ABC Día Mundial del Medio Ambiente: La lucha por salvar la tierra perdida

Día Mundial del Medio Ambiente: La lucha por salvar la tierra perdida

La España rural lleva años adelantándose al llamamiento que hace hoy la ONU para devolver la vida a los ecosistemas dañados. Los beneficios de hacerlo son medioambientales, económicos y sociales

Isabel MirandaÉrika Montañés
Alberto Alfonso, cofundador de la iniciativa adopta un olivo, mima con puntería este cultivo centenario en Oliete (Teruel)
Alberto Alfonso, cofundador de la iniciativa adopta un olivo, mima con puntería este cultivo centenario en Oliete (Teruel) Fabián Simón

Desde hace más de una década, Eduardo Perote planta unos 300 árboles cada fin de semana. Lo hace durante los meses de invierno, junto con dos amigos, en los terrenos de un pequeño pueblo vallisoletano de 159 habitantes llamado Piñel de Abajo. Llevan ya 40.000 árboles y se han convertido en el pueblo que más reforesta de España. Hay cerezos, ciruelos, robles quejigos, olmos, albaricoques e higueras. También romero, cuando el suelo no da de sí. Querían devolver la riqueza histórica a unas laderas que habían quedado desérticas. «Aquí no verás manzanas golden», dice Perote, presidente de la Asociación El Prao de Luyas. «Lo que más plantamos son especies autóctonas». La recompensa ha sido mucho más que un paisaje bonito. Las ferias hortofrutícolas, la reserva de mariposas o los nuevos apicultores están abriendo camino en el pueblo. Y el año pasado, por primera vez, pudieron traer a una familia de nuevos pobladores a la localidad.

Sin saberlo, Piñel de Abajo se ha adelantado más de diez años al mensaje que lanza hoy Naciones Unidas con motivo del Día Mundial del Medio Ambiente. El organismo internacional quiere que los países restauren mil millones de hectáreas de tierra en una década, un área similar al tamaño de China. Sobreexplotado, el suelo se agota, y conservar los ecosistemas sanos del planeta ya no es suficiente para evitar la extinción masiva de especies, la reducción de las cosechas por la degradación del suelo o la pérdida de agua y aire limpio. Para prevenir una debacle climática y de biodiversidad, dice la ONU, hay que recuperar ecosistemas perdidos. Los beneficios, a cambio, serán económicos, sociales y medioambientales. Como ha ocurrido en Piñel de Abajo.

«El pueblo era el de los mil almendros, los mil cerezos y los mil ciruelos en el Catastro del marqués de la Ensenada, del siglo XVIII», explica el presidente del Prao de Luyas, agente forestal de profesión. El paisaje que había tardado 500 años en generarse se perdió en una década, durante los 80. Y con la pérdida de la vegetación, se degradaron los manantiales y la fauna.

Ahora, alrededor de la reforestación han empezado a florecer negocios. Hay cuatro apicultores con sus colmenas. Las ferias agrícolas, con las variedades de ‘cerezas de antes, tomates y lechugas de antes’, atraen cada año a nuevos visitantes. También han empezado a plantar trufa de verano, para mejorar el rendimiento de los cultivos. Y hay oportunidades incluso donde aparecen problemas. Porque los corzos han empezado a rondar la zona y dañan los árboles más recientes. «Ahora a los cazadores les dan 2.500 euros al año por los precintos», cuenta Perote. Hay otros visitantes además de corzos. Cada año, unos 25 pollos de cernícalo se refugian en las cajas nido que el pueblo ha ido colocando según reforestaba. Hay más liebre, perdiz y conejo. Ya se avistan águilas. Y gracias a la mejora de los manantiales, el Prao de Luyas ha presentado un proyecto para pasar a la siguiente fase: recuperar el cangrejo autóctono. «Si das valor a lo que tienes, tu pueblo vale mucho», dice Perote.

