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El trauma del primer secuestrado por ETA que logró huir, pero fue devuelto por los vecinos a sus raptores

Eugenio Beihl, cónsul alemán en San Sebastián, aseguró a ABC que aquel día perdió su fe en la Humanidad

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Eugenio Beihl, cónsul de la República Federal de Alemania en San Sebastián, llamó a su esposa a las diez de la noche del 1 de diciembre de 1970 para decirle que en esos momentos salía del consulado y volvía a casa. Apenas media hora después llegó en su coche a su domicilio, en la zona residencial de Miramar, y se dispuso a guardar como cada día el automóvil en el garage, pero no pudo llegar a hacerlo. Pocos minutos después volvía a salir y se alejaba de su residencia conduciendo su Mercedes negro, pero acompañado por varias personas. Otro vehículo de color rojo les seguía. Comenzaba así hace 50 años el primer secuestro de la banda terrorista ETA.

Eugenio Beihl, cónsul de Alemania en San Sebastián+ info
Eugenio Beihl, cónsul de Alemania en San Sebastián

En un comunicado enviado a la asociación vasca en Francia Anai-Artea, los terroristas reivindicaban al día siguiente el rapto y aseguraban que la suerte del diplomático alemán dependería de lo que se decidiera en el proceso de Burgos. Dieciséis etarras estaban a punto de ser juzgados por un Consejo de Guerra sumarísimo a partir del 3 de diciembre.

La esposa y la hija de Beihl enviaron un mensaje a los medios informativos: «... después de estos días transcurridos en esta angustia, os pedimos, os rogamos, os suplicamos que mientras decidís devolvérnoslo, aliviéis siquiera un poco nuestra angustia. Dadnos alguna prueba, alguna seguridad de que se encuentra en buen estado de salud». Su súplica, sin embargo, no fue atendida. Hasta los últimos días de aquel diciembre la familia vivió sumida en un calvario que alcanzó sus cotas más dramáticas las horas previas a la Nochebuena. Esperaban con ilusión un feliz desenlace, que se postergó.

El redactor Alfredo Semprún, destacado por ABC para seguir los avatares del secuestro, fue informando minuto a minuto de las cartas que llegaron a la familia, las fotos, las falsas llamadas y las hipótesis que se barajaban. Conforme pasaban los días aumentaba la confusión. Las cartas que fue recibiendo la familia, algunas en español y otras en castellano, se prestaron a todo tipo de conjeturas y hasta se llegó a decir que el veterano cónsul de 60 años era simpatizante de ETA y se había prestado al secuestro, algo que Beihl desmintió rotundamente.

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Todo el país estuvo en vilo aquellos días hasta que a las 12,17 horas del 25 de diciembre la agencia Efe dio la esperada noticia de que Eugenio Beihl había sido liberado. El cónsul aparecía horas más tarde ante las cámaras de la televisión alemana en la localidad de Wiesbaden, visiblemente emocionado. «Este es el mejor regalo de Navidad para mí y mi familia», dijo estremecido tras veinticinco días de angustia y sufrimiento. Al poco se conoció la dura sentencia del proceso de Burgos. Nueve acusados fueron condenados a la pena de muerte, aunque el 30 de diciembre Franco conmutó su condena por las inmediatamente inferiores en rango, presionado por las fuertes protestas en España y el extranjero.

Beihl en la televisión alemana tras su liberación+ info
Beihl en la televisión alemana tras su liberación

Beihl relató en aquel entonces algunos detalles de su cautiverio, de cómo fue trasladado de un alojamiento a otro sin que pudiera precisar dónde se encontraban. Recordó el miedo que pasó al oír por la radio alemana que el Consejo de Guerra de Burgos dictaría alguna sentencia de muerte y alguien le aseguró entonces que si eso sucedía no había esperanza alguna para él. Aunque habló en ocasiones ante la prensa, el cónsul aún guardaba un cauto silencio sobre mucho de lo vivido.

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Un mes después, en una conversación de más de tres horas con Alfredo Semprún en exclusiva para ABC, el Beihl aclaró algunos puntos oscuros de su secuestro y dejó entrever otros, terribles, sobre los que aún no podía, o no quería, hablar:

«-¿Intentó usted revelarse alguna vez?

-Sí. Inicié una de las llamadas huelgas de hambre..., pero tuve que suspenderla a las veinticuatro horas viendo que solo iba a conseguir empeorar mi situación.

-¿No hubo más actos de protesta por su parte?

El señor Beihl fijó su mirada en Semprún. Trataba de adivinar hasta qué punto sabía lo ocurrido. Luego respondió:

-Sin comentarios.

-¿Se limitó, pues, a ese ingenuo intento de huelga?

-No. Tampoco quiero que se siga creyendo en que por mi parte procedí tan pasivamente...

-Repito, señor Beihl, ¿le pegaron alguna vez?

-No, no le puedo contestar. Compréndalo, por favor.

