España fue la conquistada

Fue durante catorce años presidente de la República mexicana y ejerció hasta el final de sus días un liberalismo pétreo y un anticlericalismo sin fisuras, que incluyó una ruinosa nacionalización de los bienes eclesiásticos en 1859. Huérfano y pobre, tras pasar por un seminario franciscano , donde aprendió filosofía, latín y perfeccionó su español, Juárez se hizo abogado. Entre 1858 y 1872 fue presidente. En su haber, estuvo enfrentarse a la segunda invasión francesa de México (hubo otra en 1838), concluida tras cinco años de guerra feroz, imperial y civil. En su contra, quedó que el conflicto acabara con el fusilamiento de Maximiliano de Habsburgo en 1867.

Francamente despistado, engañado por el megalómano emperador francés Napoleón III, empeñado en extender el imperio francés por todo el globo terráqueo, Juárez habría descartado su perdón al confirmar la pena de muerte del austrohúngaro: «No mato al hombre. Mato la idea». El enorme y riquísimo Virreinato de Nueva España de su niñez e infancia, imperio independiente desde 1821, había sido convertido por los propios mexicanos en una ruina . En 1848 la invasión estadounidense, implícita en el «destino manifiesto», la expansión desde el Atlántico hasta el Pacífico (lo del salvaje oeste es un cuento de Hollywood), les arrebató la mitad del territorio heredado de España: lo que hoy son los estados de California, Nevada, Utah, Nuevo México, Texas, Colorado, Arizona y partes de Wyoming, Kansas y Oklahoma. Como dicen en México, con una mezcla de humor y resignación, «justo toda la parte asfaltada».

Durante su etapa presidencial, Juárez no solo luchó por mantenerse en el poder. También pretendió fabricar una historia oficial y propagandística (ahora lo llamamos «memoria histórica») del pasado de México, cuya base sería la extirpación de la herencia española y la atribución a esta de todos los males pasados, presentes y futuros que aquejaran a la República. Como bien sabe el actual mandatario Andrés Manuel López Obrador , que se llevaba tan bien con Donald Trump y en cambio no se entiende con el presidente Biden, buen conocedor de la región.

Según ha indicado el gran historiador Tomás Pérez Vejo , con la idea preconcebida de mostrar la ruindad de Hernán Cortés (desde entonces, malo oficial de la película) y por extensión de la monarquía española y -esto es importante- de «los españoles», cuya colonia en México siempre ha sido numerosa y laboriosa, Juárez ordenó la puesta en marcha de una discreta investigación en archivos y bibliotecas. El propósito era conocer dónde habían ido a parar los descendientes del penúltimo ‘tlatoani ’ o emperador azteca, Moctezuma, y mostrar así la perfidia española, o, sea, conservadora y católica. El resultado fue, más que contradictorio, hilarante.

Los descendientes de los gobernantes del sanguinario imperio mexica, que había desaparecido a manos de unos cientos de españoles mandados por Hernán Cortés y Malinche y, sobre todo, de decenas de miles de guerreros indígenas tlaxcaltecas y de otras etnias locales, se hallaban entre las más nobles y renombradas familias de grandes de España. Eran todavía ricos (algunos), poderosos y considerados.

Juárez, que archivó el expediente y olvidó el asunto, «descubrió» algo que muchos mexicanos conservadores católicos, como Lucas Alamán , diputado y ministro fallecido en 1853, sabían bien. El imperio español fue una monarquía compuesta o compacta, gobernada mediante la integración de elites de todos los continentes y geografías imaginables. La capital del imperio español había sido México, urbe global, «ciudad de los palacios», como la llama Serge Gruzinski, a medio camino entre Asia y China por al occidente y Europa por el oriente, merced al sistema de Flotas de Indias, que cruzaba el Atlántico hasta Sevilla. Quizás, también, entendió las razones de la duración del imperio español: el mundo es demasiado grande para ser gobernado desde un solo lugar.