
plenitud de culto que los hombres deben a Dios y que no se puede comparar con ninguna otra
experiencia religiosa, esto se manifiesta con eficacia particular precisamente en la
reunión dominical de toda la comunidad, obediente a la voz del Resucitado que la convoca,
para darle la luz de su Palabra y el alimento de su Cuerpo como fuente sacramental perenne
de redención. La gracia que mana de esta fuente renueva a los hombres, la vida y la
historia.
82. Con esta firme convicción de fe, acompañada
por la conciencia del patrimonio de valores incluso humanos insertados en la práctica
dominical, es como los cristianos de hoy deben afrontar la atracción de una cultura que
ha conquistado favorablemente las exigencias de descanso y de tiempo libre, pero que a
menudo las vive superficialmente y a veces es seducida por formas de diversión que son
moralmente discutibles. El cristiano se siente en cierto modo solidario con los otros
hombres en gozar del día de reposo semanal; pero, al mismo tiempo, tiene viva conciencia
de la novedad y originalidad del domingo, día en el que está llamado a celebrar la
salvación suya y de toda la humanidad. Si el domingo es día de alegría y de descanso,
esto le viene precisamente por el hecho de que es el « día del Señor », el día del
Señor resucitado.
83. Descubierto y vivido así, el domingo es como
el alma de los otros días, y en este sentido se puede recordar la reflexión de Orígenes
según el cual el cristiano perfecto « está siempre en el día del Señor, celebra
siempre el domingo ». (131) El domingo es una auténtica escuela, un itinerario
permanente de pedagogía eclesial. Pedagogía insustituible especialmente en las
condiciones de la sociedad actual, marcada cada vez más fuertemente por la fragmentación
y el pluralismo cultural, que ponen continuamente a prueba la fidelidad de los cristianos
ante las exigencias específicas de su fe. En muchas partes del mundo se perfila la
condición de un cristianismo de la « diáspora », es decir, probado por una situación
de dispersión, en la cual los discípulos de Cristo no logran mantener fácilmente los
contactos entre sí ni son ayudados por estructuras y tradiciones propias de la cultura
cristiana. En este contexto problemático, la posibilidad de encontrarse el domingo con
todos los hermanos en la fe, intercambiando los dones de la fraternidad, es una ayuda
irrenunciable.
84. El domingo, establecido como sostén de la vida
cristiana, tiene naturalmente un valor de testimonio y de anuncio. Día de oración, de
comunión y de alegría, repercute en la sociedad irradiando energías de vida y motivos
de esperanza. Es el anuncio de que el tiempo, habitado por Aquél que es el Resucitado y
Señor de la historia, no es la muerte de nuestra ilusiones sino la cuna de un futuro
siempre nuevo, la oportunidad que se nos da para transformar los momentos fugaces de esta
vida en semillas de eternidad. El domingo es una invitación a mirar hacia adelante; es el
día en el que la comunidad cristiana clama a Cristo su « Marana tha, ¡Señor,
ven! » (1 Co 16,22). En este clamor de esperanza y de espera, el domingo acompaña
y sostiene la esperanza de los hombres. Y de domingo en domingo, la comunidad cristiana
iluminada por Cristo camina hacia el domingo sin fin de la Jerusalén celestial, cuando se
completará en todas sus facetas la mística Ciudad de Dios, que « no necesita ni de sol
ni de luna que la alumbren, porque la ilumina la gloria de Dios, y su lámpara es el
Cordero » (Ap 21,23).
85. En esta tensión hacia la meta la Iglesia es
sostenida y animada por el Espíritu. Él despierta su memoria y actualiza para cada
generación de creyentes el acontecimiento de la Resurrección. Es el don interior que nos
une al Resucitado y a los hermanos en la intimidad de un solo cuerpo, reavivando nuestra
fe, derramando en nuestro corazón la caridad y reanimando nuestra esperanza. El Espíritu
está presente sin interrupción en cada día de la Iglesia, irrumpiendo de manera
imprevisible y generosa con la riqueza de sus dones; pero en la reunión dominical para la
celebración semanal de la Pascua, la Iglesia se pone especialmente a su escucha y camina
con él hacia Cristo, con el deseo ardiente de su retorno glorioso: « El Espíritu y la
Novia dicen: ¡Ven! » (Ap 22,17). Considerando verdaderamente el papel del
Espíritu he deseado que esta exhortación a descubrir el sentido del domingo se hiciera
este año que, en la preparación inmediata para el Jubileo, está dedicado precisamente
al Espíritu Santo.
