
Los Príncipes Sofía, Constantino e Irene, con sus compañeros de clase y la profesora Orsa, celebran la Fiesta Nacional en 1947
«Sofía me invitaba con frecuencia a Tatoi, dónde montábamos a caballo y corríamos por la granja. Un lugar precioso. A Sofía le encantaban los caballos, y se pasaba el día dibujándolos en su cuaderno. Pero no la recuerdo haciendo travesuras. Sus hermanos sí que eran traviesos, e Irene, la más bromista. Sofía era muy cariñosa, estaba siempre pendiente de los demás. Luego, cuando Sofía se fue interna a Alemania, la clase se deshizo y cambiamos de colegio. Perdí el contacto con ella hasta unos meses antes de su primera visita oficial a Grecia en 1998. Un día, estando yo en mi casa en Boston, sonó el teléfono y al contestar oí: “Soy Sofía.” Al principio no comprendí, pero era ella. Esperaba verme en Atenas, en una recepción en la Embajada de España a la que nos habían invitado a las que fuimos sus compañeras. Recuerdo su curiosidad, su inquietud ante la visita. Ella me preguntaba qué le parecería Grecia, cómo iba a encontrar Tatoi... »
La Princesa Sofía pasaba mucho tiempo con su familia en Tatoi, propiedad que tras un largo y complejo proceso judicial pertenece al Estado heleno, después de haber indemnizado a la Familia Real griega (no a Doña Sofía, que cedió sus derechos a su hermano Constantino). En Tatoi, la Familia Real se sentía alejada del protocolo del Palacio, donde residían sólo el tiempo imprescindible. En esta finca Sofía aprendió a amar la naturaleza, acompañando a la Reina Federica, a quien le encantaba montar a caballo, y a su padre, que se ocupaba del jardín (le recuerdan podando personalmente las plantas). Viajaba con frecuencia con sus padres por toda Grecia, sobre todo con su madre. La Reina Federica, mujer dinámica y activa, había fundado varias obras sociales para mejorar la vida en las zonas rurales mas pobres del país, devastadas por la II Guerra Mundial y la guerra civil.
Lena Levidi, hija del Caballerizo Mayor del Rey Pablo, Vladimiro Levidi, fue compañera de Doña Sofía durante un largo período. Lena nos recuerda cómo su padre enseñó a montar a caballo a Sofía en Tatoi, cómo a la Princesa le gustaba recorrer la finca a caballo —pero no participar en concursos hípicos como hacía su hermano— y cuánto quería a los animales. «No se cansaba nunca, y jamás la oí quejarse. Siempre sonriente, en las clases de danzas griegas, en las regatas, de acampada, en los actos oficiales… Recuerdo su boda, a la que mi familia estaba invitada. Mi padre había preparado el cortejo y supervisado personalmente la restauración de la carroza que la llevó hasta las dos catedrales… Todo fue una maravilla. Lo vivimos con emoción… el Príncipe Juan Carlos nos parecía tan guapo...»
Para Lena, su compañera de juegos, «Alteza», es ahora «Majestad» —confiesa no poder llamarla de otra manera, ni tutearla—. Pero la sigue viendo cada vez que viaja a Grecia, ahora con más frecuencia. «No ha cambiado nada. Sigue siendo igual de sencilla y atenta, y todos los griegos están orgullosos de ella». Aunque muchos no sean monárquicos. En los Juegos Olímpicos de Atenas, en 2004, Lena, actual presidenta del Club Hípico de Atenas, tuvo ocasión de ver a la Reina durante las pruebas de hípica.
Los siguientes cuatro años los pasa Doña Sofía interna en las Escuelas Kurt Hahn de Salem, en Alemania, que dirigía un hermano de su madre, el Principe Jorge Guillermo de Hannover. Allí vivió por primera vez alejada de su familia y en su entorno sólo se hablaba alemán. A su regreso comenzó estudios de puericultura en el Centro Mitera (madre, en griego) en Atenas, en 1956. Este centro educativo fue creado un año antes por el profesor Spiros Doxiadis, respetado pediatra que atendió siempre a la Familia Real. En los primeros años, eran escasas las alumnas, todas chicas e internas, que se encargaban de cuidar a unos cien niños, en su mayoría huérfanos o abandonados que esperaban ser adoptados. Ahora es una escuela técnica, cuyo alumnado es mixto.
Sofía era la única alumna a la que se permitió no estar interna, pero siguió rigurosamente los dos años del curso, sin apenas faltar y graduándose con normalidad. Su compañera y fiel amiga, Ioana Raváni, recuerda que a veces tenía que acompañar a sus padres en actos oficiales, pero que no faltaba a las guardias y hacía sus trabajos como las demás, desde limpiar a los niños hasta fregar ventanas. Conducía un pequeño Volkswagen, en el que llegaba puntual a las seis de la mañana. «Quería saber qué hacíamos, cómo vivíamos, que se lo contáramos todo. Le gustaban mucho los niños y se notaba».
Cuando faltaba el doctor Doxiadis, le sustituía su ayudante, el doctor Costis Alexopulos, quien recuerda de Doña Sofía «lo seria que era en clase, donde siempre estaba atenta... y nunca copiaba en los exámenes». La mujer del doctor Alexopulos, Nelly Duvlari, conocía a la Reina desde pequeña y compartía con ella clases de baile, regatas de vela, bailes y fiestas. Nelly también asistió al Centro Mitera, donde, sin ser alumna oficial, iba varios días a la semana. En cierta ocasión Doña Sofía la llamó y pasó a recogerla en su coche, se fueron juntas a la Plaza de la Constitución a tomar una rosquilla con sésamo, de las que se siguen vendiendo por las calles griegas. Y luego le pidió que, antes de volver a Tatoi, le dejara visitar su casa. «En esa época, casi sin teléfono, no pude avisar a mi madre. Ese día estaba preparando una cena para los directores del Hospital Evangelismos, donde mi padre trabajaba como médico otorrino. Tenías que ver la cara de mi madre cuando nos presentamos las dos en la puerta. Sofía quería ver mi cuarto...»
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