-¿Pidió usted alguna vez ayuda? ¿A la Policía francesa, por ejemplo?

-Sin comentarios. Durante esos días no vi nunca a ningún policía, al menos de uniforme. (...)

El día del traumático desengaño

-¿Significa algo especial para usted la fecha del 13 de diciembre de 1970?

El señor Beihl se desconcertó visiblemente. Fue él quien preguntó entonces, pero Semprún tampoco estaba en condiciones, por el momento, de hacer público cuanto creía saber con certeza. El periodista insistió en la pregunta y su interlocutor se detuvo a reflexionar. Luego, mirándole directamente a los ojos, le respondió.

-Sí. En ese día me he llevado el desengaño más fuerte de mi vida. Tan fuerte, tan traumático como para perder de repente toda mi fe y confianza en la Humanidad.

-Esa decepción... ¿se debe a no haber encontrado el apoyo pedido?

-Sin comentarios.

-Estaba usted recluido en una habitación de un primer piso... ¿A cuánta altura se encontraba el ventanal de la misma?

-Calculo que a unos cinco metros... por favor, señor Semprún.

-¿Cambió la actitud de secuestradores a partir de ese día 13?

-Sí.

-¿Mejoró o, por el contrario, empeoró su trato?

-Fue a peor. Desde entonces todas las noches las pasé atado de pies y manos y ellos ya no vieron más televisión».

Dos días después, se desvelaba el profundo desengaño sufrido por el cónsul secuestrado. La fría noche del 13 de diciembre, aprovechando el descuido de sus guardianes, Beihl saltó desde una ventana a cinco metros de altura y huyó descalzo y a medio vestir del lugar donde le mantenían retenido. El cónsul recorrió unos trescientos metros por una carretera vecinal y pidió ayuda desesperadamente en un bar, pero los vecinos lo devolvieron a rastras a sus secuestradores.

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En mayo de aquel año de 1971, Semprún desvelaba a los lectores de ABC que aquel lugar donde el cónsul escapó y «perdió la fe en la Humanidad» era el pueblo vasco-francés de Montory, a 18 kilómetros al sur de Mauleón. Beihl había reconocido sin lugar a dudas todas las fotografías obtenidas por el enviado especial de ABC en la localidad.

El alcalde de Montory declaró que entonces todo el mundo en el pueblo estaba convencido de que se trataba de una broma, pero que pocos días después agentes de la Dirección de Seguridad del Territorio llegaron a Montory a realizar una investigación. Para entonces, el rehén ya había sido trasladado a otro escondite.

Beihl relató así los hechos en una carta en la que recriminó al párroco de Montory su intervención en el secuestro, al prestar su vivienda y colaborar con sus vigilantes: «Usted, M. Legarteau, se encontraba con los guardianes en la cocina de su casa (probablemente frente a la televisión) cuando yo logré saltar por la ventana tapada del pasillo del primer piso al pequeño jardín de la parte delantera de su casa. Era el día 13 de diciembre, poco más de las 22 horas. Superado el impacto, corrí cuesta abajo en busca de luz y ayuda. En el cruce de la carretera vi la famosa indicación en dirección Mauleon, vi luces frente a una casa, una serie de automóviles aparcados y corrí hacia la entrada del tristemente famoso bar de madame Pontaut. En la puerta, a varias personas pedí ayuda; me reconocieron, me preguntaron de dónde venía, pretendieron meterme en un coche, pero me escapé ante su actitud provocativa y llegué al café bar de madame Pontaut. Una cuarentena de personas se quedó perpleja. Me reconocieron, pero su actitud era reservada y hostil. Presenté mis documentos, pedí inmediato aviso a la Gendarmería. madame Pontaut, al verme empapado y en calcetines, me puso una taza de café y me prometió llamar sin demora a la Fendarmería. "En cinco minutos -me dijo- estarán los gendarmes". Salió del local y no volvió hasta el momento de entrar varios individuos del pueblo de Montory, que me arrastraron a empujones nuevamente hasta la casa parroquial, dejándome en el "hall"; allí esperaba un grupo de personas con los puños levantados, dispuestos a lanzarse sobre mí. Es entonces cuando vi a usted, M.Legarteau, vistiendo sus ropas de párroco, con sus gafas puestas.

Mis palabras: "Padre, usted no puede consentir esto, evite una tragedia". Usted, M. L'Abbe, en un gesto de humanidad, se interpuso entre los agresores y mi persona, ayudado por los mismos guardianes armados.

En un momento traen mis zapatos del primer piso, me cubren los ojos y me llevan por una puerta trasera al coche de usted, y usted, M. L'Abbe, lo conduce junto con el comando de guardianes a lugar desconocido. Reunión de emergencia. Me atan las manos, amenazas, y nuevamente a otro coche. Lugar desconocido, posiblemente un caserío. Amenazas. Veinticuatro horas tumbado con los ojos vendados (...) Esta es la verdad de Montory y de su complicidad», finalizaba el cónsul alemán el escrito.

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