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En busca de la autoestopista «fantasma» de Majadahonda

Ante los casos de supuestas apariciones en 1980, un periodista y un fotógrafo salieron una noche tras la chica de la curva

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Han pasado ya 40 años, pero es muy posible que en Majadahonda alguno aún recuerde las espeluznantes historias que se contaban sobre una chica que hacía autoestop en la carretera. Un anciano del pueblo relataba cómo un hombre que conducía de noche su vehículo por la carretera se detuvo a recoger a una joven, que le pidió que le llevase a Madrid y se sentó en el asiento trasero. El automóvil reemprendió la marcha por un tramo sinuoso y al aproximarse a una curva pronunciada, la muchacha rogó al conductor que tuviera cuidado y disminuyera la velocidad porque era peligrosa. Éste hizo caso a la joven pero cuando se volvió a decirle algo, se sorprendió al ver que la joven se había evaporado.

Su asombro aún aumentó más cuando en el cuartel de la Guardia Civil al que acudió a presentar la denuncia, los agentes le mostraron la fotografía de una chica. «¡Es ella! ¡Estoy seguro!», les dijo.

«Esta chica murió hace tres años, en esa curva de la carretera de Majadahonda», le aseguraron. No era el primero al que le ocurría. Otras personas se habían acercado hasta el cuartel con el mismo cuento.

La archifamosa «chica de la curva» se prodigaba de noche por las calzadas de todo el país, a juzgar por lo que se decía, pero en esta localidad madrileña esta vieja historia había vuelto a cobrar actualidad a finales de 1980. Se contaban hasta tres nuevos casos que habían alimentado de nuevo el miedo... y las charlas en los bares.

Aunque todos coincidían en que la joven se llamaba Eloísa, el relato adoptaba diferentes variantes, según su narrador. Unos afirmaban que había muerto al volcar su automóvil, otros que atropellada por un camión cuando iba en bicicleta, unos decían que era rubia y se aparecía con un vestido blanco, otros que morena y vestía de negro. Y resultaba imposible dar con el testigo directo de aquel suceso. Cada uno lo había oído en boca de otro y el hilo no tenía fin.

Dado que parecía mucho más difícil hallar a un testigo directo del suceso que al propio «fantasma», Blanco y Negro optó por salir a cazar a Eloísa una noche. Así al menos lo contó J.L. Aguiar en el reportaje de corte literario que publicó el 26 de noviembre de 1980.

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«Apuesto mil pesetas a que cazamos a ese fantasma», le retó a Aguiar el fotógrafo José Sánchez Martínez, que no creía en fantasmas. Su compañero aceptó el desafío: «Apuesto mil a que no», replicó.

Una semana antes, un conocido hombre de radio, Antonio José Alés, había organizado una verdadera cacería del fantasma, a la que asistieron un centenar de oyentes de su programa «Medianoche». Sin éxito, claro. Alés sostenía por entonces que la joven se aparecía porque creía que no había muerto y pretendía llegar al destino al que se dirigía cuando sufrió el accidente. Sin embargo, no podía ir en su camino más allá del punto donde murió y por eso se volatilizaba.

Antonio José Alés - ABC

El periodista y el fotógrafo decidieron repetir la experiencia de Alés y una noche se dirigieron a la famosa curva de la carretera de Majadahonda. «A las cuatro de la madrugada no había aparecido fantasma alguno ni cosa vestida de blanco». Cuando ya se disponían a regresar a Madrid, vieron la silueta de una mujer que hacía autoestop.

-«Voy hacia Madrid -dijo- ¿Van ustedes hacia allí?... Tenía prisa por llegar, ¿podrían llevarme?»

Aguiar contaba que fotógrafo y periodista se miraron con aprensión antes de invitarla a subir.

Por favor, les ruego que vayan despacio por este camino... Hay curvas muy peligrosas -dijo con voz temblorosa la joven, que debería rondar los veinticinco años y vestía un jersey blanco de cuello alto y un par de «jeans». Tenía el cabello negro y largo, y los ojos extraviados, siempre en algún punto determinado de la larga y negra noche. En seguida añadió:- "Me ha entrado cierto temor a esta carretera desde cuando sufrí un accidente por aquí cerca, hace algunos años"»

-«(¡Glup!) Perdón..., ¿cómo se llama usted?»

Eloísa»

El automóvil de Aguiar y Sánchez sorteó las curvas del camino, hasta la más cerrada de todas. «Apenas la tomamos, ambos volvimos la vista atrás... pero Eloísa seguía allí sentada: no se había evaporado».

Atravesaron Pzuelo, cogieron la carretera de Humera y después la avenida de los Poblados antes de internarse en el barrio de Carabanchel. «El camino era ahora recto: no había hacia adelante más curvas donde Eloísa pudiera desvanecerse sin dejar rastro. ¿Habíamos conseguido acaso traer al fantasma hacia ese punto de Madrid adonde deseaba llegar desde hacía diez años?», se preguntaba Aguiar.

Parecía que iban a desvelar finalmente el misterio, porque la joven les hizo una seña para que se detuvieran. «Deténgase ahí, por favor, que hemos llegado».

Cuando el coche se detuvo, a Aguiar casi le da un infarto. «¡Estábamos frente al cementerio de Carabanchel

-«¿Usted... se... se queda aquí?», acertó a decir señalando los muros del camposanto.

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-«No -rió Eloísa- Yo vivo allí», dijo señalando un edificio de ladrillos situado en el lado opuesto.

Aguiar acompañó a la chica hasta el portal, convencido ya de que no era el fantasma que buscaban y cuando volvió al lugar donde habían aparcado se llevó la última sorpresa de la noche: «el fotógrafo había desaparecido. No había en el automóvil rastro alguno de su persona ni de su cámara fotográfica».

«¡El fantasma era él!», fue lo que pensó en un primer momento. Luego recordó el trato que habían hecho y lo entendió. «Aquella súbita evaporación del fotógrafo era un modo como cualquier otro de huir para no pagar una apuesta».

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