ABC 40 años del 23-F
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Periodistas en el golpe, vivir para contarlo

Charo Zarzalejos estaba en la tribuna y Raimundo Castro en la puerta por donde entró Tejero

Laura L. Caro

En la foto el periodista deportivo José María García (i) informa desde las inmediaciones del Congreso de los Diputados

Uno de los juegos de la mente más delirante sobre el 23F es el de la legión de españoles que juraría que vieron la entrada de Tejero en el Congreso en directo por la tele. Ni los medios técnicos daban para tanto ni el Parlamento era el plató de tres pistas 'prime time' que es hoy. Las imágenes de la cámara de RTVE que quedó encendida no se retransmitieron hasta después del mediodía siguiente, como zanja en ‘Anatomía de un instante’ Javier Cercas: «Eso fue lo que ocurrió, pero todos nos resistimos a que nos extirpen los recuerdos». No había móviles. Bien es cierto que la radio pudo informar sobre la marcha, pero también que, amén de sus señorías y el personal de la Cámara, solo fueron testigos oculares del secuestro del Poder Legislativo una colección de periodistas, entre ellos la primera persona al que el teniente coronel encañonó al irrumpir en el edificio justo antes de dirigirse al hemiciclo y gritar aquello de: «¡Al suelo todo el mundo!».

«Vi entrar a un guardia civil agarrándose el tricornio con una mano y con la pistola en la otra», cuenta Raimundo Castro, entonces corresponsal político en Madrid del Periódico de Cataluña. Esperaba el ascensor inmediatamente a la izquierda del edificio y, cosas de la inoportunidad, con un ejemplar bajo el brazo de «La historia de ETA en documentos» que le había dejado el diputado de Euskadiko Ezquerra Juan María Bandrés. No es de extrañar que horas más tarde, cuando le metieron en un despacho con otros tres, cada uno sentado en una esquina, como hicieron con todos los periodistas, Raimundo se entregara «a una de las meditaciones más serias de mi vida». A saber: «Calcular qué campo de fútbol estaba más cerca, si el Bernabéu o el Calderón». En la retina, los estadios que la Junta Militar Chilena convirtió en centros de detención tras el derrocamiento de Salvador Allende, septiembre de 1973 luego retratado por Costa Gavras en «Missing».

Allí se ejecutó a periodistas

Como en mayo del 68 en París, si se juntaran todos los informadores que han ido contando que aquella tarde andaban de sesión parlamentaria, llenarían un transatlántico. Lo refieren con sorna los que sí estaban. La mayoría, es cierto, en la cafetería. Habían terminado dos horas de debate de investidura de Leopoldo Calvo Sotelo, –cansino debate, segunda vuelta– y tocaba recreo mientras transcurría el goteo de los diputados votando de viva voz. Cuando iban por el 80, –«don Manuel Núñez Encabo». «No»–, «irrumpe en el hemiciclo un número elevado de gente armada y con uniforme de la Guardia Civil». Diario de sesiones.

El papel oficial dice que eran «aproximadamente las dieciocho horas y veinte minutos». En la tribuna de prensa, con un plano cenital sobre el hemiciclo, estaba Charo Zarzalejos. «Se empezaron a escuchar ruidos, oí que decían ‘ETA disfrazada’ y alguien mencionó a Tejero..., yo no sabía quién era Tejero». Ella solo viajaba a Madrid para escribir del Congreso, porque su ámbito de trabajo era Bilbao y «La Gaceta del Norte», lo que en aquellos años de plomo era tanto como decir atentado terrorista salvaje un día sí y otro también. A pesar de lo cual, el impacto de la asonada en ella fue grande. Tenía 28 años.

«Eso que dicen de que en cinco segundos ves tu vida entera pasando por delante, a mí me ocurrió», narra. Y es que donde la prensa «se apostó uno de paisano con una metralleta», les mandó tirarse cuerpo a tierra y empezaron los disparos. A Charo le cayeron en la cara esquirlas de la escayola del techo. Y en lo más dramático, recuerda que nada más terminar los tiros le pidió al armado poder ir al aseo. La llevó hasta la puerta apuntándola a quemarropa. «Aún noto el frío en la espalda», cuenta.

Han pasado 40 años y la percepción hace trampas. «No sé si aquello duró mucho o poco, estábamos en otra dimensión». En su reconstrucción, el recuerdo de su propia angustia viene y va. Debió de tenerla. La médico de la Cámara la pilló por el pasillo y le metió en la boca un valium. «Le dije que no tenía miedo, pero me contestó que tenía los labios morados». Pasadas las diez sí identifica un «instante de pánico» «Rajaron las sillas de las taquígrafas, no olvido ese ruido... Tejero dijo que para hacer una hoguera por si fallaba el suministro...».

Fuera la confusión era máxima sobre lo que estaba ocurriendo allí dentro. Dentro tampoco no sabían que estaba pasando fuera.

Aspecto del hotel Palace, frontero al Congreso

«Había mucha inquietud, no teníamos la mínima información... Tejero hablando de la autoridad competente que se va a presentar... no sabíamos... Se empezó a hablar entre los veteranos de Milans del Bosch». Raimundo Castro lo tuvo bastamte más claro: «Yo estaba convencido de que había triunfado el golpe e iba a haber sangre... Tejero salía al patio del Congreso diciendo ‘se nos ha unido la V Región Militar... la I...’ y pensé que la gente que se estaba manifestando en la calle eran de ultraderecha, celebrando que el golpe se estaba extendiendo». Una vez en la calle, estuvo «temblando» hasta que habló el Rey.

Para entender la aflicción de Castro hay precisar que él explica lo que pasó aquel 23-F casi remontándose a la época de los romanos y diseccionando nombre a nombre y fecha a fecha el marasmo de agentes y accidentes políticos que se superpusieron en aquella recién estrenada democracia: Don Juan Carlos con Adolfo Suárez, la posterior pérdida de confianza, la dimisión en enero de 1981, ETA, los Estados Unidos, la OTAN, los coroneles, la Operación Galaxia, Operación De Gaulle, la blanda; Almendros, la dura... «Se esperaba algo fuerte desde julio, estaba en el ambiente».

De su archivo mental personal extrae anécdotas, como que el general Gutiérrez Mellado les diría posteriormente en un almuerzo que «en cuanto vio que el que entraba en el Congreso era Tejero pensó ya ‘esto no es serio’». También que a Suárez le encerraron solo en una pequeña recámara que hay detrás del asiento de la Presidencia de la Cámara «de donde se sacan los vasos de agua... y le dieron para comer una lata de carne de búfalo», lo que entonces era ración de campaña en el Instituto Armado. Recuerda que, cuando decidieron desalojar a los periodistas, vio a uno de los guardia civiles, que servía en el Congreso, «destrozado... le faltaba poco para jubilarse y creía que después de esa, terminaba seguro en la cárcel». Charo Zarzalejos tampoco olvida que vio a otro «muy jovencito» llorar.