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El tenso telegrama que acompañó a la crónica del asesinato de Martin Luther King: «Dominan las turbas»

La muerte de Martin Luther King el 4 de abril de 1968 desató una ola de violencia de la que dio cuenta el corresponsal de ABC en Washington José María Massip

Martin Luther King, durante su discurso "Tengo un sueño"
Martin Luther King, durante su discurso "Tengo un sueño" - Agencias
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A las seis de la tarde y un minuto del 4 de abril de 1968, una bala asesina cruzó la calle Mulberry de Memphis y alcanzó a Martin Luther King en la cabeza. El líder del movimiento por los derechos civiles en EE.UU. había salido a un balcón del motel Lorraine en el que se había alojado y estaba bromeando con Jesse Jackson y otros de sus acompañantes cuando «un hombre blanco bien vestido» le disparó desde la pensión que había enfrente con un rifle Remington-Peters. Aunque fue trasladado urgentemente al hospital de Saint Joseph, el reverendo, Nobel de la paz, murió poco después.

Martin Luther King, en el balcón donde fue asesinado al día siguiente
Martin Luther King, en el balcón donde fue asesinado al día siguiente - ABC

ABC pudo insertar en el periódico del día siguiente unas breves líneas con aquella dramática última hora.

Martin Luther King había sido asesinado. Aún se desconocía entonces la identidad del tirador. James Earl Ray, un racista blanco prófugo de la cárcel, sería capturado dos meses después y condenado a 99 años de cárcel.

El asesinato del líder pacifista conmocionó a todo Estados Unidos y desató una explosión de violencia de la que dio cuenta el corresponsal de ABC en Washington, José María Massip, en una crónica que traslada al lector a aquellos dramáticos días:

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«A las cuatro de esta madrugada, muchas horas después del trágico asesinato de Martin Lutero King en la ciudad de Memphis, Estado de Tennessee, una turba enloquecida de muchachos negros se lanzaba sobre un joven blanco en una estación de gasolina de la calle 14 de esta capital. El blanco era un forastero de Virginia que pasaba por la ciudad, en su automóvil, camino del Sur, y que ignoraba lo que había sucedido unas horas antes al pobre Martín Lutero King. No tenía nada que ver con nada. Era un traseúnte en su coche. La turba lo mató, por blanco, a palos, a golpes y a cuchilladas.

He aquí el índice de la crisis nacional de este pueblo norteamericano, sacudido hoy en su vida y en su conciencia por la ejecución del apóstol de la no violencia, el Gandhi norteamericano, el caudillo negro de las gentes infelices de su raza, pastor protestante, premio Nobel de la Paz, figura de proyección internacional.

Un escalofrío de miedo a lo largo de la espina dorsal, un espasmo de odio en el cuerpo social, la comprobación de la trágica y persistente escisión entre las razas, dominan en este momento a la sociedad norteamericana en esta dramática primavera de 1938, en el momento del asesinato de King, muerto anoche de un tiro al cuello y a la parte inferior del rostro, disparado por un fusil Remington en manos de un fanático blanco, a quien hasta ahora no se ha detenido.

Esta capital pasó anoche—y pasa hoy, mientras comunico—por una explosión de violencia amotinada, de saqueo y de frenesí en la frontera de la calle 14, entre la zona blanca y los barrios negros, el océano negro de los distritos del Sudeste. La Policía actuó con toda la posible serenidad en las condiciones que se le presentaban y se le están presentando en esta tarde de viernes. Hubo que detener a ciento cincuenta amotinados y llevar a los hospitales a más de cincuenta lesionados. Hubo que recurrir a los gases lacrimógenos. Hubo que apagar muchos incendios. Esta mañana, en la frontera de la calle 14, centenares de tiendas y edificios tenían sus cristaleras y ventanas hechas añicos y los escaparates vacíos. Estuve allí y daba lástima. Ello había ocurrido y estaba ocurriendo en la misma capital de los Estados Unidos, a menos de un kilómetro de la Casa Blanca. Hasta ahora, mientras comunico, los establecimientos comerciales del centro están cerrados y las gentes de las oficinas y los burócratas se van a casa con el corazón oprimido, y en la noche de hoy, puede asegurarse, no habrá en las calles de Washington más que los extremistas del movimiento negro y las fuerzas de la Policía y de la Guardia Nacional.

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En un comunicado oficial extraordinario, el Pentágono, el Ejército, acaba de hacer saber esta tarde que ha tomado las disposiciones necesarias para hacer frente a cualquier desorden grave que se produzca. Todo indica que se producirá. Jamás en la vida nacional norteamericana se había dado un comunicado semejante, un comunicado de guerra civil. Al mismo tiempo, el presidente, que ha suspendido indefinidamente su viaje a Honolulú, se reunió a mediodía con los dirigentes de los Derechos Civiles negros, apareció en la TV y anunció que ha declarado el próximo domingo como día de luto nacional por el asesinato de King. Todas las banderas norteamericanas, aquí y en el extranjero, ondean hoy a media asta.

El crimen de Memphis. comparable en magnitud nacional al magnicidio de Dallas hace cuatro años, ha enfrentado a esta nación con uno de sus problemas inaplazables, que es el de sus veintitantos millones de ciudadanos negros dentro de la estructura blanca de esta sociedad, su vida, su incorporación, su trabajo, su miseria, su llanto, su futuro. Se ha hecho lo que se ha podido para aliviar las hambres inmediatas v dar entrada al necro en el proceso político de esta sociedad, pero no basta.

