ABC MADRID 12-03-2004 página 7
- EdiciónABC, MADRID
- Página7
- Fecha de publicación12/03/2004
- ID0004874466
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ABC VIERNES 12 3 2004 Opinión 7 JAIME CAMPMANY Que reflexionen los que recogen las nueces, los que visitan a etarras y los que firman con ellos pactos políticos y cargos de gobierno EL VOTO DE LAS HIENAS SCRIBO hoy estas palabras como desgraciadamente tenemos que escribir algunas veces los periodistas: sorbiéndome las lágrimas y apretándome el corazón al contemplar en la pantalla del televisor las carnes desgarradas y la sangre esparcida de centenares de españoles inermes, desapercibidos, inocentes. Miro agonizar y morir a estas gentes ajenas a la locura de los fanáticos, de los enfermos de la lepra de la saña, que quieren e intentan imponer sus ideas políticas desaforadas a fuerza de matar a sus semejantes. En un momento, Madrid se ha convertido en una ciudad enloquecida de horror, sembrada de cadáveres y de heridos, desgarrada de prisas, de sirenas, de gritos de dolor y de tristeza. Ha madrugado la muerte. Bajaron de sus cuevas del norte las hienas de la manada terrorista y han destrozado muchas vidas de paz, de trabajo o de estudio. Después de haber visto frustrados varios de sus bestiales atentados, planificados con toda frialdad en una lejanía cobarde, por fin los criminales etarras han logrado burlar la vigilancia de las Fuerzas de Seguridad y han alcanzado el corazón de Madrid, que es el corazón de España, con una de las más numerosas y terroríficas matanzas de toda la siniestra historia del terrorismo. Sabíamos que ETA preparaba desde hace días algún atentado de alcance excepcional precisamente en estas fechas de víspera de las elecciones. Los etarras querían poner brutalmente en lasurnas el único voto que tienen para darnos su maldita opinión y sus salvajes ideas: el voto de la sangre, el voto de la muerte, el voto del horror, el voto del luto y el voto de la guerra. En Atocha y en las demás estaciones reventadas por las terribles explosiones, los etarras han dejado una vez más su declaración de guerra contra el pueblo español, pacífico y laborioso, y en esta ocasión de manera muy especial contra la buena, hermosa y madrugadora gente del pueblo que marchaba a su trabajo para ganar su pan de cada día. Con ese propósito, han elegido bien los asesinos el lugar para sembrar la muerte y el luto. El tremendo coletazo de la bestia ha descargado sobre los trenes de cercanías atestados de obreros y de empleados. El resultado del coletazo de una banda acorralada y desesperada, acosada por todos sus flancos, ha sido tan sangriento que casi no se encuentra precedente en todos los macabros episodios que haya provocado ETA. Y también han elegido con premeditación y cuidado el momento para matar y para sembrar el terror. Se trata de lanzar un desafío más insolente que nuncaa nuestra democracia y a todos los españoles, precisamentecuando nos disponemos a ordenar nuestra vida y a decidir nuestro futuro con las armas blancas e inofensivas de la palabra, del diálogo, de la paz y de la libertad. Esta masacre sin sentido obliga a los españoles a reafirmarnos en su rechazo a esa minúscula facción que ensangrienta nuestra convivencia; a pedir a sus gobernantes la máxima firmeza y diligencia para defender la paz; y a esperar que sirva para hacer reflexionar a los que recogen estas macabras nueces, a los que visitan y dialogan con los etarras y a los que pactan con ellos responsabilidades políticas y cargos de gobierno. E IGNACIO CAMACHO Caminar el domingo hasta las urnas con una furia serena que arranque del fondo de nuestra conciencia, y votar sin hipotecas, con toda el alma, con toda la esperanza y, entonces sí, con toda la rabia desencadenada DEBERES PARA HORAS DE RABIA L O primero, llorar. Sin tapujos: llanto de dolor, de impotencia, de rabia. Llanto por las víctimas, por el pueblo herido, por la nación golpeada. Lágrimas negras de luto y de espanto, un río de lágrimas que alivie el sofoco y humedezca la piel reseca de este país sin aliento. Lo segundo, rezar. Una plegaria por los caídos, una oración por los muertos, un minuto de recogido silencio de la conciencia por la memoria de todos los que ya sólo viven el silencio eterno de la nada. Y un minuto, también, de meditación sobre nosotros mismos, de reflexión sobre nuestra maldita condición de arcángeles negros capaces de incubar el virus de la maldad. Lo tercero, sentir. Ponerse en la piel de los trabajadores madrugados en un amanecer temprano de rutinas y esfuerzos, camino de un trabajo sin más gloria que la dignidad del pan de cada día. Y que, de pronto, en el sesteo adormecido del tren, han sentido abrirse sin preámbulos la puerta del infierno. Lo cuarto, pensar. Dejar que las ideas se abran paso entre un torrente de sentimientos agolpados que brotan de las burbujas revueltas de la sangre. Es legítimo el dolor, es justa la rabia, es lógico el hirviente impulso de la venganza. Pero es más necesario el orden de la razón, esa fuerza intelectual que nos hace superiores cuando somos capaces de dominar la sacudida del instinto. Pensar sin dejar de sentir, dominar desde el cerebro los latidos del corazón acelerado por los ecos de la tragedia. Lo quinto, recordar. Tenemos el privilegio de la memoria para anotar los datos del camino que conduce a esta desolación ilimitada. Recordar que sólo hay un terror, como sólo hay un fuego o un agua o un aire. Un terror que no tiene paliativos, ni casuismos, ni atenuantes, ni comprensiones. Un terror ante el que no cabe el diálogo, ni la complicidad, ni la doblez. Un te- rror que no admite miradas oblicuas, ni beneficios políticos, ni tentaciones oportunistas, ni búsqueda de otros culpables que no sean quienes extienden la muerte como un manto siniestro de amenaza y destrucción. Lo sexto, salir. Es la hora de las calles, el momento de echarse a cuerpo limpio con las manos alzadas contra la tempestad de sangre. Está lloviendo sangre sobre España, y bajo esa intemperie de brutalidad tenemos que pasearnos de nuevo para defender la vida, la libertad, la razón, la convivencia. Como antes, como en aquel verano estremecido por la inocencia asesinada de Miguel Ángel Blanco, como tantas otras veces en que hemos sido capaces de comprender que sólo la rebeldía de la gente es capaz de sostener el frágil equilibrio de la paz. A la calle, que ya es hora, dijo el poeta, a mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo. Lo séptimo, esperar. Sólo dos días; cuarenta y ocho horas de silencio antes de decir lo que sentimos y pensamos del mejor modo en que la democracia expresa la voluntad del pueblo. Esperar con rabia contenida, con la respiración entrecortada, con el corazón a cien y el estómago apretado por la cosquilla de los demonios. Dos días para honrar a los muertos y cuidar a los heridos; dos días para consolar a las familias y rumiar esta intensa conmoción sobresaltada. Dos días para asentar la ira, para dominar el rencor, para digerir la desesperación. Y lo último, votar. Caminar el domingo hasta las urnas con una furia serena que arranque del fondo de nuestra conciencia, y llenarlas de hermosas papeletas blancas que sepulten el odio bajo una montaña de voluntades. Votar sin hipotecas mentales ni debilidades morales. Votar con toda la libertad, con toda el alma, con toda la esperanza y, entonces sí, con toda la rabia desencadenada y acumulada en estas horas de infamia. icamacho abc. es


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