El relato de un testigo de la dura represión republicana de Casas Viejas: «En casas y calles se ven grandes regueros de sangre»
La revuelta anarquista de enero de 1933 en esta pequeña localidad de Cádiz, que fue severamente sofocada por parte del Gobierno de Azaña, se saldó con 28 muertos
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«Dolor de un pueblo y espanto de la conciencia universal. ¡ Casas Viejas! ¿A quién claman esos cadáveres?», se preguntaba ABC en noviembre de 1933. En los primeros días del año, campesinos de ese mísero pueblo gaditano de la pedanía de Medina Sidonia se habían sumado a « los intentos de sedición anarcosindicalista» que se sucedían en el país. Asaltaron el cuartel de la Guardia Civil e hirieron a dos guardias antes de hacerse fuertes en una casa, proclamando el comunismo libertario.
«De Jerez y San Fernando llegaron refuerzos de asalto, y al llegar estas fuerzas a Casas Viejas, intentaron tomar la casa donde se encontraban los revoltosos, sin conseguirlo, entablándose un fuerte tiroteo, del que resultó muerto un guardia de asalto y otro, que corría en persecución de un individuo, que entró en la casa mencionada, penetrando con él», informó ABC en la madrugada del 12 de enero.
+ infoEn cuanto tuvo conocimiento de los graves sucesos que ocurrían en Casas Viejas, este periódico envió a un redactor, Gil Gómez Bajuelo, que llegó a Medina Sidonia el mismo día 12. Allí pudo entrevistar al médico de los guardias de asalto que intervinieron en la severa represión de la revuelta. Éste fue su personal relato del choque de las fuerzas de seguridad con los anarquistas:
«Él nos dice que a las siete de la noche del día 11 supieron que había sido copado el cuartel de la Guardia Civil de Casas Viejas, y asesinados sus ocupantes. El capitán, Manuel Rojas, dispuso que inmediatamente saliese la sección, formada por cincuenta hombres, al mando del teniente Sancho. Esta sección iba a proteger la entrada de diez números de Asalto, de la compañía de Sevilla.
Llegamos a Medina, la sección del teniente Sancho, y como jefe de todas las fuerzas, el capitán Rojas, partiendo inmediatamente para Casas Viejas, debido a los rumores alarmantes que corrían.
El camino está lleno de obstáculos. Montones de grava en la carretera, zanjas hechas en la misma, tachuelas, etc. Llegamos a las once y media de la noche. La situación era muy comprometida para los compañeros. Los rebeldes se hallaban parapetados en las tapias y chumberas, desde las que hacían un fuego mortífero, que causó bajas en nuestras fuerzas. Apenas llegamos, instalé el botiquín en un cuarto cuyas paredes están próximas al lugar donde se libra el combate, siendo eficazmente ayudado, con gran celo, por el doctor Hurtado.
Pronto nos enteramos que Isacio Martín, de la 13 compañía, de Sevilla, había resultado muerto al intentar el asalto a la casa de Seis Dedos. Este individuo a quien llamaban el Seis Dedos, es uno de los cabecillas y miembro de los más activos que tiene la F.A.I.
+ infoEl guardia Martín intentó entrar en la casa donde se guarecía el Seis Dedos, y al abrir la puerta recibió una descarga que le ocasionó la muerte en el acto. En socorro de este compañero le siguió Miguel Magraz también de Sevilla, quien apenas entró en la casa, recibió otra descarga, cayendo al suelo.
El Seis Dedos entonces, con una audacia inconcebible, salió a la puerta de la casa, cogió al guardia de Asalto, le metió dentro de su parapeto, y allí le pegó un tiro en la mano derecha para dejarlo completamente indefenso.
Mientras tanto, el Seis Dedos seguía disparando, ayudado por dos hijos suyos. Uno de ellos, muchacha de unos veinte años, de nombre Libertaria, que le preparaba las armas al padre para que éste pudiese disparar sin interrupción.
El Seis Dedos intentó coger la pistola del guardia de Asalto herido, pero no pudo apoderarse de ella, porque el guardia, en un esfuerzo supremo, logró escapar, penetrando en un corralón inmediato, sitio en el que permaneció entre dos fuegos durante doce horas.
