Primera Guerra MundialEn la guarida del legendario Barón Rojo: «Eché abajo a tres triplanos enemigos solo en una mañana»
Antonio Azpeitua visitó «El palomar de los diablos rojos» en el frente occidental en mayo de 1917
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Con apenas 24 años, Manfred von Richthofenya era toda una leyenda de la aviación cuando el periodista Javier Bueno, que firmaba con el pseudónimo de Antonio Azpeitua, visitó su guarida durante la Primera Guerra Mundial, en el frente occidental. El corresponsal de ABC la llamó «el palomar de los 'diablos rojos'», pues con este nombre satánico habían bautizado los ingleses a los aviadores de la escuadrilla del Barón Rojo.
Hacía meses que el apellido Richthofen aparecía con frecuencia en los partes de guerra que publicaban los periódicos: «La pequeña escuadrilla de caza mandada por el capitán barón von Richthofen derribó 14 aparatos enemigos, de los cuales el jefe destruyó tres»; «El capitán barón von Richthofen quedó vencedor en combate aéreo...». Conocer de cerca al «as» de la aviación alemana fue una gran oportunidad que Azpeitua no se quiso perder.
Acompañado por otros colegas periodistas, el corresponsal de ABC se internó en mayo de 1917 en el pequeño bosque de donde partían los aparatos alemanes. Cuando llegaron al campo de aviación, las águilas escarlatas se levantaron una detrás de otra para marchar en otra misión de caza. Dieron unas cuantas vueltas, remontándose, y pronto desaparecieron, muy altas, rumbo al sur. «Allá va el otro Richthofen (Lothar) con veinte años y vencedor en otros tantos combates, el teniente (Kurt) Wolff, que "bajó" cinco aeroplanos más que él; el segundo teniente R.; el sargento S...», relató Azpeitua.
En el centro de la llanura solo había quedado «un muchacho rubio, con ojos azules, de estatura mediana», a quien una severa orden de sus jefes no le había permitido volar en su pájaro mecánico aquel día. Era el jefe de la cuadrilla, el capitán Richthofen, que ya por entonces sumaba 53 aviones enemigos destruidos.
«No me dejan volar, me han obligado al descanso por un plazo que no sé si será largo o corto», les informó con sincera tristeza. A Azpeitua le pareció que el Lucifer rojo del aire tenía «cara de niño, de niño tímido, alegre», pero vio que en sus ojos había a veces «relámpagos de ametralladora». «No tiene en el pecho ninguna condecoración, a pesar de que, con las que le concedieran el Imperio, los reinos, los ducados y las ciudades libres de Alemania, podría cubrírselo. Mientras hablamos con él, tenemos la impresión de que de pronto va a levantar el vuelo, de que se zafará de nuestra curiosidad y de nuestra admiración, apoyándose en sus alas invisibles. Más que delante de un hombre, nos parece estar en presencia de un cóndor», escribió.
+ infoLos periodistas intentaron que les contara sus hazañas, que relatara su proezas y les descubriera cuál era el secreto de su habilidad. No lo consiguieron. «Nos mira sonriendo y comprendemos que nuestras preguntas le inquietan, como a una doncella le ruborizan las alusiones a su pudor». Uno de los periodistas apeló al procedimiento de coacción para hacerle contar una de sus luchas con los aviadores ingleses. «Dicen sus adversarios que la escuadrilla no obtiene éxitos sino cuando ataca en grupo», le provocó.
Y el Barón Rojo entró al trapo: «No es cierto, los veinte, veintiuno y veintidós (numeración que llevaban los aviones) los eché abajo solo, una mañana en que yo tenía permiso y dormía en Douai, antes de emprender el viaje a Alemania. A las ocho entró mi asistente y me despertó diciéndome que los ingleses, en número de seis, volaban sobre la ciudad. Sobre el pijama me puse la zamarra de pieles, me calcé las botas sin calcetines. En automóvil fui al aeródromo y subí en un aparato. Media hora después estaba desayunando en Douai después de haber "bajado" a tres triplanos».
El capitán Richthofen no volvió a contar nada más de sus hazañas. En cambio, habló con entusiasmo de sus compañeros. De cómo el teniente S. había tomado parte en un combate de Infantería al bajar a cien metros sobre las tropas inglesas que avanzaban hacia las posiciones alemanas y durante más de cinco minutos había descargado todas las municiones de su ametralladora. O del segundo teniente W. , que había sido atacado por cinco aviadores ingleses cuando iba a destruir un globo cautivo de observación. «No sólo consiguió lo que se proponía, sino que echó abajo a tres de sus adversarios», remarcó antes de mostrar su admiración por los pilotos de su cuadrilla: «¡Ah!, son muy valientes; ahora tenemos la superioridad. Cuando la batalla del Somme, sufrimos mucho, porque la aviación inglesa era más fuerte, tenía mejores aparatos, y nuestras tropas de Infantería y nuestra artillería no tenían ninguna protección».