Olivos que rescatan pueblos

De salvar un pueblo a través de la recuperación de un cultivo tradicional saben mucho en Oliete. Este pueblo de 343 habitantes, ubicado cerca de las cuencas mineras de Andorra, en Teruel, tiene un proyecto con nombre propio: Apadrina un olivo. Y es literal. 15.000 de los 100.0000 olivos de 100 a 800 años que posee este municipio milenario ya se han recuperado gracias a la iniciativa de Alberto Alfonso. Cuando este trabajador de Telefónica tuvo la idea de cuidar los árboles de sus ancestros, hasta su amigo el alcalde Rogelio Villanueva pensó que no llegaría tan lejos. «Me eché a reír», confiesa el regidor. Ahora, Lady Brennan, descendiente de la provincia y casada con un lord, pregona las virtudes del aceite conseguido en la almazara de Oliete en la Cámara de los Lores. También La Zarzuela recibe sus dos litros de aceite anuales provenientes del olivo que tiene el Rey. Pero la inmensa multitud de los padrinos y madrinas de los olivos de Oliete son anónimos. Algunos quieren recibir fotos de la evolución de su árbol; otros simplemente colaborar en el cuidado de un pasado que recibirán las siguientes generaciones en perfecto estado gracias a Apadrina.

Francisco Boya, secretario general para el Reto Demográfico del Ministerio de Transición Ecológica, reivindica a ABC que esta es una iniciativa ejemplar de «cómo estimular la actividad del territorio, generar complicidad con los entornos urbanos y producir un alimento de calidad». Y es que de la idea original de Alfonso y José Alfredo Martín el proyecto ha obtenido enormes réditos: por un lado, en coalianza con otros negocios, como una conservera de Alacón (localidad vecina de menos de 300 habitantes), da vida a la economía rural; ha conseguido emplear a doce familias, lo cual ha evitado el cierre del colegio de Oliete, algo determinante para la energía de un enclave rural como este. Apadrina repuebla Oliete.

Además, las visitas de 5.000 padrinos cada año para ver sus árboles reflota negocios, como la hostelería, en el pueblo dueño de una de las choperas más impresionantes del país y de la legendaria Sima de San Pedro, un monumento ecológico de un millón de años. Como la sima, que es objeto de estudio científico por albergar 25 tipos de aves y 10 especies de murciélagos, el proyeto despierta el interés por cómo una alternativa sencilla de emprendimiento rural puede revertir un ecosistema y la vida de los pueblos para siempre.

Boya y Alfonso destacan que de Apadrina saldrá una suerte de ‘spin off’, los ‘Despertadores rurales’, que impulsarán propuestas que logren sujetar la demografía en este rincón de la España vaciada, que no es la España callada. Esas ideas dinamizarán un mundo rural al que no le faltan ganas de trabajar.

«Poniendo en valor un recurso endógeno, se conserva el medio rural y se repuebla la zona»

Oliete viene de ‘Olivetum’, campo de olivos en latín. Aquí se produce un aceite de calidad sobresaliente cuya materia prima es la variedad de aceituna empeltre, propia de la denominación de origen Bajo Aragón, de gusto y acidez suaves. Oro líquido que corre también por las venas de Alberto y Rogelio. «Oliete es un pueblo con mucho encanto. Tenemos el pantano, la chopera como reclamos turísticos. Pero también unas gentes de buen trato y que acogerán al visitante como si fuera un tesoro. El futuro es que vengan cada vez más personas a disfrutar de tranquilidad», dice el primer edil. A su vista, algunos de los olivos apadrinados por 7.000 personas de 27 países. Este es un modelo de reforestación de custodia compartida.

Las iniciativas en comunión son garantía de éxito y de conciencia climática. Son necesarios 22 de los olivos centenarios que miman con esmero Jaime, Alicia, David, Carlos y Alberto para captar las 12,5 toneladas de C02 que emite un hogar en un año o, dicho de otro modo, un olivo centenario aporta el oxígeno necesario para cuatro personas en un día. La recuperación de un árbol de Oliete preserva la diversidad del ecosistema, regenera el tejido productivo local, restaura servicios y, en definitiva, consigue ganar puntos frente a la despoblación. Así que puede entenderse cada amadrinamiento como la adopción de una oportunidad para estas tierras. Y de modo totalmente sostenible.