86. Encomiendo la viva acogida de esta Carta
apostólica, por parte de la comunidad cristiana, a la intercesión de la Santísima
Virgen. Ella, sin quitar nada al papel central de Cristo y de su Espíritu, está presente
en cada domingo de la Iglesia. Lo requiere el mismo misterio de Cristo: en efecto, ¿cómo
podría ella, que es la Mater Domini y la Mater Ecclesiae, no estar presente
por un título especial, el día que es a la vez dies Domini y dies Ecclesiae?
Hacia la Virgen María miran los fieles que
escuchan la Palabra proclamada en la asamblea dominical, aprendiendo de ella a conservarla
y meditarla en el propio corazón (cf. Lc 2,19). Con María los fieles aprenden a
estar a los pies de la cruz para ofrecer al Padre el sacrificio de Cristo y unir al mismo
el ofrecimiento de la propia vida. Con María viven el gozo de la resurrección, haciendo
propias las palabras del Magníficat que cantan el don inagotable de la divina
misericordia en la inexorable sucesión del tiempo: « Su misericordia alcanza de
generación en generación a los que lo temen » (Lc 1,50). De domingo en domingo,
el pueblo peregrino sigue las huellas de María, y su intercesión materna hace
particularmente intensa y eficaz la oración que la Iglesia eleva a la Santísima
Trinidad.
87. La proximidad del Jubileo, queridos hermanos y
hermanas, nos invita a profundizar nuestro compromiso espiritual y pastoral. Este es
efectivamente su verdadero objetivo. En el año en que se celebrará, muchas iniciativas
lo caracterizarán y le darán el aspecto singular que tendrá la conclusión del segundo
Milenio y el inicio del tercero de la Encarnación del Verbo de Dios. Pero este año y
este tiempo especial pasarán, a la espera de otros jubileos y de otras conmemoraciones
solemnes. El domingo, con su « solemnidad » ordinaria, seguirá marcando el tiempo de la
peregrinación de la Iglesia hasta el domingo sin ocaso. Os exhorto, pues, queridos
Hermanos en el episcopado y en el sacerdocio a actuar incansablemente, junto con los
fieles, para que el valor de este día sacro sea reconocido y vivido cada vez mejor. Esto
producirá sus frutos en las comunidades cristianas y ejercerá benéficos influjos en
toda la sociedad civil.
Que los hombres y las mujeres del tercer Milenio,
encontrándose con la Iglesia que cada domingo celebra gozosamente el misterio del que
fluye toda su vida, puedan encontrar también al mismo Cristo resucitado. Y que sus
discípulos, renovándose constantemente en el memorial semanal de la Pascua, sean
anunciadores cada vez más creíbles del Evangelio y constructores activos de la
civilización del amor.
¡A todos mi Bendición!
Vaticano, 31 de mayo, solemnidad de Pentecostés
del año 1998, vigésimo de mi Pontificado.
ÍNDICE
Introducción
Capítulo I
DIES DOMINI
Celebración de la obra del Creador
« Por medio de la Palabra se hizo todo » (Jn
1,3)
« Al principio creó Dios el cielo y la tierra »
(Gn 1,1)
El « shabbat »: gozoso descanso del
Creador
« Bendijo Dios el día séptimo y lo santificó »
(Gn 2,3)
« Recordar » para « santificar »
Del sábado al domingo
Capítulo II
DIES CHRISTI
El día del Señor resucitado y el don
del Espíritu
La Pascua semanal
El primer día de la semana
Diferencia progresiva del sábado
El día de la nueva creación
El octavo día, figura de la eternidad
El día de Cristo-luz
El día del don del Espíritu
El día de la fe
¡Un día irrenunciable!