«¿Por qué han pintado ustedes los aparatos de un rojo tan vivo?», quisieron saber los periodistas a Richthofen, que restó importancia al asunto. «¿Qué más da un color que otro? En el cielo se ve lo mismo al rojo que al azul. Mi aparato es todo encarnado; cuerpo y alas; otros tienen las alas de todos los colores, desde el amarillo hasta el violeta», se limitó a decir.
+ infoAzpeitua hizo un inciso en su crónica para describir la anarquía que existía en la aviación y que contrastaba con la uniformidad de todos los demás elementos de combate. «Los franceses pintan en las alas de sus aviones caricaturas picantes, mujercitas que parecen copiadas de una revista alegre del bulevar; los ingleses los adornan con siluetas de caballos, de perros y de otros animales; los alemanes tienen la fantasía del color. Acaso haya en esto un poco de superstición, porque atribuyan a esos dibujos una cierta virtud protectora. En un avión inglés se encontró un monito que, como el piloto, había muerto, y en otros se hallaron muñecas de porcelana o muñecos grotescos de trapo», relató.
El Barón Rojo les invitó a recorrer los hangares y observar cómo, bajo las tiendas de lona, los mecánicos ponían a los pájaros sus almas de acero. El periodista de ABC -a quien Luca de Tena solo le dio tres instrucciones antes de enviarlo a informar sobre la Gran Guerra: «veracidad, interés y rapidez»- se fijó en un aparato inglés que se encontraba en un rincón. «El puesto del bravo piloto estaba barnizado con sangre», apuntó.
Dignos adversarios
Uno de sus compañeros, mientras, le preguntó a Richthofen: «¿Son dignos adversarios de ustedes los aviadores ingleses?
«Sí -contestó el Barón Rojo, molesto de que alguien pudiera sospechar del valor de los aviadores británicos-, es una honra para nosotros el combate con ellos. Para un inglés que tanto ama el sport, esta clase de lucha tiene el doble encanto de pelear por la Patria y hacer prueba de sangre fría y de valor sereno».
+ info-¿Y sus aparatos?
-Excelentes: sobre todo los últimos modelos de triplanos, que alcanzan velocidades de 250 a 275 kilómetros por hora.
-Ahora, cuando sepan que usted no volará en algunos días, se alegrarán de no tener tal contrincante -insinuó un periodista argentino.
-Espero que muy pronto se me permitirá volar; pero, entre tanto, ya tienen bastante que hacer los aviadores ingleses con mis compañeros.
-¿Cuándo marchará usted a Alemania?
-No lo sé; acaso hoy mismo; como no tengo que consultar las guías de ferrocarril... Me iré en mi aparato.
Interrumpió la charla la aparición de un «diablo rojo» en el cielo. Pasó como una tromba por encima de los hangares y suavemente se posó sobre el césped tachonado de margaritas que servía de pista de aterrizaje. Los soldados fueron a recibirle y el capitán Richthofen les pidió a los periodistas que le excusaran porque la obligación de jefe de la escuadrilla le reclamaba.
«De otros aviadores, de Boelke, de Immelmann, teníamos la impresión de que un día caerían víctimas de sus hazañas. Richthofen, por el contrario, nos parece a cubierto de todo peligro: la calma, la seguridad que respira, la confianza en sí mismo, ganada en más de cien combates aéreos, son las garantías de sus proezas», concluyó Azpeitua su crónica, que se publicó el domingo 27 de mayo de 1917.
+ infoSin embargo, nadie estaba a salvo en la guerra. El 21 de abril de 1918 el famoso aviador alemán fue derribado en el valle del Somme. Dos días después el corresponsal de guerra británico Philip Gibbs telegrafió algunos detalles sobre la muerte del Barón Rojo: «Murió éste luego de haber obtenido 80 victorias aéreas. Las circunstancias de su muerte no son bien conocidas, porque fue en un encuentro general sobre nuestras líneas. Numerosos aparatos combatieron por ambos bandos. Richthofen navegaba a lo largo de la línea a la cabeza de una escuadrilla de 25 o 30 aparatos. Esta nube apareció el domingo a lo largo de nuestras líneas y dio caza a varios de nuestros aparatos, de los cuales dos fueron atacados de repente. Los alemanes se alejaron y siguió la batalla hacia el Norte. En la lucha estaban comprometidos, por lo menos, 50 aparatos. Todos los aviones franceses de los alrededores volaron a socorrer a los que ya luchaban, y el combate se desarrolló en una vasta extensión.
Ningún observador puede dar detalles exactos; pero se vio volar a Richthofen a unos 50 metros aproximadamente del suelo antes de que su máquina cayera delante del enemigo, el cual comenzó a bombardear furiosamente el lugar de la caída, a fin de destruir los restos del aparato. Solamente por los papeles encontrados al aviador enemigo muerto hemos podido comprobar la identidad del "as" de los "ases" alemanes».
El Barón Rojo fue enterrado por los británicos con todos los honores militares. La foto de las salvas de fusilería durante el sepelio del famoso aviador fue portada de ABC el 7 de junio de 1918.
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