Oppenheimer: "Los físicos hemos conocido el pecado, y este conocimiento vivirá con nosotros para el resto de la vida"
En la muerte del padre de la bomba atómica en 1967, el periodista José María Massip trazó un perfil personal del jefe del 'Proyecto Manhattan'

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La muerte de Robert Oppenheimer no fue una muerte cualquiera. Ocurrió en 1967, cuando el entonces director del Instituto de Estudios Superiores de la Universidad de Princeton tenía 62 años y al reputado periodista José María Massip le pareció que era "la muerte de una época angustiada y angustiosa, todavía irresuelta" en la historia de los Estados Unidos, el país más adelantado en las ciencias de la física nuclear.
Habían pasado más de 20 años desde que a las 5,30 horas de la madrugada del 16 de julio de 1945 la bomba atómica de Oppenheimer estallara en los cielos del desierto de Nuevo México produciendo una luz cegadora "y un trágico interrogante para el hombre de nuestro planeta, ustedes y yo, y nuestros hijos y nuestros nietos..." Una pregunta que de nuevo llega a las pantallas de todo el mundo de la mano de Christopher Nolan.
El propio Oppenheimer lo dijo poco después, citando el libro hindú de 'Bhagavad-gita', escrito en sánscrito: "La irradiación de mil soles en el cielo, el esplendor del máximo poder... Soy la muerte, que destruye a los mundos". La física nuclear se revelaba capaz de carbonizar en gases y espanto a la civilización.
"Soy la muerte..." declaró el extraordinario físico estadounidense, un hombre que Massip describió como "delgadísimo, judío, con un rostro fino, inquietante, inteligente, niño prodigio de las ciencias físicas, indiferente en religión, jefe supremo del ' Proyecto Manhattan'".

A sus 41 años y ante la posibilidad de que los nazis hubieran descubierto la bomba atómica y pulverizaran a las democracias occidentales, Oppenheimer se puso al frente de cuatro mil científicos en 1945 para producir un artefacto atómico que, tras "la irradiación de mil soles" en el laboratorio de Los Álamos, se empleó militarmente en la ciudad japonesa de Hiroshima.
La bomba atómica "marcó el apogeo de la fantástica carrera de Oppenheimer", escribió Massip, pero "fue asimismo un espectro ardiente e inolvidable, presente en todos los días y las noches de su vida, en su conciencia de ser humano".
"El aprendiz de brujo no pudo detener las aguas que desencadenó y éstas inundaron su vida y su alma y acabaron con él", en la madrugada del 18 de febrero de 1967 en el apacible campus de la Universidad de Princeton.
Auge y caída en desgracia
De joven, Oppenheimer había sido "un hombre delgado y peculiar, dominante, alegre, humorista, incisivo, con una gran personalidad y una capacidad increíble de estudio y asimilación", según habían registrado todas las universidades de Estados Unidos, Reino Unido o Alemania en las que estudió o impartió clases y recordó el corresponsal de ABC.
Sabía nueve idiomas, entre ellos el sánscrito, que había aprendido en muy poco tiempo. En un viaje en tren de San Francisco a Nueva York se había leído la historia entera de la decadencia y hundimiento del Imperio Romano de Gibbons (siete volúmentes), en otro viaje asimiló 'El capital' de Marx en alemán y en un breve veraneo en Córcega se leyó en francés 'En busca del tiempo perdido' de Proust.

"Este tipo humano no podía limitarse a las fronteras simples de su nacionalidad y su cultura. Las ideas de los demás, pueblos y hombres, tenían que penetrar en su espíritu insaciable y desequilibrado", escribió Massip. Tuvo amigos en todos los campos ideológicos y una amante y una esposa comunista y fue acusado de procomunista en los años del macarthysmo americano, cuando se negó a colaborar en el desarrollo de la bomba de hidrógeno durante la administración Eisenhower.
Tras sus comparecencias ante el comité parlamentario, en las que "hizo declaraciones tortuosas y sorprendentes, denunció a amigos y colaboradores y dejó anonadados a sus más fervientes defensores", el físico cayó en el ostracismo. "Fue una leyenda ensombrecida, un hombre extraordinario pero incomprensible, una mente privilegiada pero acaso incompleta, un recuerdo silencioso y misterioso de un pasado de esplendor", relató ABC en 1967.
El dinamismo de su juventud se extinguió, perdió el humor y su rostro se tensó, martirizado. Encorvado, delgadísimo, abstraído y canoso, buscaba la soledad. "Sus grandes ojos luminosos se habían apagado. Era su propia sombra".
John Kennedy y Lyndon Johnson trataron de rehabilitar su figura. Massip recordaba que estuvo presente en la entrega que le hizo este último del premio Enrico Fermi, ofrecido por la Comisión de energía atómica. "Oppenheimer recibió el premio y dijo, con una voz velada, al dar las gracias: 'Creo, señor presidente, que este premio que se me da ha exigido de usted caridad y coraje...'".
En Princeton, el artífice de la bomba atómica decía: "Hemos conocido el pecado, nosotros, los físicos, y este conocimiento vivirá con nosotros por el resto de nuestra vida". Para Massip ese conocimiento fue el que mató a Oppenheimer en su apacible hogar universitario donde vivía "fuera ya de las pasiones del mundo, pero cerca todavía de las tormentas de su corazón".
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