Capítulo III
DIES ECCLESIAE
La asamblea eucarística, centro del
domingo
La presencia del Resucitado
La asamblea eucarística
La Eucaristía dominical
El día de la Iglesia
Pueblo peregrino
Día de la esperanza
La mesa de la Palabra
La mesa del Cuerpo de Cristo
Banquete pascual y encuentro fraterno
De la Misa a la « misión »
El precepto dominical
Celebración gozosa y animada por el canto
Celebración atrayente y participada
Otros momentos del domingo cristiano
Asambleas dominicales sin sacerdote
Transmisión por radio y televisión
Capítulo IV
DIES HOMINIS
El domingo día de alegría, descanso
y solidaridad
La « alegría plena » de Cristo
La observancia del sábado
El día del descanso
Día de la solidaridad
Capítulo V
DIES DIERUM
El domingo fiesta primordial,
reveladora del sentido del tiempo
Cristo Alfa y Omega del tiempo
El domingo en el año litúrgico
CONCLUSIÓN
NOTAS
(1) Cf. Ap 1,10: « Kyriaké heméra
»; cf. también Didaché 14, 1; S. Ignacio de Antioquía, A los Magnesios
9, 1-2: SC 10, 88-89.
(2) Pseudo Eusebio de Alejandría, Sermón
16: PG 86, 416.
(3) In die dominica Paschae II, 52: CCL
78, 550.
(4) Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum
Concilium, sobre la sagrada liturgia, 106.
(5) Ibíd.
(6) Cf. Motu proprio Mysterii paschalis (14
de febrero de 1969): AAS 61 (1969), 222-226.
(7) Cf. Nota pastoral de la Conferencia Episcopal
Italiana « El día del Señor » (15 de julio de 1984), 5: Ench. CEI 3,
1398.
(8) Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la
sagrada liturgia, 106.
(9) Homilía al inicio solemne del Pontificado (22
de octubre de 1978) 5: AAS, 70 (1978), 947.
(10) N. 25: AAS 73 (1981), 639.
(11) Const. past. Gaudium et spes, sobre la
Iglesia en el mundo actual, 34.
(12) El sábado es vivido por nuestros hermanos
hebreos con una espiritualidad « esponsal », como se desprende, por ejemplo, en los
textos del Génesis Rabbah X, 9 y XI, 8 (cf. J. Neusner, Génesis Rabbah,
vol. I, Atlanta 1985, p. 107 y p. 117). De tipo nupcial es también el canto Leka dôdi:
« Estará contento de ti tu Dios, como lo está el esposo con la esposa [...]. En medio
de los fieles de tu pueblo predilecto, ven esposa, Shabbat reina » (Oración
vespertina del sábado, de A. Toaff, Roma 1968-69, p. 3).
(13) Cf. A. J. Heschel, The sabbath. Its meaning
for modern man, (22 ed. 1995), pp. 3-24.
(14) « Verum autem sabbatum ipsum redemptorem
nostrum Iesum Christum Dominum habemus »: Epist. 13,1: CCL 140 A, 992.
(15) Ep. ad Decentium XXV, 4, 7: PL
20, 555.
(16) Homiliae in Hexaemeron II, 8: SC
26, 184.
(17) Cf. In Io. ev. tractatus XX, 20, 2: CCL
36, 203; Epist. 55, 2: CSEL 34, 170-171.
(18) Esta referencia a la resurrección es
particularmente visible en la lengua rusa, en la que el domingo se llama precisamente «
resurrección » (voskresén'e).
(19) Epist. 10, 96, 7.
(20) Cf. ibíd. En relación con la carta de
Plinio, también Tertuliano recuerda los coetus antelucani en Apologeticum
2, 6: CCL 1, 88; De corona 3, 3: CCL 2, 1043.
(21) A los Magnesios 9, 1-2: SC 10,
88-89.
(22) Sermo 8 in octava Paschalis, 4: PL
46, 841. Este carácter de « primer día » del domingo es evidente en el calendario
litúrgico latino, donde el lunes se denomina feria secunda, el martes feria
tertia, etc. Semejante denominación de los días de la semana se encuentra en la
lengua portuguesa.
(23) S. Gregorio de Nisa, De castigatione: PG
46, 309. En la liturgia maronita se subraya también la relación entre el sábado y el
domingo, a partir del « misterio del Sábado Santo » (cf. M. Hayek, Maronite
[Église],, Dictionnaire de spiritualité, X[1980], 632-644.
(24) Rito del Bautismo de niños, n. 9; cf. Rito
de la iniciación cristiana de adultos, n. 59.
(25) Cf. Misal Romano, Rito de la aspersión
dominical del agua bendita.
