ABC El talibán toma la ciudad: cuando 'Calinao' (Qala i Naw) fue español
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El talibán toma la ciudad: cuando 'Calinao' (Qala i Naw) fue español

Durante ocho años, entre 2005 y 2013, el Ejército español lideró la reconstrucción de esta urbe pequeña y pobre al oeste de Afganistán. Militarmente fue un reto y un éxito de convivencia con la población, que mejoró sus condiciones de vida. Misión cumplida. Esta semana ha habido una incursión talibán

Laura L. Caro
Soldados españoles destacados en Qala i Now en 2013, junto al clásico poste con las señales indicadoras de sus tierras de origen, a más de 6.000 kilómetros Jaime García

Hoy podemos preguntarnos para qué hemos estado allí, si valió la pena... el esfuerzo, sí. Porque, uno, hemos sido un socio fiable de OTAN. Segundo, nos comprometimos –y 104 bajas de compañeros nuestros en Afganistán que nunca olvidaremos son la prueba– con la población afgana y les proporcionamos las herramientas para mejorar su país, trabajamos con ellos haciéndoles ver el valor del respeto a las mujeres, a los niños, diciéndoles que la responsabilidad de la reconstrucción es suya. Está por ver cómo quedará... pero sí, valió la pena». Habla el teniente general Fernando García González-Valerio, hoy jefe del Estado Mayor Conjunto (Emacon) y, entre 2012 y 2013, coronel al frente de la base de Qala i Naw, antes miembro del propio contingente desplegado allí en 2008.

«Orgulloso», con esa visión amplia y el «privilegio» que supuso el mando, de lo que España hizo «en aquella misión expedicionaria a más de 6.000 kilómetros, en un lugar difícil y en un ambiente muy exigente ». Y en particular de los «soldados jóvenes, oficiales y suboficiales» que dieron lo mejor de sí en una «experiencia militar única que fue un revulsivo para las Fuerzas Armadas».

La pasada semana, Qala i Naw –‘Calinao’ en transcripción fonética al castellano castrense– ha alcanzado el protagonismo desgraciado de ser la primera capital de provincia afgana, la de Bagdhis, en la que entraron los talibanes tras la marcha de EE.UU. y la OTAN del país. El ejército regular consiguió expulsarles, y ahora combaten a las puertas en una dura ofensiva a sangre y fuego. Qala i Naw es un enclave pequeño y pobre, paisaje geográfico y humano remoto, de polvo sobre polvo, como sacado de la Biblia, que durante ocho años fue español. Una presencia que en el momento del adiós, cuando la base se entregó a las autoridades locales en septiembre de 2013, el gobernador despediría emocionado con un «se han cumplido todas nuestras ilusiones».

El teniente general González-Valerio, hoy jefe del Emacon, en Qala i Now, cuando la mandó la base siendo coronelJaime García

Enseñar a hervir el agua

La misión había empezado en verano de 2005. Cuando llegaron los primeros militares españoles, en Qala i Naw (12.000 habitantes) no había electricidad más que tres horas en días alternos ni agua potable, de modo que un país donde cada año mueren 9.500 niños de diarrea, una de las primeras labores del Ejército fue instruir a la población en la necesidad de que hirvieran todo el agua posible para la ingesta y en el lavado de manos con el fin de evitar contaminaciones letales.

La ciudad estaba en mitad de una epidemia grave de gastroenteritis, el 75 por ciento de la gente no sabía leer ni escribir, y las tropas tuvieron el ingenio de recurrir a la radio: se agenciaron la confianza del director de la cadena pública para poder utilizar 25 minutos por la mañana y otros 25 por las tardes la vieja emisora soviética de válvulas de la estación y difundir las lecciones a través de la rudimentaria megafonía instalada en las calles. Y con ellas el saludo, los mensajes amistosos y algo tan elemental como qué era España y qué pintaban ellos allí. El espacio ‘¡Buenos días, Afganistán!’, que se iba traduciendo sobre la marcha al dialecto local, el dari, fue un éxito. La audiencia era plena.

Los españoles se irían de Qala i Naw dejando una red de agua potable y un saneamiento que no existía. Siete clínicas básicas rurales, tres institutos de secundaria, calles pavimentadas, programas para mejorar los cultivos, mucho ejecutado en colaboración con la Agencia Española de Cooperación Internacional (Aecid). En lo netamente militar, donde al principio apenas había un centenar de policías sin adiestramiento, se formó a una fuerza regular capaz entonces de hacer frente a las milicias insurgentes y operar autónomamente con solvencia.

Los españoles se irían de Qala i Naw dejando una red de agua potable y un saneamiento que no existía. Siete clínicas básicas rurales, tres institutos de secundaria, calles pavimentadas, programas para mejorar los cultivos, mucho ejecutado en colaboración con la Agencia Española de Cooperación Internacional (Aecid)

Pero conviene alejar la idea de que esta esquina penosa del mundo, una en las que habita la familia de los desheredados de la Tierra, acabó siendo Disneylandia o de que todo lo logrado ha permanecido hasta hoy. Se habrán cerrado escuelas. La ONU alertó un año después de que la producción de opio en la zona se había disparado a cifras nunca vistas. Lo que es tanto como certificar el fracaso de la reconversión agraria en la que tanto ha invertido la comunidad internacional en todo Afganistán y la vuelta a un negocio maldito que financia a los talibanes. Que ahora, si pueden, se cargarán el resto de los avances como han hecho siempre.

