La tomadura de pelo a sir Arthur Conan Doyle

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«Si no Sherlock Holmes, su autor célebre, sir Conan Doyle, ha sido objeto de una tomadura de pelo por parte de un cochero de París», informaba ABC el 20 de diciembre de 1908. El propio escritor británico, que hacía gala de tanta perspicacia en las aventuras del famoso detective, había referido la anécdota que había vivido unos días atrás y «esta ingenuidad» le absolvía a juicio de este periódico «del pecado de haberse dejado embromar por un cochero».

Sir Arthur Conan Doyle había llegado a París en tren y en la estación había cogido un coche (un taxi diríamos hoy) para dirigirse al hotel donde iba a alojarse. El cochero cargó su maleta en el vehículo y le trasladó a su destino, al que llegaron apenas diez minutos después.

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El escritor pagó al cochero por la carrera y además le dio una generosa propina.

«Muchas gracias, Sr. Conan Doyle», le dijo el taxista.

El autor de Sherlock Holmes se quedó sorprendido de que le hubiera reconocido. «¿De qué me conoces?», le preguntó.

«¡Bah! -respondió el cochero- He leído en los periódicos que sir Conan Doyle debía llegar a París procedente de Niza y después de breve estancia en Marsella y en Lyon. También supe que en Marsella se había cortado el pelo. Además he observado que sus botas vienen manchadas con barro de Lyon, ese barro que no se confunde con el de ninguna otra parte».

Conan Doyle estaba encantado de escuchar cómo para conocer la identidad de una persona aquel hombre había aplicado el procedimiento deductivo que él hacía practicar a Holmes. Según ABC, «le faltó poco para abrazar al hombre cuya perspicacia le llevaba a apreciar con tanta exactitud los indicios, base del plan de todo buen policía».

Pero pronto el cochero le sacó de su asombro. En tono zumbón y con una sonrisa irónica le dijo: «Otro dato que he tenido para deducir que era usted sir Conan Doyle, autor de Sherlock Holmes, es que la maleta que he traído en el pescante tiene un rótulo que dice: "Conan Doyle"». Elemental.

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El famoso novelista inglés falleció el 7 de julio de 1930 a los 71 años. «Sufría del corazón desde hace varios meses», explicaba la nota del periódico antes de esbozar una breve semblanza del escritor.

Su muerte produjo «viva impresión» en Londres y «general sentimiento por tratarse de uno de los novelistas que más influencia ejercieron en los lectores de todo el mundo a través de sus difundidas traducciones».