(26) Cf. S. Basilio, Sobre el Espíritu Santo,
27, 66: SC 17, 484-485; cf. también Epístola de Bernabé, 15, 8-9: SC 172,
186-189; S. Justino, Diálogo con Trifón, 24.138: PG 6, 528.793; Orígenes,
Comentario sobre los Salmos, Salmo 119 [118], 1: PG 12, 1588.
(27) « Domine, praestitisti nobis pacem
quietis, pacem sabbati, pacem sine vespera »: Confesiones 13, 50: CCL
27, 272.
(28) Cf. S. Agustín, Epist. 55,17: CSEL
34, 188: « Ita ergo erit octavus, qui primus, ut prima vita sed aeterna reddatur
».
(29) En inglés Sunday y en alemán Sonntag.
(30) Apología I, 67: PG 6, 430.
(31) Cf. S. Máximo de Turín, Sermo 44, 1: CCL
23, 178; Id., Sermo 53, 2: CCL 23, 219; Eusebio de Cesarea, Comm. in
Ps 91: PG 23, 1169-1173.
(32) Véase, por ejemplo, el himno para el Oficio
de las Lecturas: « Dies aetasque ceteris octava splendet sanctior in te quam, Iesu,
consecras primitiae surgentium » (I sem.); y también: « Salve dies, dierum
gloria, dies felix Christi victoria, dies digna iugi laetitia dies prima. Lux divina
caecis irradiat, in qua Christus infernum spoliat, mortem vincit et reconciliat summis
ima. » (II sem.). Expresiones parecidas se encuentran en himnos adoptados en la
Liturgia de las Horas en diversas lenguas modernas.
(33) Cf. Clemente de Alejandría, Stromati,
VI, 138, 1-2: PG 9, 364.
(34) Cf. Enc. Dominum et vivificantem (18 de
mayo de 1986), 22-26: AAS 78 (1986), 829-837.
(35) Cf. S. Atanasio de Alejandría, Cartas
dominicales 1, 10: PG 26, 1366.
(36) Cf. Bardesane, Diálogo sobre el destino,
46: PS 2, 606-607.
(37) Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la
sagrada liturgia, Apéndice: Declaración sobre la revisión del calendario.
(38) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen
gentium, sobre la Iglesia, 9.
(39) Cf. Carta Dominicae Cenae (24 de
febrero de 1980), 4; AAS 72 (1980), 120; Enc. Dominum et vivificantem (18 de
mayo de 1986), 62-64: AAS 78 (1986), 889-894.
(40) Cf. Carta ap. Vicesimus quintus annus
(4 de diciembre de 1988), 9; AAS 81 (1989), 905-906.
(41) N. 2177.
(42) Cf. Carta ap. Vicesimus quintus annus
(4 de diciembre de 1988), 9: AAS 81 (1989), 905-906.
(43) Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum
Concilium, sobre la sagrada liturgia, 41; cf. Decr. Christus Dominus, sobre el
oficio pastoral de los obispos, 15.
(44) Son palabras del embolismo, formulado con esta
o análogas expresiones en algunas plegarias eucarísticas en diversas lenguas. Dichas
palabras subrayan eficazmente el carácter « pascual » del domingo.
(45) Cf. Congr. para la Doctrina de la fe, Carta Communionis
notio, a los obispos de la Iglesia católica sobre algunos aspectos de la Iglesia como
comunión (28 de mayo de 1992), 11-14: AAS 85 (1993), 844-847.
(46) Discurso al tercer grupo de Obispos de los
Estados Unidos de América (17 de marzo de 1998), 4: L'Osservatore Romano ed. en
lengua española, 10 de abril de 1998, p. 9.
(47) Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la
sagrada liturgia, 42.
(48) S. Congr. de Ritos, Instrucción Eucharisticum
mysterium, sobre el culto del misterio eucarístico (25 de mayo de 1967), 26: AAS 59
(1967), 555.
(49) Cf. S. Cipriano, De Orat. Dom. 23: PL
4, 553; Id. De cath. Eccl. unitate, 7: CSEL 31, 215; Conc. Ecum. Vat. II,
Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 4; Const. Sacrosanctum Concilium,
sobre la sagrada liturgia, 26.
(50) Exhort. ap. Familiaris consortio (22 de
noviembre de 1981), 57; 61: AAS 74 (1982), 151; 154.