No es descabellado temer por lo que le espera a esa población de Qala i Naw, crisol étnico de pastunes, tayicos, hazaras, mujeres todas con burka, que probablemente estarán ya temblando. La armonía con la población de aquel PRT español –’Equipo de Reconstrucción Provincial’, en sus siglas en inglés, uno de los 25 que se activaron en el país– fue considerada ejemplar por la OTAN en el marco de la Misión Internacional de Apoyo para la Seguridad en Afganistán (ISAF) que la Alianza lideró entre 2001 y 2014 para poner freno al talibán. La empatía con los locales es marca del Ejército de España. «Hay mucha preparación. Seis meses para seis meses de misión: estudiamos sus costumbres, su cultura, para ver qué podemos aportar porque no vamos a imponer nada. Preparamos a nuestros militares para respetar en todos los sentidos, luego está esa capacidad moral de ponerse en los zapatos de otros. Nunca somos prepotentes», resume el teniente general.

ISAF fue la única gran participación militar española que no desmontó José Luis Rodríguez Zapatero tras ordenar, a su llegada a La Moncloa en 2004, la salida de las tropas de Irak y de la Operación ‘Enduring freedom’, también en Afganistán y, a día de hoy, es la que más vidas se ha cobrado. De cumplir con la ISAF en Kabul regresaban 53 de las 62 víctimas del Yakolev siniestrado en 2003 y en ella servían las 17 del Cougar accidentado en 2005, estos últimos pertenecientes en concreto a la base de apoyo avanzado de Herat, FSB por sus siglas en inglés.

Las tropas celebraron una media maratón en 2013 por las callesJaime García

La que más vidas se cobró

Qala i Naw tuvo sus propias bajas . «Una tierra que ha sido regada por la sangre y el sudor de nuestros compatriotas», diría al arriar la bandera allí el entonces ministro de Defensa, Pedro Morenés. En 2010, un tiroteo talibán mata a los guardias civiles José María Galera y Abraham Leoncio Bravo, más un intérprete español de origen iraní. En 2011, el mayor explosivo nunca utilizado contra tropas españolas, 20 kilos, golpea un convoy en el que fallecen el sargento Manuel Argudín y la soldado Niyireth Pineda. En 2012 caía el sargento David Fernández al estallar un explosivo casero mientras realizaba labores de reconocimiento en una carretera.

El hostigamiento más letal en Qala i Naw coincidió con una escalada de violencia en todo el país y cuando el contingente español se había mudado al gran cuartel que construyó en 70 hectáreas en los límites de Qala i Naw, al que empezó a trasladarse en diciembre de 2009: el complejo ‘Ruy González de Clavijo’, con capacidad hasta para 1.300 efectivos. Costó 44 millones de euros con los que, de paso, se dio trabajo a empresas locales en lo que fue la mayor obra llevada nunca a cabo por allí. Una inyección económica fabulosa.

«Una tierra que ha sido regada por la sangre y el sudor de nuestros compatriotas», diría al arriar la bandera allí el entonces ministro de Defensa, Pedro Morenés

Cuando el traslado, la presencia española sobre el endiablado suelo afgano iba ya para el quinto año. Y es lo que tienen las misiones de paz: el recelo inicial se neutraliza con proyectos de impacto que mejoran enseguida las condiciones de vida y con gestos de hermandad –la radio, las primeras obras...–, pero según pasa el tiempo, hay simpatías que se agotan. Un extranjero armado en tu casa es un invasor, por mucho que tienda la mano y gaste su dinero contigo, y en ese escozor echan sal los enemigos de la estabilidad hasta volver a los civiles en contra de las tropas.

Un soldado español choca la mano de un niño afganoJaime García

El mencionado triple crimen de 2010 –Galera, Bravo y el intérprete– lo cometió un chófer miembro de la Policía afgana, que fue abatido. Los talibanes le reivindicaron. «Tenía contacto con nosotros hace dos meses y planeamos el ataque», dijeron. Una turbamulta febril trató de asaltar la base española para vengarle en uno de los episodios más agrios sufridos por el Ejército.

No hay que confundirse. Qala i Naw fue una misión dura en un teatro imprevisible. De acuerdo con el Ministerio de Defensa, 18.000 militares españoles pasaron por aquel PRT y sus puestos avanzados de combate (Moqur, Sangatesh, Ludina) a lo largo de veinte relevos de la Aspfor –acrónimo de la fuerza operativa desplegada en Alfganistán–, en los que se sucedieron las brigadas ligeras del Ejército: la Legión, la Aerotransportada, los Paracaidistas, la Canarias y la de Montaña, que con 317 soldados abrió camino en el primer destacamento que se instaló en el centro mismo de la ciudad, la base ‘General Urrutia’.

Han pasado siete años de la salida. El debate de si el apoyo internacional contra los talibanes debió alargarse en el tiempo, hasta fulminarlos bien fulminados y que ahora no estuvieran recuperando terreno para su fundamentalismo arcaico, es inacabable. «No podemos eternizarnos de por vida en un país, tenía que hacerse lo que se hizo: se les enseñó a encarrilarlo y después hay que dejarles las manos libres y tienen que asumir la responsabilidad», reflexiona el mando. Amén del coste presupuestario, del que no se dan cifras y el irreparable, en vidas.

«Impresiona darse cuenta cuando vuelves del esfuerzo de España por la nación afgana», reflexiona el mando. Misión cumplida.