La auténtica ‘revolución’ que relata Alberto es la transformación de la agricultura local en una totalmente ecológica, con husos y fines respetuosos con el entorno. «Ha sido una sorpresa muy grata comprobar cómo los agricultores de la zona no ponían pegas a decantarse por abono ecólogico, o que en vez de labrar opten por una agricultura orgánica para hacer capa vegetal», comenta. La concienciación medioambiental la lleva el proyecto hasta sus últimos efectos con la vertiente Educa, que enraiza la cultura climática en las escuelas para que el ciudadano del futuro sepa que se puede poner en valor un recurso endógeno y lograr que no desaparezca un medio de subsistencia de toda una comarca de aldeas. «Ha dado tanto al pueblo que ya no se entiende Oliete sin Apadrina», dicen sus vecinos, porque la iniciativa de Alberto es depositaria de un ingrediente que trasciende a una tostada untada de buen aceite bajoaragonés: el anclaje emocional.

Caballos salvajes

«El monte es duro», reconoce la galesa Lucy Rees a sus 78 años. Bajo su supervisión hay cincuenta caballos salvajes de la raza pottoka, que se mueven libremente por mil hectáreas de la comarca de La Vera, al norte de Cáceres. El camino de esta etóloga no es convencional. Llegó a España hace casi 20 años, cuando vivía en una caravana. Ya había recorrido medio mundo, escrito sus primeros libros, estudiado a una manada de cimarrones en Venezuela y domado un mustang salvaje en el desierto de Arizona. Pero con los primeros pottokas a su cargo, necesitaba parar. Y tras una larga búsqueda, encontró el destino ideal cercano a las montañas del Valle del Jerte, entre robles, brezos y piornos.

Allí sus pottokas, de origen vasco y algo asociales, pastan en un territorio abrupto a mil metros de altura. Son los caballos más salvajes de Europa, defiende Rees. «Los únicos que no tienen manejo», cuenta. No los recoge, ni separa a los sementales, ni les deja comida. Ni siquiera lo hizo el primer año en tierras extremeñas, cuando dudó de si los animales sobrevivirían. En octubre estaban muy delgados y aún debían aguantar los meses de frío y escasez que se avecinaban. «Pero no había contado con las bellotas, y en invierno estaban gordos, gordos», ríe ahora.

La presencia de los caballos, poco a poco, está transformando las tierras que habían quedado abandonadas por el éxodo rural y donde solo las cabras eran capaces de penetrar. En su afán por estudiar el comportamiento de los equinos sin la intervención humana, Rees se adelantó a una de las nuevas fórmulas de recuperación de los ecosistemas, el ‘rewilding’ o resilvestramiento, por el que se devuelven especies al que fue su ecosistema natural con el objetivo de que su uso devuelva las tierras a su estado originario. Bisontes europeos, uros (progenitor de los bovinos europeos), machos monteses o caballos salvajes se están introduciendo en fincas abandonadas de la España rural. Reducen el riesgo de incendios, mejoran la biodiversidad y ofrecen una oportunidad de crear empleo.

En las mil doscientas hectáreas que Rees tiene alquiladas, empiezan a aflorar pequeños islotes de tierra entre la maleza. Los equinos no solo limpian el terreno de helecho o brezo, sino que inician un ciclo vital que sigue con los escarabajos que reciclan su materia orgánica, enriquecen el suelo y siguen con el proceso natural que la degradación de los ecosistemas había mermado. A Rees, además, este proyecto le ha permitido comprender cada detalle del comportamiento de sus animales. «Día Mundial del Medio Ambiente: La lucha por salvar la tierra perdida», asegura. Así ha encontrado explicación a aquellas cosas que parecían no tener sentido a primera vista. «Cada detalle tiene su contribución al esquema de la vida».