(51) Cf. S. Congr. para el Culto Divino, Directorio
para las Misas con niños (1 de noviembre de 1973): AAS 66 (1974), 30-46.
(52) S. Congr. de Ritos, Instrucción Eucharisticum
mysterium sobre el culto del misterio eucarístico (25 de mayo de 1967), 26: AAS
59 (1967), 555-556; S. Congr. Para los Obispos, Directorio Ecclesiae imago para el
ministerio pastoral de los obispos (22 de febrero de 1973), 86c: Ench. Vat. 4, n.
2071.
(53) Exhort. ap. postsinodal Christifideles
laici (30 de diciembre de 1988), 30: AAS 81 (1989), 446-447.
(54) S. Congr. Para el Culto Divino, Instruc. Las
misas para grupos particulares (15 de mayo de 1969), 10: AAS 61 (1969), 810.
(55) Cf. Conc. Ecum Vat. II, Const. dogm. Lumen
gentium, sobre la Iglesia, 48-51.
(56) « Haec est vita nostra, ut desiderando
exerceamur »: S. Agustín, In prima Ioan. tract. 4,6: SC 75, 232.
(57) Misal Romano, Embolismo después del
Padre Nuestro.
(58) Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium
et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 1.
(59) Ibíd., Const. dogm. Lumen gentium,
sobre la Iglesia, 1; cf. Enc. Dominum et vivificantem (18 de mayo de 1986), 61-64: AAS
78 (1986), 888-894.
(60) Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum
Concilium, sobre la sagrada liturgia, 7; cf. 33.
(61) Ibíd., 56; cf. Ordo Lectionum
Missae, Praenotanda, 10.
(62) Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la
sagrada liturgia, 51.
(63) Cf. ibíd., 52; Código de Derecho
Canónico, can. 767 § 2; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales,
can. 614.
(64) Const. ap. Missale Romanum (3 de abril
de 1969): AAS 61 (1969), 220.
(65) En la Const. Sacrosanctum Concilium,
24, se habla de « suavis et vivus Sacrae Scripturae affectus ».
(66) Carta Dominicae Cenae (24 de febrero de
1980), 10: AAS 72 (1980), 135.
(67) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei
Verbum, sobre la divina revelación, 25.
(68) Cf. Ordo lectionum Missae, Praenotanda,
cap. III.
(69) Cf. Ordo lectionum Missae, Praenotanda,
cap. I, 6.
(70) Conc. Ecum. Tridentino, Sess. XXII,
Doctrina y cánones sobre el santísimo sacrificio de la Misa, II: DS, 1743;
cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1366.
(71) Catecismo de la Iglesia Católica,
1368.
(72) S. Congr. de Ritos, Instr. Eucharisticum
mysterium, sobre el culto del misterio eucarístico (25 de mayo de 1967), 3 b: AAS
59 (1967), 541; cf. Pío XII, Enc. Mediator Dei (20 de noviembre de 1947), II: AAS,
39 (1947), 564-566.
(73) Cf. Catecismo de la Iglesia Católica,
1385; cf. también Congr. para la Doctrina de la Fe, Carta a los obispos de la Iglesia
católica sobre la recepción de la comunión eucarística por parte de los fieles
divorciados y vueltos a casar (14 de septiembre de 1994): AAS 86 (1994), 974-979.
(74) Cf. Inocencio I, Epist. 25, 1 a
Decenzio de Gubbio: PL 20, 553.
(75) II, 59; 2-3: ed. F. X. Funk, 1905, 170-171.
(76) Cf. Apologia I, 67, 3-5: PG 6,
430.
(77) Acta SS. Saturnini, Dativi et aliorum
plurimorum martyrum in Africa, 7,9,10: PL 8, 707.709-710.
(78) Cf. can. 21, Mansi, Conc. II, 9.
(79) Cf. can. 47, Mansi, Conc. VIII, 332.
(80) Véase la proposición contraria, condenada
por Inocencio XI en 1679, sobre la obligación moral de la santificación de la fiesta: DS
2152.
(81) Can. 1248: « Festis de praecepto diebus
Missa audienda est »; can. 1247 § 1: « Dies festi sub praecepto in universa
Ecclesia sunt... omnes et singuli dies dominici ».
(82) Código de Derecho Canónico, can.
