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El exilio español de los últimos Habsburgo: el drama infantil de la dinastía imperial

La Emperatriz Zita vivió por invitación de el Rey de España durante siete años en Lequeitio, donde educó a sus hijos, con unos medios financieros muy limitados

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El Emperador Carlos I de Austria tuvo en la mano tras la Primera Guerra Mundial la posibilidad de poner a buen recaudo la autoridad de su dinastía en Viena. El Monarca hizo oídos sordos al ofrecimiento de un ejército de 80.000 soldados para ocupar la capital en cumplimiento de los compromisos irrompibles del Ejército Imperial y Real con los Habsburgo y terminó camino del exilio con toda su familia. Prefirió la paz de su país a las ambiciones dinásticas, pero pagó un alto precio personal por ello.

«Los pueblos siguieron desangrándose, agotándose y consumiéndose de hambre, y los más altos valores llegaron a destruirse hasta el último resto. En la catástrofe de Noviembre de 1918, a ejemplo de las dinastías alemanas, vaciló también y se derrumbó su Trono», escribió el Barón de Werkmann en un artículo de Blanco y Negro publicado el 20 de febrero de 1927 sobre el derrumbe de los emperadores en Europa.

Un reportaje donde el aristócrata analizó con información privilegiada el drama que vivió Carlos, su esposa Zita de Parma y sus ocho hijos tras la salida de Viena.

El gobierno suizo acogió al emperador en el exilio con la condición de que se abstuviera de cualquier actividad que pudiese comprometer al país. No cumplió exactamente con esta condición, pues hasta en dos ocasiones trató de volver al trono en Hungría, donde le quedaba una amplia masa de partidarios. «El Rey, a quien la Reina no abandonó ni en los momentos de mayor peligro, fué cogido prisionero. En un tranquilo monasterio, a orillas del pintoresco lago de Balatón, quedaron recluidos ambos. [...] Por entre filas de sollozantes adeptos, siguieron el curso del Danubio en un monitor hasta Rumania. En las costas del Mar Negro los recibió un crucero inglés, que los llevó entre temibles borrascas a Constantinopla, y desde allí, por el Mediterráneo, al Océano Atlántico. La isla de Madera fue su nuevo destierro. Allí conocieron la indigencia de los príncipes destronados y deportados», relató el Barón de Werkmann.

La vida en España

Otto de Habsburgo a los 12 años de edad.+ info
Otto de Habsburgo a los 12 años de edad.

Los hijos del Emperador se quedaron en Suiza, donde el pequeño Archiduque Roberto enfermó tan gravemente que la Emperatriz tuvo que acudir de urgencia. Durante la ausencia de su esposa en la isla africana falleció, «en la pobreza y en la tortura», Carlos I el 1 de abril de 1922 con solo 34 años. Frente a la inesperada tragedia, el Rey de España, hijo de una Habsburgo, invitó a que residieran en su país la viuda y sus ocho hijos, primero en El Pardo, ocasionalmente en San Sebastián y más tarde en Lequeitio, concretamente en el palacio de Uribarren.

La Emperatriz Zita vivió durante siete años en Lequeitio, donde educó a sus hijos, con unos medios financieros muy limitados. Ajenos a estas estrecheces, los niños ocuparon sus preocupaciones en juegos, paseos por Vizcaya y en su educación. Otto, el heredero, terminó aquí sus estudios superiores y aprendió hasta seis idiomas: alemán, francés, húngaro, croata, latín e inglés, aparte del austriaco natal y del español que terminó por contagiarse. Algo de vasco también aprendió en su paso por la región vasca, según el Barón de Werkmann.

«Otto sigue siendo el niño incomparablemente bello que fue siempre. Pero hay algo en su mirada –yo lo llamaría profundo– que se ha hecho más consciente y definido. En la subconciencia parece presentir que ha de prepararse para una misión, que acaso Dios ponga sobre sus hombros algún día. Como los de su padre, reflejan sus ojos la más genuina bondad de corazón y el gozo en la dicha ajena», describió el barón sobre un hombre llamado a hacer grandes cosas en un continente repleto de minas.

Hacia 1929, algunos de los hijos de la familia se acercaban a la edad universitaria y la Emperatriz buscó un ambiente educativo más adecuado que España. En septiembre, se mudaron al pueblo belga de Steenokkerzeel, cerca de Bruselas, donde residían otros miembros de la familia, lo cual evitó a los Habsburgo padecer un nuevo exilio con la proclamación de la Segunda República en España.

«Tengo un gran problema político que cumplir, y acaso no sea otro sino éste. Yo tengo que educar a mis niños en el espíritu heredado del Emperador. En Otto, nuestro primogénito, tienen que desarrollarse todas las buenas cualidades de espíritu, de carácter y de corazón. Nadie conoce el futuro. El presente puede inducirnos al pesimismo. Pero la historia de los pueblos y de las dinastías, que no se mide por el módulo de las vidas humanas, sino por otros plazos más largos, nos permite confiar», aseguró la Emperatriz en una declaración recogida en el reportaje de Blanco y Negro.

«¿Qué es Austria?»

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Zita persistió en sus acometidas por restaurar a los Habsburgo a su trono con ayuda de los cancilleres austríacos Engelbert Dollfuss y Kurt Schuschnigg, pero estos acercamientos terminaron abruptamente con la anexión de Austria por parte de la Alemania nazi en 1938.

A pesar de todo, Otto mantuvo viva la llama de los valores Habsburgo y mostró su desprecio por el movimiento nazi, antitésis de lo que había representado su monarquía. El hijo de Carlos I solía presumir de que, aunque austriaco de nacimiento, a Hitler no se le había permitido entrar en el Ejército Imperial y Real. Los bávaros habían sido menos exigentes…

Hitler, por su parte, siempre consideró a esta dinastía que defendía a los judíos y la diversidad nacional en su territorio como un estorbo para sus planes nacionalistas. El III Reich engulló como una provincia más a Austria y acusó a los Habsburgo de haber hundido en la decadencia a este pueblo. Se le suelen atribuir al dictador unas infames palabras, en realidad pronunciadas por el político británico Anthony Eden, descalificando con simpleza todos los siglos de historia y glorias imperiales: «¿Qué es Austria? Cinco Habsburgo y cien judíos».

Tras la invasión alemana de Bélgica el 10 de mayo de 1940, Zita y su familia se convirtieron en refugiados de guerra. Estuvieron a punto de ser asesinados a consecuencia de los bombarderos alemanes y huyeron a Besson, desde donde cruzaron a la frontera española y luego a Portugal. El gobierno de los Estados Unidos les otorgó visados el 9 de julio para trasladarse a Nueva York.

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