Dos presidentes que lo han intentado seriamente, a fondo, John Kennedy y Lyndon Johnson, no han conseguido poner en marcha en el país blanco el movimiento de buena voluntad y comprensión indispensables. El primero fue asesinado hace cuatro años en Dallas. Dios sabe por qué. El segundo ha embarrancado en la guerra de Vietnam. A encontrar un punto de coincidencia integrante, de paz racial, iba Martín Lutero King con su activismo de la no-violencia, con sus marchas en el Sur, sus boicots de los autobuses de Montgomcry, su famosa concentración en el Washington de aquel cálido año de 1963, sus elocuentes discursos, su pasión civilizada, Martin Lutero King, el reverendo pastor de la parroquia de su padre, la de Ebenezcr. de la ciudad de Atlanta, el activista de los derechos cívicos, el orador extraordinario, infatigable, evangélico, seguidor de Gandhi de la India, apuñalado una vez en Nueva York, encarcelado varias veces en Birmingham, apedreado en Chicago y consciente de que en este crepúsculo de su fama y su influencia, desbordado por los militantes separatistas del "black power", estaba llegando al final de la cuerda de su influencia y, acaso, de su propia vida.

Un asesino acabó anoche con él. En un discurso pronunciado en Memphis el día anterior. Martín Lutero King decía a sus oyentes negros: "No sé lo que sucederá ahora, tenemos días difíciles delante, pero a mí no me importa ya, porque he subido a la cumbre de la montaña. Como todos los demás, quisiera que mi vida fuese larga, pero esto ya no me preocupa. Quiero hacer la voluntad de Dios, he llegado a la cima de la montaña y he contemplado la tierra prometida. Acaso no llegue a ella en vuestra compañía, pero quiero que sepáis que llegaréis allí. No me preocupa nada ni temo a nadie."

Este era el tipo humano, llevado por una fe, dispuesto a ofrecer siempre la otra mejilla, pidiendo confianza y paz a los suyos, acaudillando sus marchas, compartiendo su cansancio, pidiendo su incorporación a la sociedad. Los extremistas jóvenes del separatismo se le llevaron a los jóvenes y King se debatía últimamente en la amarga frontera de los "Tío Tom", acusado por los militantes de complicidad con la estructura blanca. No había tal, y anoche lo demostró en Memphis la bala de un blanco, poniendo punto final a los sueños de Martín Lutero King, el negro que creía en su patria norteamericana.

King, en agosto de 1963 durante su célebre discurso
King, en agosto de 1963 durante su célebre discurso - AFP

Recuerdo aquel admirable discurso de la marcha de 1963 sobre Washington, al pie del monumento a Lincoln, ante trescientas mil personas que se concentraron aquel día en la capital y se manifestaron ordenadamente, sin romper el cristal de una sola ventana. "Tengo un sueño, el de que mis cuatro hijos vivirán un día en esta nación sin ser juzgados por el color de su piel, sino por el contenido de su carácter... Tengo un sueño, el de que un día en las tierras rojas de mi Estado de Georgia, los hijos de los esclavistas y los de sus esclavos puedan sentarse juntos en la mesa de su hermandad". Los sueños de King no se han realizado.

Cayó anoche, alcanzado por la bala de un fanático que parece haber acabado hoy con la esperanza de la nación. Aquella bala derrumbó, acaso por mucho tiempo por venir, el muro tan penosamente levantado por King entre la paz y la guerra racial en su patria, entre la integración y el separatismo, entre la esperanza y la desesperación. Este, el de la desesperación, el odio, el miedo, acaso el pánico, es el momento de la Norteamérica desde la cual estoy comunicando con ABC de Madrid. Stokely Carmichael, que acaudillaba anoche los motines de la calle 14, declaró hoy a la Prensa que la Norteamérica blanca ha asesinado a Martín Lutero King", y que esta Norteamérica va a pagar, tendrá que pagar, con llanto y lágrimas, el crimen de Memphis.

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Mientras comunico, estoy convencido de que los resortes de la autoridad, muy poderosos, pueden detener la avalancha de pánico que se ha apoderado esta noche en la capital de los Estados Unidos y restablecer en los próximos días, veremos cuántos, una senda de razón y serenidad ciudadana que haga posible de algún modo el diálogo nacional.

El sueño de Martín Lutero King, premio Nobel de la Paz, caído ayer en Memphis, no se ha realizado. Acaso el país necesita de otros caudillos para arrancarle del miedo, devolverle la esperanza y hacer frente a su destino.»

Al final de su crónica de madrugada, Massip envió a la redacción de Madrid a modo de posdata, un dramático mensaje, que resumía la confusa situación por la que atravesaba el país en aquellos momentos:

«EN ESTA CIUDAD HAY MUCHOS TRANSTORNOS ESTA NOCHE. EN EL CENTRO ARDEN TIENDAS. EN ESTE MOMENTO DOMINAN LAS TURBAS NEGRAS. MIS COMUNICACIONES NO SON FÁCILES, TRATARÉ COMUNICAR OTRA VEZ. SALUDOS»- MASSIP.

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