Las intermitentes relaciones de España con Rusia: de disputar Alaska a la declaración de ‘amor’ de Putin
Sin que mediaran grandes intereses económicos o políticos entre la Rusia ortodoxa y la España católica, los intercambios diplomáticos entre ambas naciones fueron escasos hasta avanzada la Edad Moderna
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Las relaciones entre Rusia y España han estado condicionadas por la distancia, la geográfica y también la cultural. Ambos países se han encontrado en escenarios tan remotos como Alaska o California, han compartido personajes históricos como José de Ribas, fundador de Odessa, o el ingeniero Agustín de Betancourt, y hasta cargan sobre sus hombros con sendas leyendas negras que desde el mundo anglosajón y germáno los dibujan como focos de barbarie, pero sus nexos son incluso hoy en día delgados. La guerra de Ucrania y el miedo de los países fronterizos al belicoso vecino ruso es algo que a los españoles, a diferencia de muchos países de la UE, les suena demasiado lejano.
Sin que mediaran grandes intereses económicos o políticos entre la Rusia ortodoxa y la España católica, los intercambios diplomáticos entre ambas naciones fueron escasos hasta avanzada la Edad Moderna.
En 1519, el Emperador Carlos V notificó al Gran Duque Basilio III de Moscú su ascensión al trono del Sacro Imperio Romano Germánico y cuatro años después un emisario ruso le devolvió la visita.
+ infoDurante el reinado de Carlos II, el último Habsburgo, Fedor II de Rusia envió a Madrid al influyente Pedro Ivanowitz Potemkin, que daría nombre al famoso acorazado, al frente de un séquito de veinte personas. Potemkin, que repitió la visita años después, sería inmortalizado en un cuadro que se conserva hoy en el Museo del Prado y muestra el exotismo de este primer embajador en España. El objetivo de la misión era conseguir el apoyo de la Monarquía Hispánica a las negociaciones de paz de Rusia con Polonia y a sus enfrentamientos con el Imperio Otomano, aunque esto no se materializó en nada concreto.
En busca de un aliado
Los españoles entraron en conflicto territorial con los rusos por Alaska en tiempos de Carlos III. Gaspar Melchor de Jovellanos fue enviado a Moscú en calidad de embajador plenipotenciario para rebajar tensiones y cerrar un acuerdo que, con las 13 Colonias creando los futuros EE.UU, pudiera ser beneficioso para ambas potencias. El comienzo del nuevo siglo vivió un acercamiento, en este caso de parte de la España de Fernando VII, hacia el Zar Alejandro I, que como vencedor de las guerras napoleónicas quedó en el escenario europeo como el gran referente de las grandes monarquías.
El Deseado Indeseado no solo recurrió a Rusia para reconstruir su armada, lo que acabó en un desastre de dimensiones catastróficas, sino que pensó en el Zar como la solución a sus graves problemas con los liberales. Antes de recurrir a sus parientes franceses para acabar con el Trienio Liberal, el Rey de España pidió al lejano Zar de Rusia que enviara él tropas a la península. Alejandro, cada vez más desquiciado por sus problemas internos, declinó con cortesía la invitación.
Con motivo de la subida al trono del Zar Alejandro II de Rusia (1856) se reactivaron los contactos, rotos desde la Primera Guerra Carlista, entre ambos países. El extravagante Duque de Osuna se encargó de esta tarea como embajador en San Petersburgo, donde se ganó el afecto de la corte y realizó una gran actividad social, política y diplomática. Aunque hasta julio de 1858 no fue nombrado «enviado extraordinario y ministro plenipotenciario cerca del emperador de Rusia», el propio Zar ya le concedió antes trato preferente solo por detrás del embajador de Francia. Además, le impuso la Gran Cruz de la Orden Imperial de San Alejandro Nerki.
+ infoEsas fechas coincidieron con el interés creciente de los intelectuales españoles por Rusia. En 1857, Juan Valera escribió ‘Cartas desde Rusia’ durante su etapa como diplomático en Moscú y a lo largo de ese siglo las obras de Tolstói y Dostoievski empezaron a llegar a España a través, sobre todo, de traducciones francesas. Otro diplomático español, Julián Juderías, principal divulgador del concepto de «leyenda negra» vinculada a España, fue uno de los primeros en percatarse de los prejuicios irracionales que rodeaban a Rusia y que tanti tenían en común con su propio país.
A principios del siglo pasado, Juderías, que dominaba el ruso, denunció en ‘Rusia contemporánea’ (Madrid: Imp. Fortanet, 1904), una de sus primeras obras, la visión distorsionada que Europa tenía de este país debido a la influencia de la propaganda de Alemania, Francia y Gran Bretaña. Tiempo después hizo lo mismo con el caso español. Hay que mencionar también la labor de Sofía Casanova (1862-1958) en ABC divulgando con pelos y señales lo que estaba ocurriendo en Rusia.
