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Reyes, presidentes y pintores: las víctimas más reconocidas de la gran pandemia del siglo XX

Si de la Covid-19 no se han librado ni actores, ni políticos, ni recientemente Isabel II, con la Gripe española que puso la guinda a la Primera Guerra Mundial ocurrió un terremoto de casos todavía más pronunciado

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Las víctimas de la llamada Gripe española de principios de siglo XX no solo fueron una vez los más vulnerables como los niños o los ancianos de los estratos socioeconómicos desfavorecidos, sino que incluyó a los adultos sanos y a grandes celebridades. La predilección del virus por los individuos jóvenes adultos, que constituían el 87% de la población activa, provocó que la actividad económica se redujera en España e incluso en algunas localidades quedaran prácticamente paralizadas.

En muchos lugares de España, las autoridades declararon la cuarentena, prohibieron el derecho de reunión para evitar aglomeraciones, se cerraron escuelas, teatros, centros de culto… hasta el punto de que numerosos fallecimientos de niños fueron debidos al hambre (se les aislaba hasta el punto de prohibir llevarles alimentos).

Ni la realeza ni las celebridades de la época fueron inmunes a la pandemia surgida supuestamente en una base militar de EE.UU. El pintor austríaco Egon Schiele falleció a los 28 años de edad en el otoño de 1918 junto a su esposa embarazada de seis meses. El poeta, ensayista y novelista francés Guillaume Apollinaire también perdió la vida a causa de la gripe española, al igual que Yakov Sverdlovn, la mano derecha de Lenin, o el abuelo de Donald Trump.

Gustav Klimt falleció poco después de superar la enfermedad, una pandemia que borró del mapa a los príncipes Erik de Suecia y Humberto de Saboya. La parca también alcanzó a Sophie, hija de Sigmun Freud y a la madre del magnate de la prensa William Randolph Hearst.

Los grandes reyes de su tiempo.+ info
Los grandes reyes de su tiempo.

El que una década después se convertiría en presidente de los Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt, terminó desarrollando una doble pulmonía como consecuencia de la enfermedad. Entre los líderes mundiales que padecieron la pandemia estuvieron Guillermo II de Alemania, el primer ministro británico Lloyd George y el presidente de EE.UU. Woodrow Wilson. Edvard Munch, el artista noruego que pintó el 'Grito', realizó un autorretrato de cómo superó la enfermedad. A su vez, la gripe impidió que Walt Disney, apenas un adolescente, llegara a pisar los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial de la mano de la Cruz Roja, organización en la que se había enrolado, y tal vez así salvó la vida.

El escritor Franz Kafka, autor de 'La Metamorfosis', escribió a principios del otoño de 1918 una carta a su jefe en la que manifestaba: «Estoy en cama con fiebre que surge directamente de mis pulmones. Sufro temporalmente de una respiración corta y pesada, lo que me genera debilidad y sudores fríos por la noche». Logró superar la enfermedad, pero moriría seis años después por problemas derivados por su tuberculosis.

Otros grandes nombres que sonaron como posibles contagiados fueron Mahatma Ghandi, el compositor húngaro Béla Bartók, que padeció durante mucho tiempo una grave infección de oído; el poeta Ezra Pound o la pintora Georgia O’Keefe.

El mito de que Alfonso sufrió Gripe española

En España, se especuló con que miembros del Gobierno, entre ellos Eduardo Dato y varios ministros, enfermaron del virus en las dos primeras y más letales oleadas. Julián Juderías, principal divulgador de la expresión y del concepto de «leyenda negra», falleció a consecuencia de la pandemia. Incluso se pone como ejemplo de la amplia penetración de la enfermedad que hasta el Rey de España, Alfonso XIII, padeciera la gripe y le obligara a guardar cama cuando todavía coleaba la Primera Guerra Mundial.

Alfonso XIII, sobre el estribo de una de las rotativas de ABC.+ info
Alfonso XIII, sobre el estribo de una de las rotativas de ABC.

Entre septiembre y octubre de 1918, Alfonso XIII debió interrumpir esta labor y sus conversaciones con Alemania para que dejara de hundir barcos españoles en el Atlántico (se estima que los germanos hundieron un total de 80.000 toneladas hispanas durante la guerra) debido a un problema de salud nunca esclarecido del todo. El diario ABC informó el 30 de septiembre de 1918 de que «S. M. el Rey se halla enfermo de gripe. El ataque es leve, y aunque su majestad tiene alguna fiebre, hasta ahora la dolencia no ofrece importancia».

Durante varios días guardó cama en el Palacio de Miramar, en San Sebastián, donde la Familia Real solía pasar parte del verano, debido a esta afección gripal localizada en la garganta que le produjo algo de fiebre. En los siguiente días permaneció en el lecho «para atender con elemental precaución el curso de la dolencia; pero no cesa en su despacho diario con el ministro de jornada y con su secretario particular».

El día 4 de octubre, sin embargo, el parte oficial señaló un hecho que apunta a que el Rey no sufrió Gripe: una serie de erupciones «escarlatinosa de evolución normal» aparecieron en su cuerpo. Erupciones en la piel que no encajan con los síntomas habituales de la gripe española, del mismo modo que no coincide con el cuadro de esta enfermedad el hecho de que diez días después la prensa siguiera informando de fiebre leve y de más problemas cutáneos.

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Además, el Rey registró inflamación en la faringe que también tardó en remitir. Algunos medios hablaron directamente de anginas, mientras otros pensaban en una gripe común, y no en la pandemia que ya se extendía por el mundo. Lo más probable es que contrajera en esas fechas escarlatina, lo que le mantuvo en cama cuando justamente se estaban cerrando los últimos flecos de la Primera Guerra Mundial. Si bien la fiebre, el dolor de garganta, las náuseas, el dolor muscular son síntomas que se coinciden en ambas dolencias, el principal rasgo diferenciador de la escarlatina, y el que le da nombre, es el sarpullido que pica y suele aparecer inicialmente en el cuello y la cara para luego extenderse al resto del cuerpo y que tiene un color escarlata, formando líneas rojas en las zonas donde hay pliegues.

El último Rey de España antes de la proclamación de la Segunda República había sido un niño enfermizo, como habitualmente lo son los hijos de tuberculosos. Con ocho años ya había sufrido de escarlatina, aparte del sarampión, anginas y una neumonía gripal que a punto estuvo de matarle. De adulto desarrolló problemas cardíacos que acabaron con su vida en una edad tan temprana como 54 años.

De ahí que su situación en esos meses de 1918 resultara una cuestión tan delicada a nivel mediático, especialmente porque el Rey no se había decidido sobre qué hacer con la sucesión de la corona. Su primogénito, el Príncipe Alfonso, sufría hemofilia y vivió toda su vida entre algodones. El siguiente en la línea sucesoria, el Infante Don Jaime, quedó sordomudo por las complicaciones de una infección.

La súbita desaparición del Rey de la escena pública se manejó en la prensa con discreción y cierta ambigüedad, aparte de que en ese momento se vivía una desinformación masiva sobre cuánto había de pandemia y cuánto de las consecuencias de la guerra.

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