Exiliados, la otra relación entre Putin y Hitler: millones de vidas destrozadas tras abrir las puertas del infierno
Según Acnur, el éxodo de refugiados ucranianos podría ser el mayor de la historia después de la Segunda Guerra Mundial
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El 1 de mayo de 1945 las campanas de guerras dejaban poco a poco de repicar. Si acaso, tocaban un alegre réquiem por el fin del que había sido uno de los conflictos más sangrientos de Europa: la Segunda Guerra Mundial, que poca descripción necesita. Berlín estaba a punto de caer ante el poder soviético –solo una jornada después la bandera roja flameó sobre el Reichstag– y Adolf Hitler ya se había metido una bala en la mollera y una pastilla en el gaznate. Muerto el perro, extirpada la rabia. Aunque todavía faltaban unos meses para que Japón se rindiera, parecía que lo que arribaba era el jolgorio.
Sin embargo, en unos momentos en los que Europa se liberaba al fin de la bota nazi, el corresponsal de ABC en Alemania puso el foco sobre una triste realidad obviada por las grandes potencias: la ingente cantidad de desplazados que se habían visto obligados a abandonar sus hogares para escapar del conflicto.
«La huida de Egipto o la emigración en masa del pueblo de Israel han sido experimentados por cada familia y por cada uno de los pueblos más poderosos y orgullosos. ¿Quién no ha sido refugiado en estos últimos años. Ya antes de esta guerra empezamos por serlo los españoles, que recorrimos nuestra ansiedad por los bulevares de París o leímos 'lo nuestro' en idioma extranjero».
Aquellas palabras emanaban un olor agridulce: acababa una guerra, empezaba una pesadilla. «Faltaba esto para cerrar el cerco. Todos habían sido refugiados menos los alemanes. Y nadie podía escapar. Todos habían perdido capitales. Ahora les ha tocado a ellos. Va a caer Berlín», explicaba el periodista. Los germanos se sumaron a los ciudadanos de otros tantos países para dar como resultado una cifra escandalosa: 40,3 millones de exiliados en Europa, según explica el historiador Colin Bundy. Un número que ha saltados estos días a la palestra después de que Acnur haya estimado en cuatro millones «las personas que podrían escapar de Ucrania en las próximas semanas y meses». El mayor de la historia desde la Segunda Guerra Mundial.
Barbarie
Las cifras son populares. A cambio, se desconocen los pormenores del éxodo de ciudadanos que se agolparon en las fronteras durante el conflicto. La 'Agencia de la ONU para los refugiados' es partidaria, en sus muchos dossieres sobre el tema, de que la pesadilla comenzó en el mismo instante en el que Hitler atravesó con sus divisiones acorazadas la frontera polaca el 1 de septiembre de 1939. «Es imposible vivir momentos más trágicos y angustiosos que los que se están sucediendo vertiginosamente desde las tres de la mañana de este primero de septiembre, cargado de negros presagios», escribía ABC.
+ infoEn menos de cuatro semanas, el país cayó bajo el yugo del Tercer Reich y comenzaron las deportaciones de judíos y eslavos. Aquellas primeras listas de enero dieron paso a la Operación T4, la política de eutanasia que aspiraba a eliminar a los enfermos mentales y «las vidas indignas de vivir».
Aquello descorchó la botella de la barbarie. En los siguientes cinco años, los nazis instauraron un sistema de rapto, exilio y asesinato masivo de judíos. Según afirma el 'United States Holocaust Memorial Museum', durante el conflicto los nazis deportaron a entre siete y nueve millones de europeos hacia Alemania. El destino de la mayoría eran, en primera instancia, los guetos. Al menos hasta 1942, cuando empezaron a tomar forma los campos de exterminio tras la conferencia de Wannsee. A otros tantos les sucedió lo mismo después de la victoria en Stalingrado y la apertura del segundo frente tras el Desembarco de Normandía. Y es que, al percatarse de que los aliados arribaban a los estados satélites del Reich, las SS organizaron una infinidad de 'marchas de la muerte'.
