La tragedia que condenó al Concorde, el avión supersónico: «Hay decenas de cuerpos mutilados»
El 25 de julio del 2000, el vuelo Air France 4590 se estrelló en Francia dos minutos después de despegar provocando 114 fallecidos
La resurrección de la era Concorde

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El 25 de julio del 2000, el controlador aéreo del aeropuerto internacional Roissy-Charles de Gaulle musitó unas palabras, estremecido: «¿Air France 4590, me escuchan?». No hubo respuesta. Aún así, lo volvió a intentar: «¿Air France 4590, me escuchan?». El silencio acabó con sus últimas esperanzas. Segundos antes, el avión supersónico más legendario del mundo, el Concorde, se había estrellado en los aledaños del campo de aviación después de que uno de sus motores estallara en llamas. Sin control, el aparato que había transportado a la flor y nata de la sociedad –los billetes costaban unos 12.000 dólares– se llevó la vida de 114 hombres, mujeres y niños.
+ infoAquella tragedia fue el canto de cisne de una nave que rozaba ya las tres décadas de vida.
En 2003, la última unidad del avión comercial más rápido de la historia, capaz de superar la velocidad del sonido, abandonó los cielos para siempre. «Air France pondrá hoy fin a 27 años de explotación comercial de sus Concorde con un último vuelo desde Nueva York hasta París. Esta será la última vez que se cruce el Atlántico a la velocidad del sonido», explicaba ABC en agosto de ese mismo año. British Airways, la segunda compañía con estos aparatos en sus hangares, continuó operando con ellos hasta octubre. «El último Concorde que transportaba pasajeros aterrizó este viernes en el aeropuerto londinense de Heathrow», desveló este diario el 25.
Accidente mortal
El día más trágico del Concorde arrancó en Francia. A eso de las cuatro menos veinte minutos de la tarde, el piloto Christian Marty recibió permiso para despegar. Un vuelo más para un aviador veterano. La compañía que fletaba el aparato era la ‘Peter Deilmann Reederi Gmbh&Co’, con sede en Alemania. Eso provocó que, como admitió después del desastre el presidente la agencia, los pasajeros fueran casi todos germanos. «Había 49 mujeres, 48 hombres y 3 niños, y la mayoría de los alemanes procedía de los Estados de Renania del Norte», explicaba ABC. El destino era Nueva York; una vez allí, los afortunados embarcarían en un crucero rumbo a Ecuador. Aquello era un viaje de placer y lujo.
Marty dirigió el morro puntiagudo del avión hacia la pista y el Concorde fue ganando, poco a poco, velocidad hasta alcanzar los 300 kilómetros por hora. Según la investigación posterior, ese fue el instante en el que ocurrió el desastre. Durante el despegue, el aparato pasó por encima de una pieza de titanio que, poco antes, se había desprendido de otro avión, un DC-10 de Continental Airlines. Aquello hizo estallar un neumático cuyos restos, a su vez, impactaron de lleno en uno de los tanques de combustible. El depósito no se rompió, pero sí una válvula que provocó una fuga de carburante. En lo que fue una dramática reacción en cadena, un chispazo generado por un cable dañado inició un incendio de dimensiones colosales.
+ infoEl controlador del aeropuerto se estremeció cuando vio aquella lengua de fuego salir de las posaderas del Concorde: «¡Detengan el despegue! ¡Hay fuego en uno de los motores!». Pero ya era tarde. El avión necesitaba unos 300 metros para detenerse sin peligro tras alcanzar aquella velocidad, y apenas quedaban 200 en la pista. Marty no pudo hacer más que despegar: «Avería en el motor número 2. El fuego se extiende. Es tarde para frenar. Subiremos y viraremos hacia Le Bourget para aterrizaje de emergencia». A las 16:43, el vuelo 4590 alzó el morro; dos minutos después, todo había acabado. «Se estrelló entre dos hoteles, afectando al edificio anexo a uno de ellos», informaba ABC el 26 de julio.
El desastre fue absoluto. Fallecieron los cien pasajeros –96 alemanes, dos daneses, un austríaco y un estadounidense–, nueve miembros de la tripulación y cinco víctimas que se encontraban cerca del hotel de la cadena Hotelissimo. «Tras horas de trabajo de los equipos de bomberos, las llamas quedaron sofocadas», explicaba ABC. Este diario también recogió las escenas aterradoras que narraron algunos testigos desde el lugar del imacto: «Hay decenas de cuerpos horriblemente mutilados. Muchos están carbonizados, otros como hinchados. Junto a ellos se pueden ver zapatos, libros, restos de maletas... La identificación de las víctimas va a ser muy difícil».
Testigos de la catástrofe
En ABC, Juan Pedro Quiñonero recogió varios testimonios de los testigos de la tragedia. Guy Frechet fue uno de ellos. Este trabajador del aeropuerto, veterano ya del espectáculo que supone ver aviones despegar con normalidad, se temió lo peor: «Siempre temíamos que ocurriese lo que ayer acabó ocurriendo. A varios centenares de metros de nuestras cabezas vimos cómo ardía el motor trasero del Concorde y cómo las llamas, de varias decenas de metros, sobrevolaban la autopista y la zona industrial, mientras el avión no conseguía despegar. Luego se oyeron dos explosiones y el Concorde se precipitó al vacío, ya convertido en una bola de fuego, despidiendo una humareda espantosa. Nos temíamos lo peor».
+ infoJean Pommier, que regresaba de Ámsterdam con su esposa y sos dos hijos, fue testigo de la triste escena desde un autobús fletado por la compañía Air France: «Fueron unos minutos de Apocalipsis. El conductor del autobús redujo la marcha y estuvo a punto de parar. Sobre nosotros, a cien o doscientos metros, sobre nuestras cabezas, un avión gigantesco, en llamas, volaba sin rumbo para precipitarse en el vacío de un instante a otro». Para él fueron «unos momentos espantosos» que acongojaron a todos los presentes. Segundos más tarde, oyeron una explosión gigantesca. «El Concorde despareció de nuestra vista y vimos una gigantesca humareda». Acababa de caer en un campo de cereales.
+ info«Es un milagro que el incendio del Concorde no terminase en una catástrofe apocalíptica», refería otro testigo, Stéphane Prévost, responsable de una empresa ubicada en las cercanías del aeropuerto. «El avión pasó, en llamas, por encima de nuestras oficinas. Aterrados, nos dimos cuenta de que el piloto intentó maniobrar, pero le fue imposible evitar la catástrofe. Pretendió girar a la izquierda y, en ese momento, se estrelló. El Concorde era una mole en llamas. Si por desgracia se hubiera estrellado antes, sus destrozos habrían sido todavía mayores, porque a esa altura la autopista está muy concurrida y en la zona de flete y equipaje del aeropuerto hay millares de personas trabajando», añadió.
El accidente del 25 de julio fue el peor de una de estas naves supersónicas y el único de esa envergadura que sufrieron las veinte unidades construidas. Antes, los Concorde apenas habían tenido que lamentar media docena de problemas menores en los 24 años de servicio y miles de trayectos que habían realizado. Después comenzaron los juicios. El 6 de diciembre de 2010 concluyó el proceso y se declaró a un mecánico, John Taylor, y a la compañía Continental Airlines culpables de un delito de homicidio involuntario. El primero fue condenado a 15 meses de prisión. La empresa, por su parte, se vio obligada a repartir más de un millón de dólares en indemnizaciones.
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