1247; el Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, can. 881 § 1,
prescribe que « los fieles cristianos están obligados los domingos y días de precepto a
participar en la Divina Liturgia o bien, según las prescripciones o la legítima
costumbre de la propia Iglesia sui iuris, en la celebración de las alabanzas
divinas ».
(83) N. 2181: « Los que deliberadamente faltan a
esta obligación cometen un pecado grave ».
(84) S. Congr. para los Obispos, Directorio Ecclesiae
imago para el ministerio pastoral de los obispos (22 de febrero de 1973), 86a: Ench.
Vat. 4, 2069.
(85) Cf. Código de Derecho Canónico, can.
905 § 2.
(86) Cf. Pío XII, Cons. ap. Christus Dominus (6
de enero de 1953): AAS 45 (1953), 15-24; Motu proprio Sacram Communionem (19
de marzo de 1957): AAS 49 (1957), 177-178; Congr. S. Oficio, Istr. sobre la
disciplina del ayuno eucarístico (6 de enero de 1953): AAS 45 (1953), 47-51.
(87) Cf. Código de Derecho Canónico, can.
1248 § 1; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, can. 881 § 2.
(88) Cf. Missale Romanum, Normae universales de
Anno liturgico et de Calendario, 3.
(89) Cf. S. Congr. para los Obispos, Directorio Ecclesiae
imago para el ministerio pastoral de los obispos (22 de febrero de 1973), 86: Ench.
Vat. 4, 2069-2073.
(90) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum
Concilium, sobre la sagrada liturgia, 14.26; Carta ap. Vicesimus quintus annus
(4 de diciembre de 1988), 4.6.12: AAS 81 (1989), 900-901; 902; 909-910.
(91) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen
gentium, sobre la Iglesia, 10.
(92) Cf. Instr. interdicasterial Ecclesiae de
mysterio, sobre algunas cuestiones acerca de la colaboración de los fieles laicos con
el ministerio de los sacerdotes (15 de agosto de 1997), 6.8: AAS 89 (1997),
869.870-872.
(93) Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen
gentium, sobre la Iglesia, 10: « in oblationem Eucharistiae concurrunt ».
(94) Ibíd., 11.
(95) Cf. Código de Derecho Canónico, can.
1248 § 2.
(96) Cf. S. Congr. para el Culto Divino, Directorio
Christi Ecclesia para las celebraciones dominicales en ausencia del sacerdote (2 de
junio de 1988): Ench. Vat. 11, 442-468; Instr. interdicasterial Ecclesiae de
mysterio acerca de algunas cuestiones sobre la colaboración de los fieles laicos con
el ministerio de los sacerdotes (15 de agosto de 1997): AAS 89 (1997), 852-877.
(97) Cf. Código de Derecho Canónico, can.
1248 § 2; Congr. para la Doctrina de la Fe, Carta Sacerdotium ministeriale (6 de
agosto de 1983), III: AAS 75 (1983), 1007.
(98) Cf. Pont. Comisión para los Medios de
Comunicación Social, Instr. past. Communio et progressio sobre los medios de
comunicación social (23 de mayo de 1971), 150-152.157: AAS 63 (1971), 645-646.647.
(99) Proclamación diaconal en honor del día del
Señor: véase el texto siriaco en el Misal según el rito de la Iglesia de Antioquía de
los Maronitas (ed. en siriaco y árabe), Jounieh (Líbano) 1959, 38.
(100) V, 20, 11: ed. F.X. Funk 1905, 298; cf. Didaché
14, 1: ed. F.X. Funk, 1901, 32; Tertuliano, Apologeticum 16, 11: CCL 1, 116.
Véase en concreto Epístola de Bernabé, 15, 9: SC 172, 188-189: « He ahí
por qué celebramos como una fiesta gozosa el octavo día en el que Jesús resucitó de
entre los muertos y, después de haber aparecido, subió al cielo ».
(101) Tertuliano, por ejemplo, nos informa que en
los domingos estaba prohibido arrodillarse, ya que esta postura, al ser considerada sobre
todo como gesto penitencial, parecía poco oportuna en el día de la alegría: cf. De
corona 3,4: CCL 2, 1043.
(102) Ep. 55, 28: CSEL 342, 202.
(103) Cf. S. Teresa del Niño Jesús y de la Santa
Faz, Derniers entretiens, 5-6 julio 1897, en: Oeuvres complètes, Cerf-Desclée de
Brouwer, París, 1992, 1024-1025.