Judíos refugiados
Si bien las cifras de deportados se han convertido en famosas, no sucede lo mismo con los refugiados. Su desgracia se ha mantenido en la sombra, obviada por los grandes libros de historia. Ya en 1938, cuando la Alemania nazi acometió el ' Anschluss' –una forma educada de hablar de la anexión por las bravas de Austria–, unos 125.000 hombres, mujeres y niños se personaron en los consulados de Estados Unidos para solicitar los 27.000 visados que podría ofrecer la entidad. En junio de 1939, cuando el 'Führer' todavía no había iniciado la 'Blitzkrieg' sobre Polonia, esta cantidad había aumentado hasta los 300.000. Poco después fueron admitidos por países como Bolivia y la República Dominicana.
+ infoY de ahí, a la locura. Entre mayo y junio de 1939, los Estados Unidos saltaron a las portadas de los medios de comunicación al negarse a admitir a más de 900 refugiados judíos arribados desde Europa en barco. A nivel oficial, la excusa fue que carecían de visados para ello. El navío, llamado 'Saint Louis', estremeció a la sociedad de la época y marcó una curiosa política para con estos desplazados, pues empezaron a ser vistos como una molestia. Aquel transporte se vio obligado a volver a aguas europeas y entregar su carga en países como Francia o Bélgica; ambos, territorios que se rendirían a los pocos meses durante la Segunda Guerra Mundial.
Huelga decir que los judíos se contaron entre los colectivos que más refugiados sumaron a este triste cómputo después de la invasiones de Checoslovaquia, Polonia, Francia, los Balcanes, Grecia o la Unión Soviética. Sus destinos fueron variopintos. A medida que el Tercer Reich estrechó el cerco sobre Europa, miles y miles de ellos se vieron obligados a desplazarse hasta ciudades tan variopintas como Shanghai. Los destinos más habituales fueron Estados Unidos y Gran Bretaña. En principio, los norteamericanos se mostraron escépticos en lo que se refiere a admitir exiliados. Lo mismo sucedió con los ingleses, aunque estos se ganaron la simpatía de Europa al admitir a 10.000 niños mediante el programa 'Kindertransport'.
El caos de Roma
Uno de los casos que más estremeció en ABC fue el de más de un millón de exiliados que se agolpaban en Roma ante el avance de los aliados por el sur, y las tropas alemanas por el norte. Corría abril de 1944 y el corresponsal en Italia, Julio Casas, describió de este modo la amarga situación: «Desde hace una semana pueden verse en las calles que desembocan en carreteras numerosos grupos de personas que, sentadas sobre maletas o en el borde de las aceras, esperan con paciencia la llegada del coche o del camión cuyos conductores han prometido evacuarles». La instantánea recuerda a las imágenes que se ven hoy en Polonia, donde decenas de conductores se ofrecen a transportar a los ucranianos hasta otros tantos países de la Unión Europea.
Casas incidió en que había tres causas que habían motivado a aquella masa de gente a desplazarse hacia la capital. En primer lugar, la campaña de propaganda que les había convencido de que el sur era una trampa mortal para aquellos que carecieran de ocupación. En segundo término, «la inclinación a buscar una residencia más grata en el norte». Y, por último, «la creciente escasez de víveres y el progresivo encarecimiento de la vida que se observa en Roma». Por desgracia, a la mayoría no le había quedado más remedio que desplazarse con la ayuda económica de sus amigos y familiares, pues no contaban con una moneda en sus carteras para comprar comida. Así lo explicaba:
+ info«Los organismos de asistencia oficiales y particulares no pueden ofrecer a tan ingente masa de personas las indispensables condiciones de bienestar en cuanto al alojamiento, y menos todavía la alimentación necesaria, pues si ya en la población normal había dificultades para ello, la situación es imposible de resolver con la presencia de superpoblación, que buscó en Roma la tranquilidad que ansiaba».
No se puede decir que la locura terminara con el fin de la Segunda Guerra Mundial. A mediados de 1945 comenzó la ardua tarea de reubicar a todos aquellos desplazados por la guerra. Según las cifras aportadas por el 'United States Holocaust Memorial Museum', en los siete años siguientes 250.000 refugiados judíos fueron alojados en diferentes campamentos temporales en países como Alemania, Austria e Italia. Quedaron a disposición de las autoridades aliadas y de la Administración de las Naciones Unidas para la Ayuda y la Rehabilitación. Allí se enfrentaron a varios problemas como la necesidad de emigrar a otras regiones sin dinero alguno, el sionismo o problemas tristemente cotidianos como intentar buscar a sus parientes perdidos.