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El último viaje de Cristóbal Colón: el triste retorno de su tumba a España tras el Desastre del 98

El 28 de enero de 1899, Blanco y Negro dedicó un largo reportaje al trasladado de los restos hasta Sevilla: «Pocos serán, seguramente, los hombres que hayan visto turbado su eterno descanso tantas veces como el insigne descubridor»

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No está claro de dónde venía Cristóbal Colón, pero sí dónde terminó. La empresa marítima que hizo en el nombre de los Reyes Católicos instaló para siempre su casa y su mente en Castilla, lugar de su mayor éxito y sus mayores sinsabores. Todavía inmerso en una infinidad de pleitos con la Corona, Colón falleció en Valladolid, el 20 de mayo de 1506, por complicaciones derivadas de una gota o una artritis sin haber visto satisfechas sus demandas sobre lo que le correspondía de los nuevos descubrimientos.

Sus restos fueron enterrados en el Convento de San Francisco en Valladolid y, posteriormente, trasladados a la capilla de Santa Ana del Monasterio de la Cartuja, en Sevilla, tras ser sometido a un proceso de descarnación.

No en vano, aquello solo fue el inicio de un largo periplo. En 1523, por deseo de su hijo Diego Colón, el almirante fue llevado a la catedral de Santo Domingo, isla con fuertes vínculos históricos para el marino.

Tras la conquista de Santo Domingo en 1795 por los franceses, el siguiente destino de Colón fue La Habana, pero, tras la guerra de independencia cubana en 1898, sus restos fueron trasladados a bordo del hasta Cádiz y desde allí hasta Sevilla por el aviso Giralda con destino a la Catedral de Sevilla. Aquel nuevo viaje de Colón a través del océano fue celebrado en España como un gran acontecimiento. El 28 de enero de 1899, Blanco y Negro dedicó un largo reportaje al trasladado de los restos hasta Sevilla.

«Pocos serán, seguramente, los hombres que hayan visto turbado su eterno descanso tantas veces como el insigne descubridor de América», escribió el redactor en la introducción al artículo.

En la imagen, un tocado de Cabeza «Santa María».+ info
En la imagen, un tocado de Cabeza «Santa María».

Haciendo un repaso del viaje del cadáver de Colón por América, el redactor comentó su paso por República Dominicana en términos propios de la época: «Por espacio de más de dos siglos y medio poseyó esta isla los huesos del almirante, pero al fin, como España no ha tenido más misión en América que descubrir pueblos, civilizarlos a costa de su sangre y cederlos luego una vez que los ha convertido de hordas de salvajes en sociedades de personas cultas, llegó también la hora de entregar a Francia la parte que nos quedaba en Santo Domingo, y, efectivamente, el tratado de Basilea dispuso en 1795 la evacuación por los españoles de la isla predilecta de Colón».

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En la Habana se construyó un nicho al lado del altar mayor para albergar los restos de Colón, quedando cubierto por una modesta lápida hasta 1823, que se cambió por otra más lujosa, «aunque deplorable como obra de arte». En 1892, cuando se celebraba el cuarto centenario del Descubrimiento de América, parece que en el Gobierno a algún iluminado se le antojó muy probable que Cuba no fuera su última morada, pues solo así se explica que se encargara al artista Arturo Mélida la construcción de un mausoleo con el ataúd de Colón llevado a hombros por cuatro heraldos representativos de los antiguos reinos de León, Castilla, Aragón y Navarra, «pero no en actitud reposada como es costumbre en todos los sepulcros, sino en pie, andando y como dispuestos á trasladar su preciosa carga cada vez que se les ordene». Y eso es justo lo que ocurrió seis años después cuando Cuba se declaró independiente.

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Los restos de Colón vinieron hasta Cádiz, y desde allí a Sevilla, donde se encuentran en la actualidad, concretamente en la catedral de esta ciudad. Frente a otras ciudades castellanas que se ofrecieron a guardar los restos del almirante, Sevilla tenía una ventaja imbatible, más allá de la importancia de la urbe en la empresa colombina y en la historia de la navegación: ya había sido custodia de la tumba en el pasado.

«Ninguna población puede decir, como Sevilla, que ha poseído ya la tumba del primer Almirante por espacio de treinta años: desde 1507 que fué traído su cuerpo de Valladolid, donde falleció, hasta 1537», explicó Vicente Llorens Asensio en las páginas de Blanco y Negro.

La llegada de los restos de Colón a bordo del Giralda devino en una vistosa recepción por parte de los sevillanos y de las grandes autoridades de la ciudad, entre ellos el Duque de Veragua, representante del gobierno y descendiente del navegante. «Se ven los muelles de la orilla derecha del Guadalquivir, y a la multitud que desde ellos se extiende por la puerta de Jerez y el palacio de San Telmo; los buques surtos en el puerto hallanse cuajados de humanos racimos que ocupan mástiles y cordelerías. Junto a la escala grande de San Telmo habían colocadas dos hermosas casetas de las que se utilizan en la famosa feria de Sevilla. Entre ellas colocose un arco de triunfo, forrándose la escalinata con rica alfombra grana», describió el periodista J.G. Rufino sobre el escenario que dio paso al cortejo fúnebre.

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