Aquello era una verdadera batalla. De las chumberas y de las tapias de mampostería de las casas de los anarquistas se hacía fuego, intentando diezmar a los de Asalto, que se defendían con verdadero arrojo. Tres guardias más cayeron heridos al intentar estrechar el cerco donde se cobijaban los miembros de la F.A.I. Estos heridos fueron asistidos por mí, auxiliado siempre por el doctor Hurtado. El tiroteo duró hasta las diez de la mañana de hoy.
El Seis Dedos logró alojarse a las cinco de la mañana en una choza que no podían atravesar las balas, porque interiormente era de piedra. Entonces se tiraron bombas de mano contra los elementos de la F.A.I., funcionando también las ametralladoras. Este fuego resultó ineficaz.
+ infoEn vista de ello se acudió a arrojar piedras, envueltas en algodones, que previamente eran impregnados en gasolina, ardiendo las casas entonces. Por entre las llamas, y huyendo de ellas, fueron saliendo enseguida los elementos anarquistas, entre los que se encontraba el Seis Dedos y sus dos hijos. Los tres murieron entonces a consecuencia de los disparos hechos por las fuerzas.
Los rebeldes que pudieron salvarse huyeron y, en su huida, hostilizaban intensamente a la fuerza pública que, al mando del capitán Rojas y del teniente Sancho, se batían denodadamente en las chumberas.
Los rebeldes abandonaron en su huida ocho cadáveres, recogiéndose las armas de éstos que aún las tenían en las manos, siendo después encontrados muertos otros dos individuos que huían, al parecer heridos, recogiéndoseles un cajón conteniendo más de cuarenta hoces.
Cuando las casas, y especialmente las ventanas eran pasto de las llamas, se recogieron cuatro bajas más, dos que murieron abrasados y otros dos, a los que se les ocupó más de un centenar de cartuchos con balas. Hay además, numerosos heridos, como lo prueba que en muchas casas y calles se ven grandes regueros de sangre.
A las diez de la mañana, la situación en el pueblo había sido completamente dominada, después de doce horas de fuego continuo, quedando allí, como medida de precaución, una sección de guardias de Asalto, formada por 50 hombres, con 18 guardias civiles.
El guardia de Asalto que resultó herido y que estuvo durante doce horas entre dos fuegos pedía por Dios que no tirasen las piedras envueltas con algodón impregnado en gasolina. El otro guardia que fue muerto resultó completamente carbonizado. El herido ha sido transportado al Hospital de Cádiz.
Inmediatamente, que se dominó la situación, formaron todas las fuerzas en la plaza del pueblo, y se guardó un minuto de silencio por el guardia muerto, dándose vivas a la República y a España, que fueron contestadas con acento viril. El momento resultó de un emocionante dramatismo».
+ infoHasta ahí llegó el relato del doctor Antonio Verdes de la Villa, testigo y parte de aquellos tristes hechos. Horas después, el capitán Rojas ordenó registrar las casas del pueblo. Los guardias detuvieron a una docena de vecinos tenidos por rebeldes, que fueron seguidamente fusilados a sangre fría.
«Esta mañana ha quedado dominada la situación en Casas Viejas», informó el presidente del Gobierno, Manuel Azaña. Días después, ante los rumores de que los guardias habían asesinado a varios vecinos, llegaron periodistas a Casas Viejas a tratar de averiguar qué había de cierto en estas acusaciones que llegaban hasta las autoridades de Madrid. Entre ellos se encontraba un joven Ramón J. Sender, cuyas crónicas en «La Libertad» (recogidas después en el libro «Viaje a la aldea del crimen») tanto influyeron en la grave crisis política que siguió. El Gobierno de Azaña comenzó defendiendo la actuación policial: «En Casas Viejas no ha ocurrido sino lo que tenía que ocurrir». El propio presidente negó en las Cortes los fusilamientos, aunque después rectificó.
Ramón J. Sender recordó en 1978 en ABC que cuando denunció los tristes hechos de Casas Viejas y alguien leyó aquella denuncia en las Cortes, Azaña dijo: «Bah, cosas de novelista», pero fueron «cosas de novelista que le costaron la vida política».
+ infoEn el juicio contra el capitán Rojas en 1934, el capitán Bartolomé Barba, del Estado Mayor, afirmó que el presidente y ministro de la Guerra le había ordenado que no se hicieran «ni prisioneros ni heridos. Tiros a la barriga». Aunque Azaña lo negó en el careo que mantuvo con Barba durante la revisión del proceso en 1935, la famosa frase quedó ligada a lo ocurrido en Casas Viejas.