El Proceso Steinheil: asesinatos misteriosos, bajas pasiones y faquires indios en 1909
Durante el juicio contra Marguerite Steinheil, acusada de matar a su madre y a su marido, salieron a la luz sus amoríos con el presidente francés Félix Faure
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El pintor Adolphe Steinheil y su madre política, la señora viuda de Japy, amanecieron asesinados el 31 de mayo de 1908 en su casa del callejón Roussin, nº 6 bis, en París. Marguerite Steinheil, la esposa del pintor, yacía en su lecho, fuertemente atada. Cuando el criado de la familia, Remy Couillard, entró en la habitación de madame Steinheil y se dio cuenta de la tragedia, corrió a pedir socorro, y en pocos minutos la casa se vio invadida de policías y vecinos.
La investigación de lo sucedido y el juicio posterior se convirtió en el Proceso Steinheil, en el que la prensa parisina de hace un siglo, con Le Journal y Le Matin compitiendo entre sí, jugó un papel fundamental.
La historia tiene su miga y ocupó durante meses miles de páginas en periódicos de medio mundo.
La bella Meg, que así se hacía llamar Marguerite Steinheil, se comprometió con apenas 15 años con el teniente Scheffer, pero no llegó a casarse. A la muerte de su padre, cuando la joven rozaba ya la veintena, marchó a París con su hermana mayor. En la capital conoció Meg a un pintor sin mucha suerte, veinte años mayor que ella, Adophe Steinheil. Tal vez por los contactos con el mundo artístico parisino de principios del siglo XX, o vaya usted a saber por qué, la bella Meg se convirtió en Mme Steinheil. Aunque quedó embarazada pronto, la relación fue un fracaso, pero se mantuvo por cubrir las apariencias y por la niña que acaban de tener.
+ infoMeg comenzó a recibir a clientes que, interesados en los cuadros de su esposo, pasaban por su casa, pagaban… y marchaban contentos pero sin un solo cuadro. El pintor Bonnard, el ingeniero Fernando de Lesseps, el compositor Massenet o el gran Zola pasaron por su salón. Entonces apareció en escena el presidente de la República francesa, Félix Faure. Interesado en ofrecer un contrato oficial a su esposo, Faure comenzó a acudir a la casa del matrimonio Steinheil, aunque con quien trataba era con Meg, la bella esposa del artista.
La muerte «en el acto» de Faure
Tanto intimaron el presidente y la mujer del pintor, que Meg comenzó a acudir al Palacio del Elíseo, donde era recibida en el salón azul por el político. En uno de esos encuentros falleció Faure, parece que con la mano apretando fuertemente el cabello de la bella Mme Steinheil, completamente desnuda. La pobre Meg chillaba aterrada. Hubo de cortarle el mechón de pelo que sostenía Faure. La vistieron y pidieron que acudiera a lugares concurridos de París, para que pudiera tener una coartada cuando se anunciara la muerte del presidente. Esta es una de las infinitas versiones que circularon sobre la extraña y repentina muerte del presidente de la República francesa, de 59 años de edad, y la que mejor queda en este pequeño folletín.
+ infoA partir de ahí, Meg decidió alquilar una casa en las afueras de París, donde recibía a sus amantes con más discreción y confort. Los años pasaban y los amantes también. Pero ya no eran tantos como antes ni tan importantes. Meg comprendió que tarde o temprano su belleza se apagaría y sus pretendientes se esfumarían con ella. Apareció entonces un rico industrial. M. Borderel, dispuesto a casarse con ella. Pero no si se divorciaba, pues aunque algo rijoso, era un católico devoto. Solo se casaría con la viuda Steinheil, que quedó prendada del cráneo reluciente de su amante, de su rechonchez, de sus millones…
Y llegó el 31 de mayo de 1908 en que Meg Steinheil fue encontrada amordazada en su cama y su madre y su esposo estrangulados. La ya huérfana y viuda declaró que se había despertado sobresaltada sobre las 12 de la noche, al sentir que le cubrían el rostro con un trapo y le agarraban del cuello. Luchó y consiguió apartar el trapo de su rostro y vio, gracias a la luz que despedían dos linternas, a tres hombres y una mujer. Los primeros llevaban levitas negras y se cubrían con anchos sombreros y la mujer vestía de rojo. Armados con revólveres todos, le amenazaron con matarla si no les revelaba el paradero de las alhajas y el dinero. Un golpe la dejó sin sentido.
El juez Leydet, asignado al caso, creyó la declaración de la viuda, a pesar de que existían numerosos interrogantes: ¿Por qué mataron a su marido y su madre si lo que querían era dinero y joyas? ¿Por qué guardó una perla negra en la cartera de su criado Remy Couillard? Meg contestó a lo primero que posiblemente la confundieran con la hija de su marido, que le llevaba 20 años: «Creyeron que era una doncella de diez y siete primaveras», a pesar de que ya tenía cuarenta. De lo segundo se defendió afirmando que lo hizo siguiendo los consejos de dos periodistas, La Bruyere y Marcel Hutin.
+ infoLa prensa jugó un papel importante en este caso. Los periódicos parisinos de hace un siglo tenían una fuerza enorme, solo comparable a la de los Estados Unidos y, tal vez, a la de los británicos. El Petit Parisien, con una tirada cercana a los 2.000.000 de ejemplares, y Petit Journal, con 1.250.000 tenían, cada uno, una circulación superior a la de todos los diarios españoles juntos. La competencia era brutal y la búsqueda de exclusivas llevaba a situaciones estrambóticas.
Se trajo a unos faquires indios para, según contaba ABC en su crónica del 3 de abril de 1909 «ponerse en comunicación con el cuerpo astral de Mr. Steinheil y descubrir a sus asesinos». Provistos de extraños instrumentos, fueron los faquires al cementerio donde reposaban los restos del malaventurado pintor y, «efectivamente -continuaba la crónica de este diario-, según afirman, uno de ellos logró la consabida comunicación, y dijo: "Lo veo,.., lo veo todo claramente... Veo el crimen... Es de noche... No hay sangre". Que es precisamente lo mismo que todo el mundo sabía. Ahora dicen los parisienses que para ese viaje no se necesitaban... faquires»
+ infoEl juez acabó siendo sustituido, al sospecharse que había caído subyugado por los encantos de la bella viuda y Meg terminó en la cárcel, acusada del asesinato de su marido y su madre. En el juicio, que se celebró entre el 3 y el 10 de noviembre de 1909, pasaron numerosos testigos, pero no hubo ninguna prueba determinante. Todo, ante la mayor expectación imaginable, con todo el mundo pendiente de las declaraciones y la reacción de la viuda, que asistió de riguroso luto a todas las vistas. La primera deliberación del jurado popular tuvo un solo voto a favor de la inocencia de Meg. Y, como si de «doce hombres sin piedad» se tratase, fueron sucediéndose las votaciones hasta que, siete horas después de retirarse, se presentó su deliberación: inocente.
La historia había acabado muy bien para Meg Steinheil, a pesar de haber perdido a su marido y a su madre. Los periódicos la mimaron, publicaron sus memorias y logró una fama tan enorme como efímera. M. Borderel, el sesentón millonario, calvo y rechonchete, desapareció de su vida. Y entonces apareció el sexto barón Abinger, Robert Brooke Campbell Scarlett, que la convirtió en lady Abinger. Murió a la edad de 85 años en Brighton. Nunca se supo quién mató a Adolphe Steinheil y a la madre de Meg, la viuda de Japy.
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