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El verdadero «Hombre del Saco»

Hace 110 años se cometía un horrendo infanticidio en Almería que daría origen a la leyenda

Gador (Almería), agosto de 1910. Acusados del asesinato del niño Bernardo González: (1) Francisco Leona Romero, (2) Julio Hernández Rodríguez (3), José Hernández Rodríguez (4), Pedro Hernández (padre de los dos últimos)+ info
Gador (Almería), agosto de 1910. Acusados del asesinato del niño Bernardo González: (1) Francisco Leona Romero, (2) Julio Hernández Rodríguez (3), José Hernández Rodríguez (4), Pedro Hernández (padre de los dos últimos) - Fernández Pérez
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Antes de relatar aquel horrendo crimen de Gádor que había sucedido en este pequeño pueblo de Almería en 1910, ABC quiso advertir a sus lectores de que ni los asesinatos del Huerto del Francés, ni otros famosos de la época eran comparables por su crueldad al que iba a referir con todo detalle. Era la muestra de que el Mal existía y tenía rostro: el de los salvajes cuya imagen publicó pocos días después.

En Gádor, una localidad que hace 110 años contaba con unos 800 vecinos, vivía por aquel entonces un tuberculoso llamado Francisco Ortega, alias «el Moruno», con su mujer Antonia López y varios hijos. Desesperado porque la enfermedad le estaba carcomiendo los pulmones, se puso en manos de una vecina curandera, Agustina Rodríguez, y por indicación de ésta, entró en contacto con Francisco Leona, un siniestro sujeto con pésimos antecedentes que también se hacía pasar por curandero.

Por 3.000 sucios reales, este viudo de setenta años con fama de mala persona, le recetó a la familia un «sencillo» remedio: «Con que beba la sangre caliente de un niño y con que le pongáis después las mantecas del propio niño sobre la tapa del pecho, ya está curado».

Y a aquellos salvajes se les ocurrió poner inmediatamente en práctica esa terrible cura. Su víctima fue un hermoso niño de siete años, Bernardo González Parra, que vivía miserablemente con sus padres en una cueva de Rioja, un pueblo de 400 vecinos cercano a Gádor.

Provistos de un saco, Leona y Julio «el Tonto», uno de los hijos de la curandera, marcharon en busca del niño. Lo encontraron bañándose con otros dos chiquillos de su edad en las cercanías de Rioja. Los despiadados criminales engañaron al pequeño diciéndole que iban a coger brevas y albaricoques y que lo llevaban al cortijo de Araoz, donde estaba su hermano. El muchacho los acompañó voluntariamente parte del trayecto, pero «bien por instinto, bien porque el feroz semblante de los que habían de ser sus asesinos llevase retratados los miserables y monstruosos propósitos que les animaban, Bernardo quiso retroceder», según el relato de ABC. Leona, furioso, lo cogió al tiempo que ordenaba a Julio que abriera el saco y metió en él, cabeza abajo, al inocente niño.

Tras darle vueltas al saco para que la tela sirviera también de mordaza, cargaron con el niño al hombro hasta llegar a la casa de la repulsiva vieja curandera, que los estaba esperando. Allí también se encontraba el Moruno, provisto de una olla de porcelana.

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Cuando a las nueve de la noche llegó a su casa el marido de Agustina, José Hernández, procedieron al sacrificio del pobre niño. «Entre Julio, su hermano José y su infame madre Agustina sujetaron a la desdichada criatura en tanto que el miserable verdugo, el monstruoso Leona, provisto de una navaja de hoja y filo finísimos, abrió una ancha herida en la parte alta del costado, cortándole las arterias que afluyen al corazón», relató ABC. Junto al borde de la herida, el Moruno sostenía la olla donde recogía la sangre de su víctima, que bebió momentos después, creyendo que le salvaría la vida.

Una vez terminada la monstruosa operación, y, quizá, aún con vida todavía el pobre niño, se pusieron a discutir quién había de trasladarlo a la sepultura que de antemano habían buscado. Pero antes, armado de una navaja barbera Leona abrió el cuerpo infantil y con la ayuda de Julio le extrajo al pequeño las entrañas con las que, según su bestial receta, le harían recuperar al Moruno la salud perdida.

«Y ante aquel horripilante cuadro, ante tan atroz espectáculo, que puede ofrecer el cuerpo de un niño abierto en canal, Francisco Ortega se colocó en el pecho un emplasto de aquellas mantecas», relató ABC.

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Los sanguinarios asesinos trasladaron a continuación los restos de Bernardo hasta el barranco del Jalbo. Para desfigurar su cara y dificultar así su identificación, colocaron su cadáver en un hoyo y le machacaron la cabeza de forma atroz.

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Aquel odioso crimen no quedó impune. ABC subrayaba después que todos los procesados, a excepción del Francisco el Moruno, estaban ya convictos y confesos en agosto. La vieja Agustina no había revelado aún la cantidad recibida de Antonia López, mujer del Moruno, a cambio del terrible sacrificio. Según Julio, les había pagado tres mil reales por perpetrar ese crimen espantoso, «que no se justifica ni por todo el oro del universo», apostillaba el diario.

Leona murió en la cárcel antes de que le dieran garrote vil. Su «cliente» y la curandera fueron ejecutados. José fue sentenciado a 17 años de prisión y su hermano Julio, a la pena de muerte, pero fue finalmente indultado por su demencia.

El crimen de Gádor conmocionó al país de tal modo que el miedo al «Hombre del Saco» se transmitió de generación en generación.

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