Salvar al Zar como sea
Los vínculos familiares entre Alfonso XIII (su esposa Victoria Eugenia de Battenberg era prima hermana de la zarina y compartía con ella la desgracia de tener hijos hemofílicos) y la familia del Zar Nicolás II estrecharon a principios del siglo XX las relaciones entre ambas cortes, justo cuando el esfuerzo bélico exigido por la Gran Guerra golpeó de muerte a los Romanov, en el año 1917, despertando a una fuerza tan destructiva como el comunismo.
Al igual que Alfonso XIII, el Zar, un loco del jerez español, no supo leer su tiempo, ni entendió la gravedad de la revolución que le acabó privando primero de su trono, luego de su libertad y finalmente de su vida. Sin conocer el destino de la familia asesinada por los bolcheviques, Alfonso XIII y su gobierno ofrecieron asilo al zar, concretamente para que se asentara en La Toja, la isla gallega que hoy aloja un balneario.
Los bolcheviques reconocieron al fin la condena a muerte del Zar Nicolás II, al que el gobierno comunista consideró «culpable ante el pueblo de innumerables crímenes sangrientos». Sobre lo ocurrido al resto de sus familiares guardaron un conveniente silencio, lo que dio esperanzas a Alfonso de poder salvarlos. Lenin y sus camaradas usaron las negociaciones para arrancar a España un reconocimiento a la legitimidad de su gobierno a cambio de la libertad de la familia, algo que obviamente no estaban en disposición de cumplir. Alfonso XIII perdió la esperanza, pero no vivió para confirmar las noticias más tristes.
+ infoTodas las ideas sobre Rusia cambiaron con la Revolución. El miedo de unos al comunismo y la afición de otros a esta ideología sobredimensionó a nivel propagandístico lo que en España tuvo escasa trascendencia popular. Ni antes ni durante la Segunda República las fuerzas comunistas lograron grandes apoyos electorales, en parte porque el PSOE, con representantes abiertamente marxistas, cubrían este espectro ideológico entre las masas. En las elecciones de 1933, el PCE solo consiguió un escaño, y en 1936 no pasaron de ser la sexta fuerza más votada en un contexto donde todas las izquierdas crecieron. Si el comunismo ganó relevancia fue, sobre todo, por la decisión política de Largo Caballero de fusionar las juventudes socialistas y comunistas en las JSU (donde estaba Santiago Carrillo).
Borrón y cuenta nueva
Al estallar la Guerra Civil, la visión sobre Rusia se polarizó todavía más. La URSS de Stalin apoyó a cambio de grandes remesas de oro a la Segunda República y trató de interferir en la política local. La propaganda franquista alentó el miedo a los soviéticos, ‘¡Que vienen los rusos!’, y apoyó durante la Segunda Guerra Mundial el envío de voluntarios españoles a luchar en la llamada División Azul en territorio ruso. En esta misma contienda, fueron muchos los antiguos republicanos que, entre los 6.000 españoles que se refugiaron en la Unión Soviética, lucharon en su ejército.
+ infoLos tratos entre ambos países se reestablecieron gradualmente desde 1963 y plenamente en 1977. Franco desenterró de manera frecuente el fantasma de la URSS en clave nacional para justificar su papel internacional como aliado de EE.UU, pero incluso él permitió cierta normalización. La final de la Eurocopa 1964, que se disputó el 21 de junio de 1964 en el Estadio Santiago Bernabéu, enfrentó a España y la Unión Soviética con un resultado favorable a la rojigualda. Los acontecimientos deportivos como este fueron los principales lugares de encuentro para ambos países durante esas décadas.
Con la desintegración de la URSS, España normalizó por completo las relaciones diplomáticas con la independiente Federación de Rusia el 9 de diciembre de 1991. En abril de 1994 el presidente Boris Yeltsin se convirtió en el primer jefe de Estado ruso en hacer una visita de Estado a España. Por su parte, el Rey Juan Carlos I visitó Rusia a lo largo de los siguientes años en un intento por mejorar los contactos económicos y culturales.
Desde 2014, las relaciones con España, como con toda la UE, han estado condicionadas por el conflicto de Rusia con Ucrania y por las acusaciones de injerencia rusa en el Proces en Cataluña. Frente a las afirmaciones de que Rusia es una amenaza en algún sentido para España, Vladimir Putin las tachó de «un nuevo disparate» y subrayó que los rusos aman a España. Según datos de 2021, en España viven 79.485 personas con nacionalidad rusa, lo que representa una cantidad muy inferior a los 112.034 ucranianas.
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