(104) Exhort. ap. Gaudete in Domino (9 de
mayo de 1975), II: AAS 67 (1975), 295.
(105) Ibíd, VII, l.c., 322.
(106) Hex. 6, 10, 76: CSEL 321, 261.
(107) Cf. Edicto de Constantino, 3 de julio del
321: Codex Theodosianus II, tit. 8, 1, ed. Th. Mommsen, 12, 87; Codex Iustiniani,
3, 12, 2, ed. P. Krueger, 248.
(108) Cf. Eusebio de Cesarea, Vida de
Constantino, 4, 18: PG 20, 1165.
(109) El documento eclesiástico más antiguo sobre
este tema es el canon 29 del Concilio de Laodicea (segunda mitad del siglo IV): Mansi, II,
569-570. Desde el siglo VI al IX muchos Concilios prohibieron las « opera ruralia
». La legislación sobre los trabajos prohibidos, sostenida también por las leyes
civiles, fue progresivamente muy precisa.
(110) Cf. Enc. Rerum novarum (15 de mayo de
1891): Acta Leonis XIII 11 (1891), 127-128.
(111) Hex. 2, 1, 1: CSEL 321, 41.
(112) Cf. Código de Derecho Canónico, can.
1247; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, can. 881 §§ 1.4.
(113) Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum
Concilium, sobre la sagrada liturgia, 9.
(114) Cf. también S. Justino, Apología I,
67,6: « Los que viven en la abundancia y quieren dar, dan libremente cada uno lo que
quiere, y lo que se recoge se da al que preside y él asiste a los huérfanos, las viudas,
los enfermos, los indigentes, los prisioneros, los huéspedes extranjeros, en una palabra,
socorre a todos los que tienen necesidad »: PG 6, 430.
(115) De Nabuthae, 10, 45: « Audis,
dives, quid Dominus Deus dicat? Et tu ad ecclesiam venis, non ut aliquid largiaris
pauperi, sed ut auferas »: CSEL 322, 492.
(116) Homilías sobre el Evangelio de Mateo,
50, 3-4: PG 58, 508.509.
(117) Cf. S. Paulino de Nola, Ep. 13, 11-12
a Pamaquio: CSEL 29, 92-93. El senador romano es alabado precisamente por haber
reproducido casi el milagro evangélico, uniendo a la participación eucarística la
distribución de comida a los pobres.
(118) Carta apost. Tertio millennio adveniente
(10 de noviembre de 1994), 10: AAS 87 (1995), 11.
(119) Ibíd.
(120) Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 731-732.
(121) Const. Sacrosanctum Concilium, sobre
la sagrada liturgia, 102.
(122) Ibíd., 103.
(123) Ibíd., 104.
(124) Carm. XVI, 3-4: « Omnia praetereunt,
sanctorum gloria durat in Christo qui cuncta novat, dum permanet ipse »: CSEL 30,
67.
(125) Cf. Código de Derecho Canónico, can.
1247; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, can. 881 §§ 1.4.
(126) Por derecho común, en la Iglesia latina son
de precepto los días de Navidad, Epifanía, Ascensión, Santísimo Cuerpo y Sangre de
Cristo, Santa María Madre de Dios, Inmaculada Concepción, Asunción, San José, Santos
Apóstoles Pedro y Pablo y, finalmente, Todos los Santos: cf. Código de Derecho
Canónico, can. 1246. Días festivos de precepto comunes a todas las Iglesias
orientales son los de Navidad, Epifanía, Ascensión, Dormición de Santa María Madre de
Dios, Santos Apóstoles Pedro y Pablo: cf. Código de los cánones de las Iglesias
Orientales, can. 880 § 3.
(127) Cf. Código de Derecho Canónico, can.
1246 § 2; para las Iglesias orientales, véase Código de los Cánones de las Iglesias
Orientales, can. 880 § 3.
(128) Cf. S. Congr. de Ritos, Normae universales
de Anno liturgico et de Calendario (21 de marzo de 1969), 5.7: Ench. Vat. 3,
895.897.
(129) Cf. Caeremoniale Episcoporum, ed.
typica 1995, n. 230.
(130) Cf. ibíd., n. 223.
(131) Contra Celso VIII, 22: SC 150,
222-224.
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